#Michoacán A 10 Años De Operativo En Albergue ‘Mamá Rosa’, Rescatados Se Han Suicidado O Se Hicieron Criminales
STAFF/Marina Alejandra Martínez
A una década del devastador operativo que desmanteló el albergue «La Gran Familia», la sombra del maltrato y el sufrimiento se cierne sobre los niños que sobrevivieron a las atrocidades cometidas por Rosa del Carmen Verduzco Verduzco, mejor conocida como «Mamá Rosa», persiste, los traumas psicológicos generados en las víctimas ha ocasionado más de una veintena de suicidios y muchos más que han buscado refugio en los carteles de las drogas.
Eduardo Verduzco Verduzco, quien fue víctima de explotación laboral, sexual, física y psicológica durante seis años, compartió su desgarradora historia en una conferencia de prensa.
Originario de Puebla y uno de siete hermanos, Eduardo fue el único que no vendió su madre, su primer verdugo en la vida, sufrió constantes abusos a manos de ella.
A los 10 años, tras un intento de ahorcamiento por parte de su madre, huyó de casa, solo para caer en una nueva serie de abusos.
«Ahí fue cuando me di cuenta de que las calles tienen dueño, viví husmeando en los botes de basura para sobrevivir y todavía tuve que, tolerar el rechazo de las personas de la sociedad, pero, una persona me dijo que existía el DIF de Nezahualcóyotl en el Estado de México y que me cambiaría la vida», narró.
Después de vivir en las calles, Eduardo se trasladó con su hermano mayor al Estado de México, donde un amigo de su hermano comenzó a abusar sexualmente de él, situación que lo orilló nuevamente a buscar amparo en la vía pública.
Eventualmente, fue llevado al Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) y luego al infame albergue «La Gran Familia».
Allí, su sufrimiento se intensificó: fue recibido con una golpiza y una comida inaceptable que incluía «una papa llena de gusanos blancos y dos tortillas enlamadas».
«Bienvenido a tu nueva vida, te tienes que acostumbrar a esto, princesa», le dijeron los cuidadores.
Las condiciones en el albergue eran deplorables. Eduardo relató que, los niños dormían entre piojos y chinches, sufriendo enfermedades como sarna y enfrentando constantes violaciones sexuales.
«Nos ponían unas santas madrizas», recordó con dolor.
A pesar de que, la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) recibió más de un millón de pesos del Gobierno federal para brindar atención a estos niños, que ahora son jóvenes y hombres, muchos siguen sin recibir el apoyo necesario para superar sus traumas.
La falta de atención médica, psicológica y apoyo institucional ha llevado a que algunos de sus compañeros sucumban a la desesperación y otros busquen consuelo en el crimen organizado.
Compartió que, tras lograr huir del secuestro de Mamá Rosa, logró conseguir un trabajo estable y un espacio donde vivir acompañado de otro joven víctima del albergue «La Gran Familia».
Un día, Lalo, llegó a casa después del trabajo y encontró a su buen amigo colgado del cuello en una de las habitaciones del inmueble.
«Traté de revivirlo, pero, me fue imposible, él ya había muerto», manifestó.
Compartió que, derivado de los traumas que arrastran todos los jóvenes y adultos mayores, presas de Mamá Rosa, muchos de ellos, han buscado el suicidio con el mismo patrón «ahorcándose». Otros más, buscan trabajo en las filas de la delincuencia organizada, como un método de supervivencia y para sentirse parte de algo o de alguien.
Sin embargo, tiene conocimiento de más de una decena de casos, en donde sufren muertes con extrema crueldad, desollados y ejecutados de múltiples formas.
Lalo dejó en claro que, no quiere «una disculpa pedorra», por parte de los diferentes órdenes gubernamentales, sino que se pongan a trabajar, a pesar del tiempo intenten reparar el daño por medio de atención médica, psicológica y oportunidades para las víctimas, que les permita rehacer su vida, alejarse de las ideas suicidas y de buscar amparo en el crimen organizado.
Y es que, aseguró, los gobiernos no solamente no han querido reparar el daño, ignorando la problemática y enterrándola en el olvido, señaló que, ni siquiera han podido entregarles la documentación, papeles necesarios para todo ser humano, como un acta de nacimiento o identificación, que les permita acceder a instituciones educativas, trabajos estables o por lo menos una identidad en la vida.
La historia de Eduardo y de muchos otros resuena como un llamado urgente a la sociedad y a las autoridades para que no se olvide el sufrimiento de estos niños y se tomen medidas efectivas para garantizar su bienestar y recuperación.