Reprobado por la vida
Por Luis Fabián Fuentes Cortés
La maestra llegó al salón tarde como de costumbre. Era el tercer grado en cierta secundaria federal de Zamora. Era evidente que no había preparado la clase. Lo supe desde que dijo: “Copien la lectura de la página 45 y 46 en su libreta”. Su voz adormilada contrastaba con sus veintitantos años. Acto seguido, abrió el catálogo de Avón al mismo tiempo que abrió las piernas despreocupadamente pese a traer falda diariamente. Esto último fue agradecido por varios de sus pubertos y calenturientos alumnos, algunos hasta tomaron posiciones más cómodas para observar mejor lo que transcurría en su ropa interior. Ella ni se dio cuenta. Una alumna se acerca desesperada. Carga en sus manos un encuadernado de aproximadamente 100 páginas.
– Maestra, disculpe que la interrumpa, pero necesito ayuda con mi guía para la prepa… es que no hemos visto nada de lo que me preguntan en la parte de Español…
– Revisa en tu libro y…
– Es que ya lo revisé y no encuentro las respuestas…
– ¿Qué te preguntan?
– ¿Quién escribió El llano en Llamas?
– Creo que fue Pablo Neruda…
– No maestra – Contesté desde mi silla al fondo del aula – Fue Juan Rulfo…
– ¡Ah mira! Tu compañero sabe… ve con él y que te ayude con tu guía…
La reacción de la maestra me ocasionó sentimientos encontrados. Por un lado, quería darle de madrazos a sus profes de la Normal. ¿Cómo habían permitido que una estúpida que no sabía quién había escrito el Llano en Llamas aprobara para ser maestra de Español? ¿Cómo era posible que un ser tan irresponsable estuviera frente a grupo? Sin duda, sus profes habían dicho algo así como “que la repruebe la vida”. No se dieron cuenta de lo que hacían o les valió madre. Lo cierto es que los chingados terminamos siendo los alumnos de esa generación y de varias más.
No aprendimos nada de Literatura o demás contenidos del programa. Solo nos dedicamos a copiar lecturas a la libreta. Años después me enteré de que había heredado la plaza. Nuevamente, las decisiones de gente que creyó hacer un bien terminaron por partirnos el hocico a los pobres alumnos del tercero “K” vespertino de aquella secundaria. La mayoría de mis compañeros jamás supieron quienes fueron Rulfo o Neruda, pero sabían perfectamente los colores de calzones de la maestra.
Por mi parte, la decisión de la maestra ese día no me resultó tan desfavorable, esa niña era la protagonista inconsciente de mis pubertos sueños húmedos. Siendo el nerd del grupo y con padres preocupados que siempre pusieron a mi disposición una buena cantidad de libros y me motivaban para leer no me fue difícil comenzar a apoyar a mi compañera con su guía… luego no era solo ella, eran todas sus amigas… y no sólo en Español, también en todas las demás materias de la guía, me convertí en su asesor informal. La verdad es que sin la decisión de la maestra huevona, jamás me hubiera acercado a hablarle y creo que ella tampoco. En verdad le agradezco a la maestra de español su ignorancia y flojera, porque gracias a eso tuve mi primera novia. Llegó a tanto su flojera que me podía dar el lujo de pedirle permiso para salir de clases e ir a otro lado, fuera del salón, a explicarle con más calma y a solas los versos del buen Benedetti o leerle al oído algún poema de Sabines.
¿Cuántos profesionistas habrá afuera que fueron aprobados bajo la frase “que los repruebe la vida”? No lo imagino, solo deseo que los maestros que aprueban a todo el grupo bajo ese lema, evitando su responsabilidad de evaluar adecuadamente y simplemente porque quieren evitar problemas o porque quieren ser amados por todo el mundo, el día de mañana que caigan al hospital o al fresco bote, manden hacer una casa con un ingeniero o arquitecto, etcétera, sean atendidos por alguien que fue liberado en espera de que lo repruebe la vida… y sí, espero que repruebe con ustedes…
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