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Relatos de noches sin luna: San Juan

Escribe: Héctor Medina

Erasmo y Artemio tenían más de 20 años viviendo en aquel barrio, el cual originalmente fue habitado por nativos procedentes del antiguo imperio Azteca quienes habían emigrado a tierras cercanas en busca de una nueva vida. Fue así como poco a poco se fue poblando la zona y aunque en un principio el habla náhuatl era la lengua dominante, la descendencia de los habitantes terminó por adoptar al español como el idioma principal.

Aquel barrio contaba con una pequeña iglesia construida con materiales de la época y un techo a dos aguas. Esta contaba con la bendición de San Juan Bautista como santo patrono. Fue por eso que se tomo el nombre de “San Juan” como referente de aquel lugar.

El recinto contaba con un pequeño panteón donde solían descansar los humildes cuerpos de aquellos que pertenecían en vida al barrio; se dice que actualmente es un mercado llamado “Revolución”.

Erasmo y Artemio eran fieles devotos del santo patrono y cada tarde hacían acto de presencia para brindarle guardia y hacerle ofrendas al “Santísimo” que se exponía para todos los creyentes desde el mediodía hasta el último rayo de sol.

Algunas veces también cuidaban por las noches el lugar, haciendo oraciones y novenas a la luz de las velas. De vez en cuando dormían al pie del altar seguros de que aquel Cristo Sagrado los protegería de todo mal.

Sin embargo, esto no fue así, cierta ocasión cuatro sujetos armados con filosos machetes ingresaron silenciosamente por el cementerio, la luz de la luna era fuerte y clara lo que les permitía moverse con seguridad, además ya habían memorizado donde se encontraban los mayores tesoros de aquella capilla, ya que previamente se habían hecho pasar por limosneros en busca de la caridad de una moneda o algún taco que pudieran comer. De este modo también conocían el carácter de Erasmo y Artemio a los que consideraban demasiado tranquilos y de ninguna o poca fortaleza física, lo cual les parecía perfectamente conveniente ya que no les representarían peligro alguno en sus futuros planes.

Al ingresar al templo encontraron al par de amigos profundamente dormidos, la noche era clara y quieta por lo que estos se confiaron y decidieron dormir sin preocupación alguna. Al escuchar los fuertes ronquidos los bandidos se sintieron tranquilos y comenzaron a saquear sigilosamente el lugar. Aquella copa de oro era perfecta, ese candelabro de plata valdría una buena cantidad y quizá algún devoto rico pagaría muy bien por una biblia procedente de España.

En cierto momento uno de los rufianes no tuvo cuidado y tropezó con una banca del lugar provocando un inmenso ruido que hizo eco en todos los muros de la capilla, despertando de manera inmediata a los dos amigos, los cuales se pusieron en guardia para defender aquella santa habitación.

Los ladrones al saberse descubiertos salieron corriendo presurosos por una de aquellas ventanas improvisadas perseguidos por aquellos dos guardianes que no permitirían se robaran los pocos tesoros con los que contaba la capilla.

La persecución culmino en la tumba mas antigua de aquel cementerio vecino y aquellas filosas armas se cubrieron completamente de sangre, dejando sin vida a un destrozado Erasmo. Artemio cayo a su lado moribundo, tremendamente lesionado y sin el ojo izquierdo.

Los bandidos corrieron nuevamente pero ahora festejando su victoria y burlándose escandalosamente de los caídos.

-¡Vaya guardianes, mas valía hubieran puesto perros, hubieran hecho más!

Artemio seguía junto aquellas tumbas, maldiciendo a Dios y a los hombres, gruesas lagrimas brotaban por su único ojo.

-Si tan solo pudiera levantarme pagaría cualquier precio con tal de vengarme de esos canallas que mataron a mi amigo, los buscaría sin descanso hasta hacerlos pagar uno a uno por sus pecados-

Fue entonces cuando una sombra se acercó aquel cuerpo herido, y con una sonrisa infundada y psicópata lo tomo del cabello levantado su cabeza hasta hacer coincidir sus miradas.

-¿Así que estás dispuesto a pagar cualquier precio?

Artemio asintió con las pocas fuerzas que habitaban su alma.

-Muy bien, tu deseo será concedido- contesto aquella sombra.

Al instante saco una puntiaguda daga con la que retiro el otro ojo de Artemio. Un inmenso grito de dolor resonó en aquel barrio haciendo que los perros aullaran como dicen que lo hacen cuando ven caminar a la muerte por entre las calles nocturnas.

A la mañana siguiente Artemio despertó cerca del pueblo de San Pedro. El cual estaba rodeado por un bosque lleno de arboles gigantes. Justamente se encontraba en la más alta rama de aquello que parecía ser un Hyperion. Sin embargo, no podía abandonar aquel sitio, era como si pardes invisibles le evitaran abandonar el lugar.

