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Relatos de noche sin luna: Jaguar

Escribe: Héctor Medina

Cuentan que hace mucho tiempo, antes de que los humanos aparecieran en este planeta, una inmensa oscuridad cubrió más rápido que la velocidad de la luz al mundo. Se convirtió en una masa monstruosa tan grande que incluso opacaba con gran facilidad al mismo tiempo el resplandor de diez jóvenes soles.

Poco a poco aquella maldad siniestra fue acabando con cada uno de los Reyes de los diferentes ecosistemas terrestres; el frio y el miedo enloquecieron a los habitantes hasta provocarles la muerte. En el Bosque termino con el Venado, en la Sabana Africana con el amado León, en los Andes el poderoso Condor perdió su vuelo, quedando solo su eco resonando por las grandes montañas.

Cada animal permanecía temeroso esperando sumiso la muerte, llorando junto a sus cachorros. Agazapados pasaban las horas en cada colina, valle, prado, desierto o cordillera del planeta esperando aquel terrible final que acabaría poco a poco con todo ser viviente; todos excepto uno: El jaguar.

Este felino se negaba rotundamente a entregar su vida sin luchar, pues amaba correr entre la hierba, escalar los más altos y densos árboles, brincar entre las rocas y dormir plácidamente arrullado por las canciones armónicas y legendarias de los insectos.

En vez de temeroso se mostraba molesto. No permitiría que nadie le arrebatara tan fácilmente todas esas cosas que lo hacían inmensamente feliz. Así que cierto día decidido y con la fortuna de que sus ojos se habían acostumbrado ya a la oscuridad subió a la cima de la montaña más alta del mundo, esperando encontrar tan solo una grieta que pudiera regresar la claridad que todo ser viviente extrañaba. Haciendo uso de sus habilidades gatunas, acecho a paciente a la maldad, esperando a que esta se enfadara y aburrida durmiera un poco.

Cuando el jaguar por fin escucho roncar a su rival, rápidamente saco sus garras y empezó a rasgar las tinieblas que cubrían los verdes prados, los helados paisajes de los polos y los secos paisajes de algunos continentes. Después de un inmenso trabajo por fin logro hacer un pequeño agujero por donde se asomó levemente el sol, pero uno de los fragmentos desgajados al caer y chocar contra la base de la montaña hizo tanto ruido que, por poco despierta al asesino, este abriendo un ojo y al no notar nada extraño junto el al dio media vuelta y regreso a un profundo sueño casi de madera inmediata. De cualquier manera, el astro rey previendo la situación decidió esconder lo más que pudo su brillo tras las penumbras a fin de no ser notado por aquel maldito.

Al notar la situación y en espera de evitar más sonidos bruscos, los conejos, marmotas y demás pequeños mamíferos cubrieron de hierba lo más que pudieron todas las rocas grandes con tal de evitar ruidos estruendosos. El jaguar por su parte seguía rasgando las tinieblas a pesar de tener las garras ensangrentadas y cuando notaba que un gran pedazo caería presurosamente corría velozmente para atraparlo sobre su lomo.

Tanto iba rasgando que de entre tantos huecos hechos empezó a brillar la tan anhelada luz. La luna y el sol aparecieron presurosos dispuestos a combatir en el acto a las tinieblas ayudando al jaguar a ir rompiendo la oscuridad; lucharían hasta derrotar a su enemigo de una buena vez y para siempre.

La batalla fue dura y el jaguar apoyaba incansablemente a los astros, luchando y gastando sus garras en contra de las sombras que poco a poco se iban reduciendo. La luna reflejaba con mayor fuerza los rayos del sol a fin de evitar de que la oscuridad se reprodujera y los superara en número poniendo en riesgo la victoria. El incesante combate duro aproximadamente lo que los humanos llamarían seis jornadas, hasta que de pronto se escuchó por fin el trisar de las tinieblas, anunciando jubilosamente a los vencedores.

La paz volvió al mundo y los animales heridos y fatigados decidieron descansar el séptimo día en memoria de aquella victoria que tanto anhelaron otros seres ahora extintos. A partir de esa fecha vivieron tranquilos cada quien en su respectivo reino. El canto de las aves resonaba fuerte por todos los rincones del planeta mientras proclamaban alabanzas a los héroes caídos, para después hacerle los honores a los vivos.

El mundo parecía estar en calma nuevamente pero el rasgado cielo mostraba las cicatrices de aquella feroz batalla y de su legendaria victoria, era un hecho que trascendería a la historia.

Pasaron los días y el sol y la luna junto a cada uno de los Reyes decidieron conservar las rasgaduras hechas al manto nocturno por aquel valiente y rebelde Jaguar y decidieron llamarlas estrellas y de estas a su vez estas formaron las constelaciones.

La piel del jaguar quedo manchada por aquellos trozos que capturo sobre su lomo y es por eso que su piel tiene muchas manchas oscuras, a pesar de terminar gravemente herido decidió conservarlas con gratitud en memoria de aquella vez que su bravía protegió al mundo y desde entonces es considerado el más aguerrido guardián nocturno.

*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.

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