En Loco Tidiano… La maldición de los billetes
By: Rosío Morelos
Sonará bastante absurdo, pero cuando se trata de pagos, a la gente no siempre lo que más le interesa es que saldes tu deuda, sino con qué billetes lo hagas. Incluso algunas veces es tanta la obsesión, que las personas son capaces de darse el lujo de rechazar el pago (a pesar de nuestras buenas intenciones y de la innegable crisis que aqueja al país).
Se pensaría que la jerarquía en la preferencia del efectivo es simple y que está basada en el valor monetario. Si siguiéramos este razonamiento el orden de popularidad ascendente de las caras de los billetes sería el siguiente: Benito Juárez, José María Morelos, Nezahualcóyotl, Sor Juana Inés de la Cruz y finalmente la dupla fantástica: Diego Rivera y Frida Kahlo; algunos testigos cuentan que todavía existe otro billete con mayor denominación y que está representado por el cura Hidalgo, pero como no son comunes los avistamientos, puede ser que se trate más bien de una leyenda urbana.
El orden antes descrito es irreal, la aceptación no depende del valor de cada billete en el mercado. Tristemente tampoco de la popularidad hacia cada figura histórica, (aunque esto es una fortuna, ¿quién de nosotros, simples mortales, puede tener la autoridad para otorgar mayor importancia a cualquiera de los honorables personajes elegidos para representar nuestra moneda? En todo caso los que sí deberían de sentir culpa son los que diseñaron los billetes, que encima de dejar fuera a varios personajes célebres, además, impusieron el valor que cada uno de los que sí incluyeron representa.
La respuesta positiva hacia los billetes tampoco atiende a la psicología del color, (aunque cada denominación cuente con una tonalidad específica y que podría parecer hasta sugestiva). Depende en buena medida del humor del receptor y en mucha, del contexto en el que dicho billete sea otorgado.
Pongamos por caso el billete de $20 y pensemos por un momento que es el día de la quincena, y que el jefe en lugar de depositar a la tarjeta de nómina nos otorga nuestro pago en billetes de esa denominación. Acabaremos con un manojo de papeles bastante incómodo (aunque bien puede servirnos de abanico para mitigar el calor) y seguramente planearemos en silencio la venganza hacia nuestro desconsiderado superior. Y es que además se dice que recibir el pago en “billetes grandes” hace que rinda más el dinero (aunque sea exactamente el mismo monto).
Vamos a poner otro ejemplo, imaginemos que es muy temprano, y que nos subimos al transporte público y queremos pagar los $8 pesos que se cobran con un billete de $500. No cabe duda que si nos atreviéramos a llevar a cabo semejante osadía, podríamos enfrentar serias consecuencias que irían desde miradas de desaprobación, sermones del chofer, confrontaciones verbales, ser bajados a punta de patadas de dicho transporte y en el más polémico de los casos ser condonados del pago (seguramente por ser considerados con algún retraso mental).
Siguiendo estos ejemplos podríamos decir que las reglas no parecen ser muy complicadas: si pensamos pagar el transporte público los billetes favoritos serán los azules y los rositas, (es decir, los del Benemérito y los del Siervo). Si vamos a recibir el pago de nuestro salario los billetes favoritos serán los de artistas: de Sor Juana o de Frida y Diego. El caso de Nezahualcóyotl es peculiar, digamos que es como el comodín que se adapta a las circunstancias: no alcanza a tener la mayor popularidad, pero tampoco recibe un rechazo contundente.
Hay otras situaciones en las que se vuelve más difícil saber cómo proceder y en donde nadie está exento de equivocarse. Hace unos días por ejemplo, intenté pagar dos tortas de milanesa, por un valor total de $70 pesos con el mentado billete de $500. A lo mejor sí fui impertinente al presentar este billete. Diré en mi defensa que no tenía planeada esa compra y el hacerla fue resultado de encontrar todavía cerrada una oficina en la que tenía que hacer algunos trámites. Más dormida que despierta dada la hora de la mañana, quise ganar algo de tiempo y aprovechar para garantizar el desayuno, aunque ya a la hora de pagar me percaté de que había olvidado mi cartera, pero por suerte llevaba en otro compartimento de mi bolsa el billete en cuestión. La señora de las tortas me miró como si en lugar de extenderle un billete le estuviera lanzando una terrible maldición, y acto seguido me arrebató la bolsa de tortas de la mano y me dijo que no tenía cambio.
La situación me hizo reflexionar, la vendedora estaba dispuesta a desperdiciar las tortas si yo no le pagaba con una denominación más baja. Esto se traduciría en pérdidas para ella (a no ser que tuviera mucha hambre y que pensara comérselas).
La situación se explicaría si la señora tuviera muchísimo trabajo haciendo más pedidos, o si estuviera totalmente sola en su negocio, pero no era el caso, su local estaba desierto y había otra persona que se veía que también trabajaba ahí y aun así ni ella ni su acompañante estaban dispuestas a mover un dedo por conseguir cambio. Es más sería comprensible el desinterés si ambas personas fueran empleadas del lugar, pero sucede que quien me atendió era la dueña. ¿No se supondría que el comerciante debería estar preparado con suficiente cambio para despachar a los clientes? ¿No es lógico que el interesado en ganar dinero sea el del negocio? Y entonces ¿cuál será el porcentaje de compra sobre el monto del billete que es válido? Porque en base al ejemplo me queda claro que debe ser mucho mayor al 15% del valor del billete.
En fin, son situaciones de la vida que dejan aprendizaje, (porque la señora eso sí, cuando vio que no pensaba desistir de mi compra me dijo dónde podía ir a cambiar el billete), y después de algunas maniobras, salí de ahí victoriosa con mi bolsa de tortas en la mano, lista para compartir. Hay que decir además que las tortas estaban muy sabrosas.
Luz Rosío Morelos. Egresada de letras, distraída de oficio, afecta a no dar explicaciones.