PRODUCTOS MILAGRO MARCA “ACME”/ by @Oswaldisimo
Por: Oswaldo Calderón
Es verdaderamente molesto, incómodo, fastidioso, aburrido, no el uso exagerado de adjetivos, bueno sí, muy a la “Micha”, para describir esa horrible sensación que se apodera del estómago cuando una alma confundida prende el televisor y a toda hora, por todos lados abigarrando los sentidos, uno sólo encuentra, salvo la falta de contenido de parte de las televisoras duopólicas, cualquier cantidad de productos que ofrecen milagrosamente curar un poco de todo, o todo, desde un simple dolor del dedo meñique hasta el cáncer.
Hoy como nunca la falta de legislación, la complicidad de parte de las instituciones, el gobierno, las compañías farmacéuticas y la avaricia de los anunciantes y empresas, nos mantienen secuestrados visualmente para obligarnos por todos los medios existentes, a comprar sus baratijas, porquerías y fraudes, con o sin receta, y todo por nuestro bien.
¿A quiénes van dirigidos esos comerciales tendenciosos y maliciosos? A todas aquellas gentes para las que el pensamiento mágico-religioso sigue siendo una salida de emergencia, a los ignorantes que suplican al cielo con los brazos abiertos en busca de ayuda divina, a los moribundos para los cuales el sistema y el gobierno no proveen ni la más mínima posibilidad de atención sanitaria de calidad o simplemente aquellos que esperan redención, ventaja y venganza contra las inmundicias de la vida moderna donde su presente histórico y las necesidades del mundo actual les sobrepasan.
Si todos estos productos tuvieran resultados reales, ¿por qué seguimos igual? La panacea de los débiles mentales, la cornucopia virtual de la “clase soñadora”, el paráclito que se embotella o toma en infusiones, la merkabah de la suerte que llega en los juegos de azar. Hay de todo y para todos, el placebo será el pan nuestro de cada anuncio. (Y no hay que olvidar la voz del Santo Padre rezando el rosario).
Más allá de la ventajosa intencionalidad, pervertida y perniciosa de los empresarios que juegan con la salud, el bienestar, la apariencia, la confianza, la economía y el pobre sentido común de los imbéciles a los que va dirigido el producto; tenemos a toda clase de faranduleros, artistas del engaño, médicos sin ética, figuras públicas decadentes, hasta políticos comprometidos con el artificio y con la cartera llena a cambio de verle la cara al idiota que fielmente cree en sus fraudulentas palabras. Todo fuera como comprar la felicidá con un “licuado de papá Antoño”.
Existen en el mercado una enorme cantidad de productos marca “ACME” multiusos y otros de efectivo resultados: los hay de aquellos que vienen en forma de aparatos de ejercicios que prometen músculos impresionantes y también adelgazan, proveen de salud inmediata y belleza eterna; eso sí, con el surtido de cremas, inyecciones, recetas y fórmulas para poder lograr su objetivo en un tiempo que va, desde unas pocas semanas, hasta varios años, sólo les falta el espejo deformante de la casa de la risa, y la risa de nosotros, porque acá entre nos, los seguimos viendo igual, con o sin aparatos.
¿Sabe que en la compra de unos pinches sartenes, se lleva asté unos chicheros, unos cuchillos, un libro y un perfume? Y todo por el mismo precio. Con los sartenes la promesa de una figura que envidiarían en los campos de refugiados en África, pero hay que leer todo el recetario; los cuchillos tienen filo de por vida y son indestructibles, el arma perfecta para cualquier héroe de “La liga de la Justicia”; los chicheros prometen un busto más firme, abundante y visiblemente más estético, no importa que cuando se lo quite, asté siga teniendo las mismas chichis dispuestas a trapear los pisos o jugar dominadas; el libro no es para que se le quite lo ignorante ¡Claro qué no! Es para la “superación personal”, por si queda dañado de los nulos resultados de los productos anteriores, y por último el perfume y no de Patrick Süskind, que otorgará milagrosamente armonía y paz interior.
Lo que más adoro, son aquellos productos que ofrecen lo mismo de Jesú Pisto, el predicador de Galilea: la sanación. ¿Cómo es que curando todas las enfermedades crónicas, degenerativas y mortales, ningún laboratorio del mundo, seriamente lo ha patentado, para volverse inmensamente multimillonario? Porque no sirven; mis amigos y conocidos siguen cayendo como moscas en el pantano, la tasa de mortalidad no ha disminuido, ni la esperanza de vida se ha incrementado. Ahora el “sermón de la montaña” viene en cómodas pastillas, ungüentos para las articulaciones, jarabes, cremas, pociones y sólo falta vender los calderos con sus respectivos instructivos, la varita mágica y usar escoba para volar.
Aquellos que más abarrotan la retina, tienen que ver con el sobrepeso y los hay todos sabores, tamaños y presentaciones. Mis amigas y amigos los usan y siguen igual de gordos o más, pero su autoestima se ha incrementado, se les nota más seguros y hasta ropa ajustada usan; si ellos creen obtener un beneficio, ¿quién soy yo para decirles la verdad y mandarlos al panteón por un coma diabético? Prefiero mentirles, allá ellos y su casa sin espejos –y no precisamente los de Borges-. Gordas que quieren ser delgadas, flacas que añoran con ser anoréxicas, morenas que quieren ser danesas, chaparros que desean ser guardaespaldas, ñangos con aspiraciones de musculosos y musculosos que quieren un pito más grande. A nadie se le da gusto.
¡Ya deje de engordar la cartera de los empresarios! ¡De embellecer a las esposas de los negociantes! ¡El tamaño sólo importa de los aviones y yates que se compran con su dinero! Queridos lectores, estamos a punto de ser como los norteamericanos, consumistas e infelices. Allá asté y su dinero, pero le recuerdo que sólo tiene, si bien le va, sólo unos 40 años más para lograr su objetivo, en la tumba ya no hay nada que desear.
Como siempre, les agradezco su lectura y buen sentido del humor. Les dejo mi tuiter y feisbuc, bienvenidos todos los comentarios, que prometo, igual que los anunciantes, responder puntualmente.
Pd: La modernidad es como “Los juegos del Hambre”, sólo hay un ganador y es el que asesina, roba y miente sin sentir culpa.
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