Relatos de noche sin luna: Benjamín
Escribe: Héctor Medina
Benjamín se despertó aquel viernes con una resaca total. El dolor de cabeza era insoportable y las manos y piernas le temblaban con una arritmia insoportable. Eran aproximadamente las diez de la mañana. Las carcajadas infernales del estúpido vecino del piso superior lo habían despertado y el reloj despertador que permanecía temeroso en la mesa lateral a su cama pago las consecuencias, ya que Benjamín en un acto fúrico lo arrojo con una fuerza endemoniada contra vieja fotografía del gran tirano de la Segunda Guerra Mundial que le servía como tiro al blanco en una de las paredes de su alcoba.
La pestilencia característica de una buena borrachera invadía aquel cuerpo. Gruesas gotas de sudor resbalaban por su frente cayendo lentamente sobre la sabana inferior que soportaba todo el peso del parrandero, humedeciéndola, haciendo imposible estar tendido un momento más sobre aquella suciedad. Con mucho esfuerzo pudo incorporar su cuerpo y sosteniéndose unos minutos sobre la pared trago saliva muy a su pesar y se metió en la ducha fría con el fin de eliminar el hedor del tabaco y alcohol en su cuerpo, producto de la juerga de la noche anterior.
Frotó con desesperación todo su cuerpo, el corazón le palpitaba ferozmente producto del agua fría que caía a chorros sobre sus hombros. Una y otra vez pasaba a modo de lija el estropajo enjabonado por cada articulación, como deseando borrar cada uno de los pecados cometidos en aquella borrachera.
Después de batallar un rato con los demonios de la resaca por fin apago la regadera. Se puso su bata de seda y descalzo se dirigió a la cocina para preparar una buena taza cargada de café y hurgar entre los cajones en busca de un pedazo de rosquilla que saciara el apetito repentino que por medio de borborigmos reclamaba su estómago.
Después de su glorioso desayuno se dirigió a lugar donde le brotaban las ideas: una habitación llena de fotos de él. De Rufus, aquel perro que había tenido desde la infancia y que había muerto atropellado por un automóvil, todo por perseguir un gato pardo y gordo. Pero sobre todo abundaban las fotografías de ella por todo aquel espacio.
Se encontraba pues rodeado de fotografías libros, novelas, máscaras, acetatos, montones de hojas blancas, pero sobre todas aquellas cosas dominaba y resplandecía una vieja máquina de escribir mecánica de color negro.
Tomo asiento frente al aparato mecanógrafo y después de un largo suspiro rasco su trasero y se dispuso a escribir la mejor historia de piratas que jamás se haya contado. Donde el capitán Lorenzo de Villafuerte, un antiguo navegante español lograba convencer a la hermosa princesa del reino de Auquimias para que se fugara con él y saquearan juntos algo más que su corazón enamorado.
Benjamín acerco un vaso repleto de Ron ya que no disponía del tiempo para preparar un buen “Grog” que pudiera satisfacer su sed e inspiración. En aquella casa podría faltar la comida, pero nunca el alcohol.
Su trago lo acompaño con un excelente habano que desprendía orgulloso un fino cintillo gris de humo. Después de tan majestuosa inhalación puso en la sinfonola el mejor disco del más crudo cantautor español de todos los tiempos para inspirarse antes de escribir y lograr ser lo más bizarro posible en su composición.
Comenzó a teclear fuertemente las vocales y consonantes que formaban cada una de las palabras que de su mente nacían el “tac tac tac” llenaba el lugar con un ritmo cadencioso, como si cada letra estuviera gozando los enunciados que se iban formando.
Para Benjamín los nuevos ordenadores le parecían cosa de gilipollas. Eso de escribir con ayuda de un editor de texto es para muerdealmohadas -pensaba-.
Los verdaderos escritores usan maquinas con teclas duras y pesadas. Los mejores, utilizan sin duda un bolígrafo y sus propios trazos para crear esas obras de arte sobre cualquier pedazo de papel que lleguen a cargar consigo, a fin de que el lector después de terminar con ellas se quedara extasiado por más de tres semanas.
