Rebelde a los 15… Diálogos con el tiempo
El tic tac del reloj es el único sonido que permanece. Siempre que lo oigo recuerdo el cuento del niño que se quedó esperando el momento en el que el presente se convirtiera en el futuro, murió sin verle llegar.
By: Itzia Ramos
Cuando llegan las vacaciones, me dan mucho tiempo para pensar en paredes blancas y pequeñas nubes grises (no al mismo tiempo, eso sería caótico). No, mis ideas dan pequeños saltitos, como si me rogaran que me parara y corriera un poco para perseguirlas. Se plasman entre las grietas de la pared y se esconden por un buen rato, hasta que se me olvida buscarlas.
Hay algo reconfortante en esta cotidianidad. En algún punto pasan por mi mente los suficientes pensamientos para que el tiempo deje de parecer un axioma, y más un concepto con el cual puedo sentarme a discutir. Le hago preguntas de diferentes maneras sin encontrar respuestas rápidas y concretas.
El tic tac del reloj es el único sonido que permanece. Siempre que lo oigo recuerdo el cuento del niño que se quedó esperando el momento en el que el presente se convirtiera en el futuro, murió sin verle llegar. La idea pasa por mi mente como una estrella fugaz, que en realidad el ayer no nos define porque ya no existe y mañana no ha llegado como para que podamos pensar en él. ¿Por lo tanto, sólo tenemos el ahora? ¿Es eso a lo que se refiere la historia?
El tiempo permanece, impasible.
Le cuento como de pequeña soñaba con tener el poder de parar el tiempo. Si el despertador sonaba, yo lo pararía y dormiría dos horas más antes de ir a la escuela. Si la clase se ponía aburrida, yo saldría al patio y regresaría con un chasquido cuando hubiera tomado otro descanso. Sería genial, ¿no?
El viento sopla más fuerte por mi ventana, casi como una risa. Con eso me doy por satisfecha.
Las cosas se encuentran cuando no se está buscando. Como el libro que perdí hace tanto tiempo y un día apareció en mi escritorio, el tiempo me va soltando sus respuestas letra por letra cuando no las espero. Esas, por alguna extraña razón, no las olvido. Las escribo en post-it’s imaginarios que llenan mis paredes blancas, opacan mis pequeñas nubes grises, la luz se refleja en los colores y las frases se tejen solas.
Entre recuerdos y risas me habla de la vida como una aspiración intrínseca en nosotros, en los silencios me habla de la muerte y de la manera en que no difiere de la vida; una existe dentro de la otra. Yo le digo que entonces sólo debemos ser seres dialogando con su propia mortalidad y aprendiendo a vivir con ella, para él es igual: sólo existe. Sólo está aquí para existir.
Entonces, le respondo al fin,
existamos.
Itzia Ramos, estudiante de preparatoria. Ferviente defensora de la libertad y de los tacos al pastor con piña. Escribe columnas en su tiempo libre.