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La inquisición miope/ By @indiehalda

Por Oscar Hernández

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

La libertad de expresión. Ah, ese fruto agridulce del árbol de la democracia, del que uno come hasta el hartazgo… más en estos tiempos de redes sociales, donde el anonimato es el refugio desde donde podemos decir las barbaridades que se nos vengan en gana. Desde esta perspectiva, todo es criticable, sin importar lo destructivo de la crítica.

Y mientras este país sufre con un sistema que se cae a pedazos de lo podrido (eso sí, se perfuma bastante bien) ¿a qué se dedica la opinión pública? Esta semana, a criticar la pifia de Cristian Castro -estrella de mediano brillo en la pléyade nacional- en el noticiero prime time de Joaquín López-Dóriga. El viejo vicio de mirar la paja en el ojo ajeno.

Para poder tener claro de qué se burlaba la gente, puse el extracto del tropiezo del “Gallito Feliz”: un minuto y diez segundos donde observé a un cuate claramente nervioso, apenado ante su error, buscando justificar la ignorancia sobre un dato francamente irrelevante en su quehacer. El conductor, que se supo parte de la pifia (y a quien también ya le ha tocado) se disculpa. El momento se vuelve cada vez más incómodo. Una carcajada al fondo del estudio indica que esto, al final, fue un momento divertido. Y que debió quedarse en eso: unas carcajadas, una lección aprendida y a otra cosa.

Pues no: fue cuestión de segundos para que ejércitos de eruditos salieran a apalear a un cuate que, hasta donde mis conocimientos de farándula nacional llegan, nunca se ha metido con nadie. Ignorante, burro, analfabeta, pendejo y los acumulados por su voz aguda y sus maneras. Al pobre seguro no le quedaron ganas de volver a hacer una entrevista en un rato.

Y así, esos paladines de la sabiduría pudieron sentirse bien consigo mismos. “Já, seguro ese tal Cristian aprenderá a no cometer errores después de esto” mientras en la casa de este hombre, hijo de una de las mujeres más poderosas del entretenimiento nacional (la Gaviota qué) se siguen riendo del resbalón, preparando algún concierto, un nuevo disco, qué sé yo. Como él mismo dijo “Los cantantes andamos en las canciones” y me imagino que sus muchos fans no se lo recriminan.

¿En qué nos hemos convertido? Somos aquellos que criticamos el “Ya me cansé”, el “Yo no soy la señora de la casa”, el “No recuerdo 3 libros”. Y está bien, cada quien persigue los demonios que su alma le suspira. Pero si esta manía de buscar el resbalón y abalanzarse sobre la víctima realmente mejorara algo, este país sería otro. Y lleva siendo el mismo desde hace décadas, quizá un poco más patán solamente.

Admito que soy, como coloquialmente le llaman, un “nazi de la ortografía”: por ahí ando evangelizando sobre el uso de las ces y las eses, riéndome de los incautos y molestando a los ufanos. Mi nazismo muere de manera hipócrita con mi madre, dueña de una ortografía tan deliciosamente mala que me desarma a carcajadas. Años de cariñosas correcciones me han enseñado que, al final, si ella es feliz ultimadamente quién soy yo para cambiarla.

Sí, podemos criticar la cocina de un chef, la técnica de un pintor, el juego de un futbolista, y es nuestro deber hacerlo en el sentido más constructivo posible. Pero criticar el sazón del futbolista, el control de balón del pintor o las pinceladas del cocinero no sólo es inútil, sino perverso. Citando a Einstein “Todos somos unos genios. Pero si juzgas a un pez por su habilidad de escalar un árbol, vivirá su vida entera creyendo que es estúpido” y una carrera exitosa me dice que Cristian no es ningún estúpido.

Considero que un país que se burla de una persona que ubicó a un prócer nacional en la época incorrecta tiene una visión muy corta de lo relevante, una sociedad de inquisidores miopes. Al señor Castro se le critica por no saber algo “de primaria”, pero que nos vanagloriemos porque nosotros sí lo sabemos habla de lo pobre de nuestros estándares.

Deberíamos estar hablando de lo realmente importante: proponer cambios profundos al sistema político, que enriquece a los partidos y a sus líderes; endurecer las penas por corrupción (en China es crimen de pena de muerte o cadena perpetua, por cierto); poner en cintura al magisterio, a PEMEX, a esas instituciones que piden y piden y piden y de las que no se exige nada; detener los cacicazgos, que generan señores feudales que tienen a amplios sectores de población en una especie de moderno porfiriato; mejorar un sistema de impartición de justicia que beneficia al poderoso; y , por el amor de Dios, pensar en acciones que detengan la brecha gigante que se abre cada vez más dolorosa entre los muy ricos y los muy pobres.

No riéndonos de un cantante que no supo ubicar en qué época de la historia nacional fue héroe Benito Juárez, por favor.

Hoy a la hora de la comida escuchaba a un par de personas hablar sobre el tema. “Oye, qué pendejazo el Cristian, ¿no?” dijo uno. El otro, que meneaba los palillos con pereza sobre sus makis le contestó “Y a todo esto ¿en qué época fue presidente Juárez?”

El tipo no supo qué contestar. No más preguntas, su señoría.

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