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Loca…sional: El trabajo, ¿dignifica?

Escribe: Rosío Morelos

“Chambeando de chafirete, me sobra chupe y pachanga”

Café Tacuba. Chilanga Banda.

Dicen que “el trabajo dignifica”, aunque lo cierto es que, si no nacimos en cuna de oro, no importa cuán dignificante o nefasto resulte, no hay otra alternativa más que realizarlo para poder sobrevivir a falta de “Mecenas”, “Sugar Daddy”, o pariente que nos mantenga.

Dentro de las labores, existen diferentes tipos de empleos, cada uno con sus mieles y tragos amargos.

De un lado están, por ejemplo, los Godínez, que aunque no hayan nacido en cuna de oro, se acercan bastante a la nobleza, por la capacidad que tienen algunos de heredar sus plazas. El esfuerzo físico en el trabajo no representa un desafío, y las mayores consecuencias por el desempeño de funciones son el síndrome del túnel carpiano, y las hemorroides (por estar tanto tiempo sentados).

 Los Godínez tienen el privilegio de laborar generalmente de lunes a viernes y se desplazan a la misma oficina todos los días. Normalmente cuentan con todas las prestaciones de ley y si además corren con la suerte de estar sindicalizados, tienen quien los proteja aunque a veces solo vayan a calentar la silla. Además, tienen un sueldo seguro, que pueden dosificar y con el que sin miedo bien pueden comprometerse en una tanda, o endeudarse en Coppel, Elektra, o incluso con los compañeros de trabajo donde no faltan las ventas por catálogo.

No todo es miel sobre hojuelas en la vida de un Godín. La rutina puede ser bastante traicionera y abrumadora. Además, hay que aguantar a la misma gente todos los días, a veces por el resto de la vida laboral, que es bastante tiempo. No faltan las envidias y hay algunos gandallas que hasta se roban el “lonche” de los compañeros del refrigerador comunal, con todo y notita de la prenda amada y hasta el carísimo envase de Tupperware que es lo que más duele.

 Otro grupo de trabajadores son los que realizan trabajos ambulantes. La labor consiste en andar mayormente en la calle, cuyos horarios y actividades son siempre variables dependiendo de la carga de trabajo. Muchos de estos trabajadores no cuentan con prestaciones de ley, ni sueldos estables, ya que dependen enteramente de su pericia para conseguir “chamba”. La gente que se dedica al cambaceo entra en este grupo, aunque también los trabajadores de la construcción, agentes inmobiliarios, gestores, carpinteros, plomeros, vidrieros, herreros, pintores, choferes, repartidores, trabajadores domésticos, etc.

Realizar trabajos ambulantes, brinda poca estabilidad, pero también tiene sus ventajas. Si bien es cierto, es nefasto tener que trabajar a veces incluso en sábados y domingos y a deshoras, también se goza de las mieles de contar con mucha mayor libertad, de modo que hay la posibilidad de llegar elegantemente tarde o de faltar o postergar el trabajo, siempre que una fiesta se ponga buena, o simplemente no se tenga el ánimo de trabajar ciertos días (el “san lunes” es el día más popular para no presentarse a laborar). Además, cuando se tiene una buena racha, se puede disfrutar de un buen desayuno callejero y derrochar en compras de lujo. Cuando no hay trabajo, al menos se puede descansar, aunque muchas veces con el estómago vacío.

Los emprendedores o “autoempleados” son otro grupo de trabajadores bastante comunes. Tienen la suerte de ser su propio jefe, cosa bastante benéfica, porque todo el mundo sabe que los jefes son lo más nefasto y odiado de cualquier trabajo.

Para este grupo, el sueño es “pegar” en cualquier giro que se propongan, para poder tener más tiempo libre y poder estar cosechando sin hacer nada. Lastimosamente esta idea es solo una ilusión, ya que quien emprende, se da cuenta muy pronto que el trabajo puede ser muy abrumador ya que hay que hacer un poco de todo: encargarse de las compras, de las ventas, de la publicidad, almacenamiento, la limpieza, la logística, atención al cliente, llevar la contabilidad, gestión de inventario, contratación de personal, etc. Por si fuera poco, gran parte de las ganancias, solo llegan para después ser repartidas entre el arrendador, los trabajadores (si los hay), el pago de servicios, el pago a proveedores, contador, impuestos, etc.

Por último, están los que hacen “home office”, algo que por cierto se ha vuelto más popular a raíz de la pandemia, en donde quedó demostrado que se puede ahorrar bastante trabajando a distancia.

Para este grupo de trabajadores, existe la libertad de trabajar hasta en “calzones” si así se quiere y se cuenta con la gran ventaja de que cualquier confrontación laboral es vía remota y siempre se pueden usar filtros, esquivar responsabilidades o poner pretextos, que difícilmente se pueden constatar (siempre existe la “vieja confiable” de que el internet está fallando). Además, se tiene el refri a la mano, lejos de los ladrones de tuppers y se puede comer con toda tranquilidad, incluso mientras se trabaja. Otra ventaja, es que se reducen los gastos al no tener que derrochar en transporte, ropa de trabajo y comidas callejeras.

Lo malo para este último grupo, es que la falta de interacción humana y la falta de vitamina D, por no exponerse al sol, puede predisponer a estos trabajadores, a volverse extremadamente ermitaños, y rondar cerca de los límites de la locura.

Al final, no importa cuál sea el tipo de trabajo que desempeñemos, si queremos ver “el punto negro en el arroz” siempre lo vamos a encontrar, de la misma forma de que si nos concentramos en lo que nos apasiona del trabajo o las capacidades en nosotros que podemos descubrir al realizarlo.

Bien dice el dicho que “no hay atajo, sin trabajo”, pero, además, otra recompensa por el fruto de nuestro esfuerzo es que al menos nos dé para comer un día más, ya que como dice otro dicho “barriga llena, corazón contento”.

Luz Rosío Morelos. Egresada de letras, distraída de oficio.

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