Latente/ By @Oswaldísimo
Por: Oswaldo Calderón
Nunca había tenido un accidente en auto, al menos no cuando yo manejo, he aprendido a ser un buen automovilista, son muchos los factores que influyen para serlo: acostumbro casi siempre manejar con precaución, trato de no pasarme las luces rojas –sólo cuando es muy de madrugada y siendo precavido-, casi siempre viene alguien conmigo –así que soy responsable de la seguridad de ellos-, regularmente mis sobrinos andan conmigo o mi madre –motivo suficiente para estar siempre alerta-, por las noches saliendo del antro o de trabajar soy lo doble de alerta –no acostumbro tomar alcohol, no evito los alcoholímetros, hago caso de las señales, no manejo más rápido de lo permitido, trato de siempre tener el auto el óptimas condiciones, utilizo los espejos y luces para rebasar o estacionarme y trato de no estar distraído-, doy el paso a transeúntes, motos y bicicletas o cualquiera que lo pida, utilizo el auto lo menos posible y no más de tres veces por semana –al igual que a muchos, me preocupa y ocupa la ecología, he descubierto que el sistema público cuando no hay tráfico es confiable y rápido-; y aun así, la semana pasada tuve un accidente –pequeño-, un microbusero me dio un golpe y se echó a la fuga.
A pesar de ser tan buen automovilista, los demás no lo son, algunos son inconscientes, otros son groseros y algunos más, poco o nada les importa mi seguridad o de aquellos con quien voy; me doy cuenta que a pesar de ser tan precavido, no puedo confiar en el automovilista de al lado, porque tal vez él no lo sea; y en ése sentido, partiendo de lo particular a lo general, sospecho que es difícil no sólo confiar en el auto de al lado, sino también, en el humano de al lado. Perder la confianza es un asunto serio.
Lo terrible de haber tenido un accidente, no es el accidente en sí, sino saber que siempre estamos expuestos, sin importar lo que hagamos, siempre habrá alguien con buena disposición a ser un mal ciudadano, un mal hijo, un mal padre, un mal empresario, un mal docente, un mal hermano, un mal… ¿Y qué es el mal? Acostumbro por salud mental a no enojarme, sin importar el motivo, siempre y cuando haya solución, y si no la hay, enojarse está de más; sin embargo, me encabroné como pocas veces, valiéndome madres los principios y valores con los que he comulgado por varios años; permití que un desconocido me robara la tranquilidad y sacara de mí la Gorgona o Hidra que siempre está latente, en cada uno un monstruo acecha para salir y vengarse, para violentar y rebajarse al nivel de los demás; un demonio que rompe sus cadenas y se da cuenta que en la condición humana, la animalidad no puede ser condicionada.
Quienes me conocen saben que soy un buen hijo, tío, hermano y mejor amigo; quienes no me conocen saben que soy un río de aguas turbias y pantanos cuajados de seres malignos o el maligno mismo. Saber que un simple accidente puede desatar tormentas en mí que desconocía y provocó terrores apocalípticos que no preví, resulta indignante. Vivimos condicionados a pesar de saber que no somos seres determinados, que somos esas estrellas volitivas capaces de transformarse. Saber que una simple situación adversa es capaz de hacer estallar la olla de presión, que vivimos siempre a punto de estallar y tan sólo una pequeña válvula de escape o un hilo fino es factor para convertirnos en seres despreciables y dejar de ser las buenas personas que creíamos ser.
A veces creo que en el camino perdemos más de lo que ganamos, siempre hay alguien o algo dispuesto a hacernos perder lo más importante que es uno mismo. Son tantas las pretensiones y parámetros que siempre hay alguna meta que alcanzar, nos dicen qué comprar, a dónde ir, con quién estar, cómo ser, qué ver, qué leer, cómo comportarnos, cómo y qué pensar, cuál es la forma correcta de vivir, qué es lo correcto y lo incorrecto, dónde y cuándo ser tolerantes, porqué no discriminar, quién o qué es bello o feo, cuál es la verdad o mentira, qué soñar, en qué dios confiar y a cuál odiar, qué hay que odiar, qué rezar, cómo y cuándo hacerlo; cómo vestir, a dónde ir, cómo viajar, qué escuchar, qué sexo tener o ser, con quién tener sexo, cuándo sentirnos culpables o felices, qué estudiar… Un larguísimo camino de qué, cómo, cuándo, porqué, cuál y dónde que nos condicionan, y al final encontrarnos y ser fieles a nosotros mismos es una tarea pantagruélica.
Hay algo latente en el aire, oigo su respiración en la nuca, escucho su palabras martillándome los oídos, siento su pasos precediéndome, huelo su fétido olor a muerte; eso latente es la otredad. Basta cualquier situación para sacarnos de nuestra zona de confort, por eso no basta ya con ser buen ciudadano, buen hijo, buen padre, buen amigo, buen paisano, buen estudiante, buen trabajador, buen docente, buen profesionista, buen político, buen servidor; porque siempre hay algo más bueno o mejor que ser o alcanzar. Ya no basta con ser, porque ser se ha convertido en un término medio y condicionado; y de nuevo en el camino descubro que he dejado de ser para ser algo o alguien y no para sólo ser.
Hace dos años que mi padre murió y hace un año en que también han muerto amigos y vecinos; y el tiempo se ha detenido, sólo pasan los años, los meses, los días, las horas, pero el tiempo se detuvo; en ese tiempo suspendido he dejado de creer en las instituciones, en el conocimiento vertical, en las buenas intenciones de los gobiernos y en los gobernantes, en lo que leo, pero sobretodo en aquello que veo, y he dejado un espacio para encontrar aquello que por años me han robado. Así que ha pesar de todo, no permitiré que un simple microbusero desate en mí la furia y me convierta en uno más como todos, seguiré fiel a mis valores y afectos.
En poco tiempo cumpliré un año de publicar esta columna y a veces no sé si les gusta o será mejor cavilar en otros lares. Así que sería bueno saber si les gustaría que siguiera dando rienda a mis ideas en éste medio. Como siempre es un placer. Si gustan dejar comentarios lo agradeceré puntualmente y responderé mientras el tiempo, que es mío, siga suspendido.
Pd1: Felices fiestas y nos vemos el año que entra.
Pd2: ¡Viva la familia!
Pd3: En febrero estaré leyendo mis poemas en la Feria del Libro de Palacio de Minería, como proyecto de la UACM. Ya avisaré día y hora.
Pd4: Chinguen a su madre los microbuseros!
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