Putología
Por Luis Fabián Fuentes Cortés
En la plazoleta corrían niños jugando inocentes rondas, como hacía mucho no lo veía. El sonido de la fuente al centro del arreglo de la plaza era una invitación a hacerle el amor a un libro. Mis ojos se recreaban entre las letras de Cortázar cuando repentinamente mi orgasmo literario fue interrumpido por una voz de una mujer mayor, aproximados sesenta años según mi cálculo.
– ¿No quieres ir al cuarto gordito?
– No señora… muchas gracias.
– Ándale, solo ochenta pesos y lo que cobren del cuarto.
– No, en serio, muchas gracias.
– ¿Cuarenta y el cuarto?
– No gracias…
– ¡Pinche gordo tacaño! ¡Ni que estuvieras tan bueno! – Dijo con tono de desprecio.
– Viera que no necesito… – Respondí con ironía.
Esta es la cara oculta de Morelia. La que no aparece en los folletos turísticos ni en las invitaciones a los festivales culturales, su lado oscuro, lo que sucede en el centro a las tres de la tarde de un miércoles. Pero debí esperarlo. Mi primer día en Morelia, en la misma plaza, vi una de las escenas más perturbadoras de mi vida. Era como la una de la tarde. Tres hombres observaban con absoluta lascivia a una mujer que les hacía un baile erótico. Los tres sujetos eran mayores de cincuenta años, uno de ellos en silla de ruedas tenía las piernas amputadas. La prostituta de aproximadamente cincuenta años improvisaba la danza, como experta teibolera alrededor de un poste de alumbrado público mientras los hombres le daban ritmo con las palmas de las manos. Me arrepentí de no llevar la cámara fotográfica e inmortalizar la escena.
Esto en realidad no es una queja. Pagar por sexo me parece innecesario, además como que el coger por coger me parece algo vacío, prefiero eso a lo que le dicen “hacer el amor”, el sexo enamorado, prefiero el corazón roto a las caricias que cuestan y cariños deshonestos (aunque de estos luego sobran, pero se cuecen aparte) además de que la prostitución como situación de explotación de la mujer me parece repugnante. Pero mis visitas, motivadas por el morbo a esa plaza me fueron mostrando distintas facetas de lo que sucede ahí. Lo primero que me llamó la atención fue la edad de las trabajadoras del lugar. La mayoría mujeres mayores de cuarenta. De repente parece que están ahí sin necesidad de trabajo como tal. Arman tertulias y permanecen en la plaza sin hacer nada más que alimentar su vínculo de amistad. Hace unos días fui sorprendido por una de ellas, vestía y tenía todo el porte de una respetable ama de casa, parecía que venía del trabajo caminábamos por la misma acera, pero en dirección contraria, repentinamente, con voz muy queda dijo: “¿No vas al cuarto?”. La situación me dejó perplejo y me di cuenta de que las putas se pueden vestir y camuflar de formas variadas para despistar al enemigo.
En una de mis épocas de corazón roto, tomé la plaza como sitio de refugio para ir a meditar y escribir poesía basura y bastarda, cartas incendiarias que jamás serían enviadas y a veces, solo a recordar los absurdos de lo irremediable. Las señoras que trabajan ahí se acostumbraron a mi presencia y dejaron de ofrecerme sus servicios y comenzaron a conversar conmigo. Supongo que por curiosidad, de saber que escribía. Comencé a intercambiar la lectura de mis textos por sus historias de vida, consejos y anécdotas. Ahí me entere de mujeres que se les acabó el amor y ahora solo buscan el sexo para llenar los vacíos y ganarse un dinero en el proceso.
Conocí a una mujer madre de cinco hijos que trabajaba en una fábrica por las mañanas, tenía un taller de costura y esto era el extra para que los hijos pudieran pensar en un futuro… “es temporal” solía decir. Conocí a la que se acostumbró a la “mala vida” y ahora lo hace por deporte y porque encuentra en esa forma de vida la comodidad. Vi las formas de escapatoria y camuflaje de la policía y anexas. Para mí era un curso intensivo de putología. Me olvidé de los muchos estereotipos y entendí a Sabines y su “canonicemos a las putas”.
Jamás me metí con alguna de ellas, por si les quedó la duda, así que no hay historia erótica que contar. Sus identidades, historias y otros datos me los guardo para mi archivo personal. ¿La ubicación de la plaza? Cualquier moreliano, por mojigato que sea, la conoce o quizá la hipocresía o el poco roce social los lleve a negar, como lo intentan las autoridades, ese lado oscuro, pero no menos bello e interesante de la ciudad de la cantera rosa. Algo que le es inherente y le da una cierta identidad.
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