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Relatos de noche sin luna: Kraken

Escribe: Héctor Medina

Desde muy pequeño sentí gran pasión por el mar, mi padre fue un pobre pescador que me enseño todo lo que sabía acerca de él.  Más siempre lo detuvo el horizonte, aquella línea que nos separaba del cielo a la lejanía, donde caía el sol y se alzaba orgullosa la luna. Temía que si íbamos un poco mas lejos de lo permitido nos caeríamos del Gran A’Tuin y moriríamos irremediablemente de la manera más dolorosa. 

Mas yo siempre he sido un alma rebelde y poco a poco empecé a robar una que otra cosa de aquí o de allá para ir haciendo una fortuna y poder pagar una tripulación con la cual navegar por los diferentes mares, por esas aguas maravillosas de las cuales había escuchado miles de leyendas. Mi objetivo era conocer cada una de ellas y dominarlas, dejar mi nombre plasmado sobre puertos e islas, burlar y asaltar las naves de cada uno de los reyes conocidos, no me bastaba con ser un simple pescador.

Una vez que me sentí con edad de iniciar la aventura, tomé mis cosas y escape acompañado de la noche. No me despedí de mis padres pues empezarían a lloriquear y hablarme de las leyes santas que nos prohibían cometer pecado alguno. Así que con sigilo abandoné la vivienda y me introduje en las calles más oscuras, decidido a convertirme en una leyenda.

Anduve en bares buscando pelea para poder engrandecer mi carácter e irme haciendo de cierta fama, fui venciendo uno a uno a mis rivales. Por supuesto que empecé por los débiles o enfermos. A los más fuertes los dejaría hasta el final para poder arrebatarles todo aquello que poseían y con ayuda de un cuchillo que le robe a mi padre fui degollando gargantas, haciéndome de joyas y seguidores.

El verano siguiente llego una nave de la guardia del Rey, era una embarcación asombrosa, perfecta para mis planes, así que con ya mis varios compinches planeamos la manera de apoderarnos de ella. Esperamos que la noche y la neblina hicieran de las suyas y con la bendición de la luna nadamos sigilosos hasta abordar el navío. Protegidos por la penumbra fuimos matando uno a uno de los guardias y tripulantes, el aire se llenó de un olor pútrido en señal de nuestro triunfo.

A la mañana siguiente ya nos encontrábamos navegando rumbo al sur en busca de fortunas. Los cadáveres los lanzamos como un tributo a los asesinos del mar, quienes gustosos se amotinaron bajo las faldas de la nave devorándolos en grandes bocados.

En nuestros viajes atracamos varias embarcaciones llenas de seda y tesoros inimaginables siempre a traición y llenos de rabia, tanto nos temían que llegaron a apodarnos “Las Hienas del Mar”, por nuestra sanguinaria forma de atacar a las víctimas.

Todo iba bien me conocían como “El Capitán Sanguinario”. Mi risa infundía temor sobre todos aquellos que tenían la fortuna de escucharla antes de morir. Contaban que tenía una filosa espada por brazo y que ni el sol mismo se atrevía a proyectar una sombra a mis espaldas.

Lo habíamos logrado teníamos riqueza, mujeres, vino y una fama que se esparcía como pólvora por todo el mundo; nadie podía detenernos. Habiéndolo conseguido todo sentimos la necesidad de obtener algún tesoro exótico, algo que no movieran por los mares, que estuviera en tierra, lo cual representaría un reto mayor para las insaciables “Hienas”.

En algún pueblo escuchamos hablar de aquel pedazo de cruz santa que le daba poderes inimaginables a quien lo poseyera, es por eso que se encontraba resguardado en una fortaleza con más de mil guardias en la más alta de las montañas de las tierras del este; era perfecto, lo que buscábamos.

Escondimos la embarcación en una cueva y nos dirigimos a pie en busca de la cumbre donde estaba resguardado tan precioso amuleto. Pasamos mas de una semana estudiando la manera de penetrar en la fortaleza, tanto así que los hombres sedientos de sangre empezaban a desesperarse, por las noches iniciaban peleas entre ellos a modo de diversión y una vez que estaban los suficientemente borrachos le aullaban a la luna como lobos furiosos. Era importante guardar la compostura y trazar un buen plan ya que el enemigo nos llevaba una superioridad de 20 a 1 según habíamos escuchado.

Cansados de esperar y sin encontrar la manera adecuada de hacernos dentro de la fortaleza decidí mandar a mi mejor hombre, le ordené fingir que era un viajero perdido y que estaba a punto de sucumbir por la sed y el hambre por lo cual rogaba un poco de misericordia antes de morir.

Antes de caer el alba ya se encontraba frente a las grandes puertas del castillo y al lanzar un grito lastimoso en busca de misericordiosa estas se abrieron lentamente y de ellas aparecieron dos hombres para recoger aquel cuerpo que fingía un desmayo.

