La madre de todas las mentadas II
Por Alberto Luquín
Los problemas con el récord de mentadas no fueron sólo de fondo, sino también de forma. No sólo se careció de parámetros que permitieran medir su efectividad, sino que para hacerlo oficial se llenó el formato de registro del récord Guinness (pantallazo, aquí )con la incompetencia digna de un burócrata en lunes por la mañana.
La solicitud, escrita en un inglés que hace quedar a la pronunciación de nuestro presidente como anécdota chusca, ni siquiera atina en la fecha. Para colmo, nadie tomó en cuenta que una solicitud de registro no implica que la tentativa se autorice o se logre. Cuestionada al respecto, la tuitera alcanzó a esbozar una excusa nada sorprendente: seguramente alguien alteró el documento.
Revisando el hashtag, podría decir que el imaginario chairo dio lo mejor de sí: la paranoia contra supuestos “peñabots”, loquitos disfrazados de Guy Fawkes, analfabetas funcionales creyéndose intelectuales y conspiranoicos convencidos de que Twitter abortaría la hazaña o haría lo posible por opacarla. Hasta Jenaro Villamil se apuntó, dando una explicación bastante disparatada sobre cómo funcionan los trend topics.
Sólo encontré un bot, que ya no existe: una cuenta que tuiteaba “#ReChingasATuMadreEPN” una y otra vez, sin establecer interacción alguna con otros usuarios. Pese al visible fracaso, no faltó quien proclamara el éxito en un ejercicio discursivo que encontraba la satisfacción de sus expectativas en el más elemental de los insultos. A falta de resultados u objetivos claros, la catarsis que convirtiera la derrota en triunfo. Puro doublethink.
Recuerdo una mentada “en nombre de las mujeres mexicanas”. Su autora alegaba que, siguiendo el ejemplo de Frida Kahlo, para toda mujer era obligatorio participar del heroico esfuerzo. Aparte del non sequitur y el piterísimo argumento de autoridad, imaginé un país sin más talento u oficio que el de ser comercializado por alguien más y cuyo reconocimiento no depende de su obra, sino de su exotismo, su simpatía ideológica y la discriminación positiva.
Como apuntó @martinPereque, “creer que el mundo va a cambiar de la noche a la mañana por tuitear #RenunciaFulanito es de subnormales”. Más allá de la catarsis hay una consagración del pensamiento mágico empaquetado para consumo masivo, el wishful thinking: la inepta convicción de que el mundo puede ser más justo por sólo expresar el propio descontento.
Posdata. Cada vez que un mamerto izquierdoso fan de la comida orgánica me dice que si todos tuviéramos huertita en casa no haría falta la manipulación genética de alimentos, me dan ganas de recordarle que hasta Marx afirmó que las condiciones de emancipación no son siempre las mismas. Así es, chiquichairos: sus pendejadas hacen llorar a Marx.
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