Relatos de noche sin luna: Abril
Escribe: Héctor Medina
Si bien es cierto que abril es un mes lleno de flores, abejas y otras delicias, es importante decir que no es del agrado de todos. Para muchos es una molestia tener que soportar el polen que incluso puede viajar kilómetros en busca de la nariz más desafortunada, para producirle un gran número de estornudos y un par de ojos llorosos. A veces trae consigo vacaciones y festividades religiosas, otras simplemente unos calores infernales donde las noches se vuelven eternas y los ventiladores anhelan la llegada del invierno.
Es así que un día cualquiera del cuarto mes un hombre rígido pero amable cambio repentinamente. Sobre las calles una sombra apareció repentinamente colgándose de sus hombros, siguiéndolo desde la salida del sol hasta la llegada de la luna. Haciéndose presente en cualquier lugar que visitaba, bastaba un solo rayo de luz para que aquella negra dama surgiera de la nada, susurrándole cosas que nadie más podía oír.
Esta misteriosa aparición altero sus costumbres, ahora gustaba caminar y permitirse hacer todo aquello que alguna vez deseo. Por fin veía películas sin importarle si se quedaba dormido, andaba por las calles sin prisas e incluso abandono el vehículo con el que se trasladaba a todas partes para poder disfrutar del bullicio propio de la sociedad.
Comenzó a despertar más tarde y disfrutar del abrazo de su cama no importando la hora del día. Comía despacio, disfrutando cada sabor. Descubrió el placer de lo amargo y el hastío que pueden provocar los sabores dulces. Reía y disfrutaba las cosas simples, las riñas le provocaban pereza, decidió concederse cualquier capricho no importando su precio; se tomaba todo con calma.
Compró varios marcos y llenó las paredes de recuerdos, mismos que miraba desde el sofá mientras fumaba un cigarrillo después de terminar sus labores cotidianas. Tres veces al día sacaba de la alacena un plato más que siempre colocaba en la mesa a la hora de los alimentos, era una cuestión inexplicable, pero como resultaba ser un hombre honorable y respetado nadie se atrevía a preguntar el porqué de su acción.
La siguiente navidad lleno su casa de regalos y manjares para todos los que consideraba cercanos e importantes. Los convido a cenar y nuevamente puso un plato extra sobre la bien decorada mesa.
Lleno las copas del más fino champagne y brindo por todo lo malo que nos podría brindar la vida a cambio de que esta siempre nos dejara un aprendizaje. Agradeció por las mañanas de frio y las noches de mutua soledad. Al terminar el banquete pregunto amablemente si podía mostrar sus canciones favoritas, esas que marcaron una línea importante en algún momento su vida. Saco de su bien ordenado espacio casetes y discos para colocarlos cuidadosamente sobre aquella vieja tornamesa, regalo de sus extintos padres. Fue una noche maravillosa que termino con algunas lagrimas sobre sus ojos al despedir a los invitados.
Pasaron los días y aquel hombre seguía armoniosamente cuidando cada detalle del lugar donde vivía, su banqueta lucia siempre limpia y hasta había mandado pintar la fachada de su casa, borrando los grafitis de los vagos que gustaban arruinar las viviendas con letras pocas legibles y de significado casi nulo; deseaba tener todo en una increíble armonía.
Una mañana de incesante sol pasé por su casa y al verme me invito a pasar a tomar alguna bebida refrescante, pues me veía sudoroso y enjaquecado, acepte con gusto. En el transcurso pude ver como lenta y cuidadosamente estaba envolviendo una caja con un viejo papel periódico. Asombrado le pregunte porque lo hacia con ese papel y no con algún otro que fuera más bonito.
-Este papel contiene los titulares de una vida, que ha de terminar como está escrito desde el inicio de los tiempos, no sabemos cuándo, pero creo a todos nos gustaría que quedaran plasmadas algunas cosas que vivimos para que en el futuro seamos recordados-.
Una vez forrada la coloco sobre la vieja vitrina que contenía los objetos que para el representaban sus triunfos, colocando los más importantes dentro de ella. Me despedí agradecido y continue mi rumbo.
La primavera llego nuevamente pero cada vez sabíamos menos de aquel buen hombre, se extrañaba sus buenos días y aquel siempre agradecido -vete con cuidado-. La casa permanecía en una leve oscuridad que poco a poco fue acrecentándose hasta quedar en la más triste oscuridad.
Sus palabras, sueños y acciones quedaron sepultadas en aquel funesto mes de abril, resonando en la fragilidad del tiempo, cobijadas en un campo de flores blancas que terminaron marchitándose por la ausencia de su voz, hasta convertirse en una compañía infinita que sueña renacer un seis de julio.
*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.