Rebelde a los 15…Ni una menos.
By: Itzia Ramos
La primera oratoria que realicé en mi vida habló sobre los feminicidios. Tenía 12 años, pero había convivido con este tema desde mucho antes. Mi presentación fue recibida con los mismos comentarios de hoy, tan sólo a menor escala. «Las cifras son demasiado pequeñas en comparación a otras muertes para darle esa importancia. A los hombres también los matan.”
Otra vez, se resumen las vidas a cifras. La misma barrera se nos presenta una y otra vez, ¡somos virtualmente invisibles! En este mundo nos pasa algo y nos convertimos en una estadística, una nota roja… nuestro nombre se guardará por dos segundos en la mente de algún desconocido, hasta que el ajetreo de la tarde lo distraiga. Y las personas que sobrevivan a experiencias tan desagradables como las que nos toca vivir, en este caso mujeres, serán desacreditadas.
En algún momento perdí la atención y el #niunamenos pasó a #nadiemenos. “Los homicidios y desapariciones no son problema exclusivo de un género.” “Le dan toda la atención a las mujeres y se olvidan que los hombres también están muriendo.” “A los hombres también los matan.”
Y el ciclo volvió a empezar.
Por un momento, la violencia de género tiene la atención de muchas personas, y a fuerzas debe revolucionar su lucha para que los hombres estén incluidos porque si no es misandria, “ay pinches feminazis nomás les importa si ustedes se mueren, qué hipócritas»
Una chica denuncia que la violaron y no sólo debe volver a ser víctima de todas las preguntas (¿qué vestías? ¿cuántas veces dijiste no? tal vez no te escuchó), las culpas, los «te lo merecías por…», no, ahora debe escuchar «a los hombres también los violan, ahora sí te importa si te violan a ti.»
Esto se ha convertido innecesariamente en las Olimpiadas del Dolor, donde ninguna queja esté exenta de ser respondida con otra aparentemente más grande, más importante, para que pensemos lo que llevamos tanto tiempo pensando: que como son cifras, que como son pocas, no importan. Que los homicidios y desapariciones no sean exclusivos de un género NO significa que no existan casos que sean un problema de género, como los feminicidios.
(Abran los ojos; que se hable de una problemática no significa que otras sean menos válidas. Si quieres hablar del aumento de homicidios, de las vidas (casi todas de hombres) que se han perdido por la delincuencia organizada, hazlo en su momento pertinente: si estás en la carrera de medicina no vas a aprender danza, y si apoyas a una campaña contra la violencia hacia las mujeres NO vas a hablar de este tipo de violencia.)
Pero yo no hago esta columna sólo para quejarme. La hago porque, en el medio de las discusiones, apropiaciones, desacreditaciones de ambos lados, se nos va la chica que hoy caminará a su casa y nunca llegará. Niñas como Giselle, adolescentes como Ximena, mujeres como Imelda que murieron porque alguien más decidió que se lo merecían. Todas las mujeres que están siendo agredidas por su pareja y no saben cómo salir. Dejamos de prestar atención a las chicas que acosan en las calles y deben caminar más rápido, aguantarse las lágrimas porque esto es “normal». Conversamos con mis amigas sobre llaves, patadas, gritar fuego en vez de socorro, ya no podemos salir solas o usar el transporte… y me pregunto, ¿en qué momento llegamos a esto?
El problema existe, por más que intenten minimizarlo. Por eso (y con el permiso de ellas) cierro con tres testimonios de chicas cuyas edades rondan a la mía, de 15 a 19 años, conocidas mías con las que hablé sobre esto. Porque es real. Porque no es algo pequeño o insignificante. Porque no quiero que nadie que conozca, incluida yo, sea mañana la que no regrese a casa.
«Estábamos en el centro de la ciudad con unos amigos pero una amiga y yo nos adelantamos un poco, como una media calle. Había un señor sentado pidiendo dinero adelante, cuando nos vio nos dijo algo pero nosotras no prestamos atención. De pronto vi cómo mi amiga se «caía» hacia atrás, resulta que el señor la había agarrado de la mano y la jalaba hacia él. Yo jalé a mi amiga más fuerte y corrimos unas dos cuadras sin ver para atrás. Cuando se lo contamos a otro amigo nos dijo que si él hubiera estado eso no nos hubiera pasado y sí me enojé porque sabía que era cierto.»
“Una vez iba a la casa de la cultura y un señor que me vio en la parada del bus me preguntó mi nombre y pues le respondí más de a fuerza que de ganas porque ya se me hacía tarde, además no es muy agradable que un desconocido empiece a seguirte. Me insistió 5 minutos para ir con el por un café y así seguir «platicando», lo bueno es que huí pero que miedo la neta.”
“Una vez iba caminando y había una fila de muchachos en éste orden: 1 muchacho, 2 parejas de muchacho y muchacha, y luego estaba yo. En eso un señor pasó al lado contrario del que íbamos y observó a las muchachas que iban en pareja rápidamente (como antes mencioné, era hombre y mujer ) y entonces se me quedó viendo porque yo iba sola, se esperó hasta estar a un lado de mí y me aventó un beso (de esos tronados que te avientan los conductores de autos cuando vas pasando) ¡y me molesté muchísimo porque el tipo lo hizo porque no tenía un hombre a un lado!”
Itzia Ramos, estudiante de preparatoria. Ferviente defensora de la libertad y de los tacos al pastor con piña. Escribe poesía en sus tiempos libres.