Llegada la noche y al tercer ulular de los búhos sus ojos se encendieron mostrando un fuego infernal que podría matar de terror a cualquiera que lo viera directamente y de sus manos brotaron largas uñas tan filosas como espadas, las paredes invisibles desaparecieron al instante.

Impulsado por la necesidad de sangre humana bajo velozmente de su prisión y se dirigió a toda prisa al barrio de San Juan, jadeando como un lobo salvaje decidido a encontrar a sus presas.

Sus sentidos también se habían potenciado y recordaba con exactitud el pestilente aroma de los bandidos, así que guiado por el viento corría furioso rumbo al sur de aquella creciente ciudad de cantera.

No pasaron mas de dos horas cuando por fin encontró el escondite de aquellos asesinos, quienes dentro de una cueva bebían y reían acompañados de una tenue fogata; aun celebraban el botín sintiéndose invencibles.

A la llegada de Artemio una fuerte ventisca azoto el lugar extinguiendo de inmediato la hoguera que iluminaba la caverna. Los bandidos se sintieron aterrorizados pues una oscuridad total los invadió de pies a cabeza. Buscando alguna forma de iluminarse intentaron encontrar algún fosforo y cualquier prenda llena de aceite que les permitiera iluminarse, pero solo encontraron a la lejanía un par de ojos que escupían un fuego siniestro y que los miraban fijamente.

Aquellos infortunados orinaron sus pantalones mientras intentaban escapar: no se había visto en la vida cosa tan macabra, ni se había percibido un instinto tan asesino como el que mostraba aquella bestia salida del mismísimo infierno.

El silencio de la noche fue interrumpido por dolorosos gritos que suplicaban clemencia y rogaban a Dios el perdón de sus pecados, todo esto no fue suficiente para que les concediera una segunda oportunidad y continuaran con vida; fue una masacre sin piedad.

Al terminar su acto Artemio lamio sus garras disfrutando el sabor de la sangre de sus víctimas mientras sonreía triunfante lanzando los cuerpos de los infortunados sobre un nuevo fuego que hizo arder aquel verdugo.

Una vez que termino de arrojar los cuerpos salió con paso lento y seguro de la cueva, fue entonces que se encontró de nuevo a la sombra del cementerio.

-Bravo, bravo estoy orgulloso de ti-

-Por fin esta vengado Erasmo, déjame morir y cumplir mi destino-

-Pamplinas, ¿A caso crees que lo hice por piedad o por justicia? La verdad es que disfruto de los asesinatos y no creas que hice esto por que soy un ser sagrado que quiere castigar a los malvados, simplemente me sirvo de ti para mis intereses; para mi propia diversión-

-Ser inmundo déjame morir, arráncame el deseo y los pulmones, ya he cubierto mi palabra y te he dado a cambio cuatro almas impuras-

-De ninguna manera, tu ingenuidad y blasfemia me han dado todo el poder sobre ti, a partir de este día serás el juguete de mi diversión, degollaras y arrancaras las extremidades de aquel que yo te indique, tu sed de sangre no podrá ser saciada nunca y de alguna u otra manera asesinaras sin razón alguna a cualquier ser vivo que se cruce en tu camino-

Terminando de decir esto una macabra risa resonó con tanta fuerza que el vitral de la capilla de San Juan termino quebrandose.

A la mañana siguiente las pertenencias robadas aparecieron sobre la mesa del altar, intactas y mas brillantes que nunca. El padre asombrado solo lo adjudico a un milagro de aquel Santo el cual había intercedido ante el altísimo a fin de cuidar el lugar y castigar a los culpables.

Sin embargo, desde aquel día ya nada volvió a ser lo mismo en el barrio, las mascotas o los pocos animales de granja con los que contaban los habitantes amanecían degollados. Esto asusto tanto a grandes y chicos que desde las siete de la noche se encerraban a piedra y lodo y no salían hasta el cantar del primer gallo.

Algunas veces uno que otro borracho infortunado sufría aquella mala suerte, por incrédulo, por la falsa valentía que le proporcionaba el alcohol y su cuerpo mutilado aparecía rodeado de cicatrices llenas de sangre seca.

El viejo barrio permaneció maldito por muchos años, hasta que una noche lluviosa de junio un inmenso rayo cayo directamente sobre la enorme cruz ochavada del panteón, algunos dicen que fue el mismo Dios quien se apiado de su alma y bajo materializado en esa forma para salvar de una vez y para siempre el alma Artemio, otros dicen que fue el mismo San Juan quien el mero 24 bajo para subir al cielo el espíritu de uno de sus mejores feligreses.

*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.

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