Pasaron tres lunas y todo parecía en calma dentro de aquellas solidas murallas. Antes de la quinta luna las puertas volvieron a abrirse y de ella salió un repuesto hombre quien agradeció haciendo una reverencia y tomando su bastón inicio su marcha hacia nosotros.

El informe fue impactante, tanto así que todos estallamos en una descomunal risa. Los guardianes de aquel valioso tesoro eran simplemente monjes retirados, desarmados, que habían buscado el sitio mas alto a fin de no ser molestados. El lugar les servía también como su lugar de retiro para poder morir en paz; en la cercanía de los cielos que habitaba su tan amado Dios.

Siendo esto una tarea sumamente sencilla no esperamos ni un segundo mas y armados hasta los dientes marchamos entusiastas para ultrajar el sitio y seguir engrandeciendo nuestra historia.

Escalamos las paredes, quemamos las puertas y asesinábamos extasiados a los monjes quienes pedían clemencia ante el filo de nuestros cuchillos, otros realizaban plegarias en busca del perdón divino mientras nuestras dagas les atravesaban el corazón.

Al llegar a la bóveda donde se encontraba la reliquia el Abad suplicaba entre lagrimas que respetáramos el monasterio y lo sagrado que representaba aquella madera. Debo admitir que me conmovió verlo lloroso, viejo y ensangrentado así que decidí perdonarle la vida a pesar de la molestia de mi tripulación. Tome el cofre donde guardaban el pedazo de cruz y nos alejamos entre cantos, levantando nuestras botellas y bebiendo incesantemente. Pude oír a lo lejos que el sobreviviente lanzo una maldición, pero no le tome importancia ya que la distancia no me dejo oír con claridad, solo reí divertido, – ¿Qué podría hacer aquel viejo moribundo para que yo me arrepintiera de lo que había hecho? –

Regresamos al mar y la celebración duro tanto que nuestros barriles de vino se agotaron, pero estábamos demasiado borrachos para saber dónde nos encontrábamos. En las noches no se apareció ninguna estrella desde que abordamos, nos encontrábamos a la deriva; a merced del mar.

No recuerdo con exactitud, pero quizá pasaron seis días desde que había terminado el festejo. Los hombres y yo nos encontrábamos tirados por toda la cubierta, deshidratados y sudorosos, rogábamos por un buen trago, al parecer moriríamos de sed a pesar de estar rodeados de agua.

Sobrevivimos al sol y llegada la medianoche el viento comenzó a soplar abruptamente agitando el mar con tal fuerza que nuestra nave se mecía inestable; presagiando la muerte. Los hombres despertaron asustados, confundidos. Un potente rayo atravesó la lejanía y con su luz un enorme tentáculo hizo su aparición. La madera empezó a crujir espantosamente, nos sentimos asfixiados y desubicados. Algunos se lanzaron gritando suplicantes por sus vidas hacia el mar, no tuve más remedio que gritar antes de que todos perdieran los sesos – “Traten de salvarse los cobardes, los demás mueran a mi lado con honor, en las bellas entrañas del océano”. –

Hasta ese momento no existía fuerza alguna que pudiera hacerle frente a las Hienas del Mar, pero parecía una batalla perdida ante el poder y la fuerza de aquella criatura que yo creía era un invento para infundir temor entre los piratas. – “¡Maldito Kraken no lograras derribar mi fortaleza y si así lo hicieres juro por los Dioses marinos vengarme en otra vida; nos volveremos a encontrar bastardo de mierda!”. – Grite con rabia mientras blandía mi espada en señal de guerra.

Justo a babor un repugnante ojo me miro fijamente, intercambiamos miradas y le escupí con rabia a la bestia, uno de los dos tenía que morir, sería una lucha sin piedad donde el vencedor se llevaría absolutamente todo.

Luchamos por horas hasta que uno de esos horribles tentáculos logro aventarme con fuerza contra uno de los mástiles. Lleno de furia me levante de golpe, saque de entre mis bolsillos el ultimo trago que quedaba de aquel elixir sagrado de todo buen pirata. Di un ultimo y sustancioso sorbo y escupiendo nuevamente me carcajee augurando lo que seria mi ultima batalla, lo hice de una manera tan desquiciada para asegurarme que ese hijo de perra nunca olvidara mi voz.

Pelee con todas mis fuerzas, logre herirlo un par de veces, pero entre aquella lucha sangrienta la bestia arranco mis brazos, dejándome tirado mientras lentamente me desangraba, era el fin, el Kraken se hundía lentamente mientras el destrozado barco flotaba derrotado. Mi sangre se mezclaría por fin con el mar, aquel mar que tanto ame.

*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.

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