CinemaDude… Nadie Sabe Que Estoy Aquí
Memo, el protagonista de Nadie sabe que estoy aquí es un nombre de mediana edad. Es muy introvertido, casi no habla, rara vez sonríe y rehuye al contacto con extraños. Vive con su tío en una isla a la que solo se accede por bote. Crían ovejas y trabajan la piel de estos animales. La voz de Memo fue muy famosa décadas atrás, pero solo su voz.
By: Héctor García Ramírez
Título original: Nadie sabe que estoy aquí.
Director: Gaspar Antillo
Actúan: Jorge García, Luis Gneco, Alejandro Goic y María Paz Grandjean
Año de estreno: 2020
Se puede ver en Netflix
En los 80 tuvimos una buena cantidad de cantantes juveniles. En nuestro país adquirieron fama grupos como Menudo, Parchis o Timbiriche; o proyectos individuales como Luis Miguel. La imagen que proyectaron dependió siempre del mercado que pretendían alcanzar. Si el objetivo eran los niños, entonces el atuendo sería colorido y la letra de las canciones transmitían alegría. Cuando el fin era el público púber o adolescente, la imagen evocaba rebeldía o romance.
Estos ídolos juveniles eran producto de una maquinaria que tomaba a niños con cierto talento y los escupía como productos de consumo masivo. Muchas veces las decisiones que tomaban los productores, las disqueras o los padres de estos niños no eran las mejores para éstos, sino que estaban dirigidas a maximizar el lucro que podía sacarse de estos artistas, quienes en ocasiones les provocaron heridas emocionales que nunca pudieron curar. La película de la que vengo a hablarles es uno de esos casos.
Memo, el protagonista de Nadie sabe que estoy aquí es un nombre de mediana edad. Es muy introvertido, casi no habla, rara vez sonríe y rehuye al contacto con extraños. Vive con su tío en una isla a la que solo se accede por bote. Crían ovejas y trabajan la piel de estos animales. La voz de Memo fue muy famosa décadas atrás, pero solo su voz.
A través de flashbacks, vamos conociendo el pasado de Memo. Cuando era adolescente, tenía una voz privilegiada, amaba cantar. Su padre se dio cuenta de esto así que lo llevó a una audición. Un cazatalentos se convenció de que podía hacer mucho con Memo. El problema era la apariencia del muchacho, no le pareció suficientemente guapo. Así que decidieron el destino del joven: grabarían su voz para los discos pero alguien más iba a aparecer en las portadas y daría los conciertos con la ayuda del playback.
Así, Memo quedó alienado de su producto artístico. Él observaba detrás del escenario, mientras alguien más se apropiaba de su voz, obtenía los aplausos, los halagos, los reflectores. Era como decirle al niño que no era digno de tener esa voz, que era necesario quitársela para dársela a alguien más apto.
Tras un incidente que no voy a revelar, Memo termina viviendo como ermitaño en la isla con su tío. Pese a su inexpresivo exterior -que se ve acentuado por el ritmo pausado de los acontecimientos y una fotografía que se inclina por el uso de una paleta de colores fríos- el mundo interior de Memo es cálido, colorido, y nos lo irá mostrando tímidamente, poco a poco y sin exponer demasiado. La imposición que sufrió en su adolescencia que ahogó su voz y le enseñó a permanecer invisible, contrasta con un anhelo interno de ser visto y escuchado. Un anhelo que se verá alimentado cuando Francisca, una mujer ajena a su mundo, llega a su vida.
La película transmite muy bien el mundo de contención y ensimismamiento en que se encuentra inmerso Memo y cuenta con sólidas actuaciones. Sin embargo, tiene uno que otro descalabro narrativo. La historia tiene claro a dónde llegar, cuál será el final; sin embargo, el tránsito entre el segundo y tercer acto se siente atropellado. La introducción del padre a la historia a los dos tercios de metraje no abona demasiado y parece que solo está ahí como un pretexto para conducirnos al conflicto final, donde Memo tendrá que decidir entre mantenerse en silencio o hacer escuchar su voz.