Si algo disfrutaba Benjamín sin duda alguna más que la lectura, era gozar de la ira que le producía arrancar las hojas con las frases equivocadas, con ideas tontas y mal producidas, estrujarlas y lanzarlas lo más cerca posible del basurero que el mismo causaba, maldecir y empezar de nuevo con otros aires y desenlaces.
Cuando la sinfonola calló ya tenía un montón de ideas que formarían su relato. Pasaron unas dos horas de majestuosa inspiración y la historia iba de lo más lindo. El sol había alcanzado ya el balcón del pequeño estudio, como intentando leer lo que se iba plasmando fuertemente a cada pulsar de las teclas sobre las hojas que poco a poco iban produciendo una pila señorial.
Aquella narración lentamente se iba llenando de oro, pasión, cañonazos, aventura, gente muerta y mucho licor. El bosquejo mental iba creciendo exitosamente y en cada sequedad de ideas un trago servido de aquella botella verde se encargaba de saciar la sed que causaba el transcurrir de la historia.
Benjamín parecía más inspirado que de costumbre. En la hoja cien, la princesa Perla (la piedra más preciosa de aquel pirata) había logrado seducir a los diez guardias que tenían cautivo a su amante, emborrachándolos y haciendo que entre ellos discutieran y pelearan para poder arrebatarles las llaves y salvar a Lorenzo de Villafuerte quien se encontraba preso en el calabozo del castillo de la Isla Cocodrilo.
Perla con suma astucia, logro liberarlo a media noche para huir juntos sobre las saladas aguas, llevándose con ellos el tesoro y diez espadas de plata al Galeón Victoria quien a su vez tenía el viento a favor para poder huir con gran velocidad con el botín a bordo.
Después de tres saqueos más desembarcaremos en la Nueva España y ahí te prometo no volver a matar por placer:
-Solo tú, mi espada y el ron serán lo primordial en mi vida –
Dijo Lorenzo a Perla, quien suspiro al oír aquellas palabras al sentir como la mano de Lorenzo tiraba fuertemente de su cabello negro mientras sus labios se encontraban en un beso profundo.
Un silbato interrumpió la historia
¡CON UNA MIERDA! – grito Benjamín embravecido-
Aquel ruido fue producido por el cartero que había arribado hasta su pórtico, haciendo que esa imagen tan definida que iba conformando el relato desapareciera cortando el delgado hilo que le iba dando vida.
Lo que había llegado era un sobre Blanco Mate con bordes dorados cuyo emisor era una tal Raquel. Abrió con fuerza rompiendo sin delicadeza el celofán que envolvía aquel misterioso e inesperado mensaje, lo leyó detenidamente y dejando atrás el disgusto convirtió con singular alegría aquel papel en una bola que aventó por la venta, regreso al lado de su fiel acompañante que la esperaba en plena calma y rompiendo unas cuantas hojas del relato y comenzó a escribir nuevamente la mejor historia de piratas que jamás se haya contado. Donde el Capitán Lorenzo de Villafuerte termina con la vida de su amada aventándola atada de pies y manos a los tiburones hambrientos que nadaban ferozmente en círculos sobre “Victoria” mismos que habían llegado después de detectar el olor a sangre que para su propósito había derramado con gran cinismo el capitán de aquel galeón.
Perla clamaba clemencia y perdón desde las aguas, pero Lorenzo de un solo trago termino con lo que quedaba dentro de esa botella para después darse la vuelta y encerrarse con su tesoro no sin antes gritar:
-Hasta nunca traicionera, más vale morir en la soledad, que vivir con tu amor barato a mi lado –
La historia había dado un trágico giro, Benjamín por fin había escrito su “Magnum Opus” y a su vez cerrado por fin aquel largo capitulo que había vivido con Raquel.
Nunca más volvió a escribir y solamente vivió de aquel dinero que su obra le daba mes con mes. Sin embargo, todo esto no se comparaba con la satisfacción plena que el capitán Lorenzo le había proporcionado al terminar con la vida de aquella traidora del reino Auquimias.
*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.