Relatos de noche sin luna: La hora de las brujas

Escribe: Héctor Medina
La oscuridad de la madrugada envolvía la carretera mientras Gabriel conducía nervioso hacia un nuevo trabajo en una empresa nacional reconocida mundialmente.
La emoción de una nueva oportunidad se mezclaba con el miedo al fracaso, pero el salario triple que le ofrecían era un incentivo demasiado grande como para rechazarlo. Sin embargo, el horario de trabajo era un desafío: terminaría su turno de madrugada, en lo que la gente del lugar llamaba «la hora de las brujas».
El primer día, la empresa le proporcionó un vehículo con escasa gasolina, por lo que Gabriel tuvo que buscar un sitio donde cargar combustible. una aplicación cargada previamente en su celular lo llevó a una gasolinería cercana, donde una señora delgada de unos 66 años lo atendió con una actitud de pocos amigos que hacia temblar al más valiente. La piel se le erizó a Gabriel debido al temor infundado que emanaba de tan solo ver la figura encorvada de la mujer.
Durante las siguientes semanas, Gabriel se convirtió en un cliente habitual de la gasolinería, cargando gasolina cada tres días en la madrugada. Sin embargo, la señora parecía cambiar con cada visita, volviéndose más demacrada y diabólica. Su actitud hacia Gabriel se volvía cada vez más hostil, lo que aumentaba la ansiedad del joven.
Un día, Gabriel decidió cambiar su rutina para cargar gasolina durante la hora en que se le permitia cenar, esperando que algún otro empleado lo atendiera.
Al llegar a la gasolinería, se sorprendió al encontrarla clausurada. Desconcertado, se acercó a una pequeña tienda cercana, donde una luz tenue lo invitaba a saciar su curiosidad. precavidamente entro y pregunto con voz ahogada sobre el cierre del sitio, ya que según contó tenía ya tiempo asistiendo a dicho lugar.
El dueño de la tienda, un señor gordo de cabello alborotado al escuchar aquello, tomo aire y en tono asombrado le explicó que la gasolinería había sido cerrada desde hace muchos años después de que una señora que lo atendía se había suicidado al prender fuego sobre si misma después de rociarse el uniforme con gasolina de la misma bomba que ella atendía. Gabriel se quedó paralizado, y sus pantalones se mojaron involuntariamente. Sin decir una palabra, dio la vuelta y regresó a su ciudad natal, incapaz de seguir adelante con el trabajo que había aceptado con tanta emoción.
La experiencia lo había dejado marcado, y la imagen de la señora demacrada y diabólica se quedó grabada en su mente. Gabriel prefirió quedarse con su antigüo puesto y bajo salario; algunas oportunidades no valen la pena por el costo emocional y psicológico que conllevan.

