Doble click: ¿Quién está más güey?
Escribe: Vania Montes
El domingo pasado se dio el primer debate por la presidencia del país. Veía a Xóchitl Gálvez y recordé que alguna vez estuve en Tlaxcala en un seminario organizado por la fundación Friedrich-Ebert (la organización política más antigua de Alemania) y ahí coincidimos con las fuerzas vivas del PRI. También ahí me tocó conocer a muchas mujeres muy capaces, entre ellas Beatriz Paredes, y no se me malinterprete, además de que el voto es secreto y no me veo votando por el PRI; sí quiero decir que la reconocí en ese momento y la respeto todavía como una mujer muy inteligente, por lo que me dio pesar que se hubiera hecho a un lado y permitiera que sin consulta nombraran a Xóchitl como representante del frente porque por lo menos hubiera subido el nivel del discurso, eso lo sé.
Pues bien, esa mujer que me recuerda tanto a Fox, me sorprendió (o tal vez no) por lo normalizado que tiene su clasismo. La facilidad con que ignora que el pobre no es pobre porque quiere y con la misma naturalidad se le llena la boca diciendo que hizo una fortuna de vender gelatinas y tamales. Perdón, pero que alguien le diga a la señora que, en México, la TERCERA PARTE DE LA POBLACIÓN VIVE CON EL SALARIO MÍNIMO, que en la realidad que impera la gente no se hace millonaria de vender gelatinas ni tamales. Que no nos tome por tontos.
Le puedo dispensar que sea una bocona que no paga sus apuestas (pregúntenle a los del Salesiano), que hable mal del presidente del partido que la postuló en una rueda de prensa llena de priístas (aunque Alito es impresentable, fue una torpeza suprema).
Dejando de lado que se plagió su informe de titulación y que siendo ingeniera no sabe sumar, no me vibra que sea una mujer que viste huipil y se autodenomina indígena tenga tan poca empatía con sus hermanos indígenas; o por lo menos con los del sur, a los que de tontos y huevones no bajó, como cuando dijo que Oaxaca no tiene capital humano y que por eso Tesla no se establecería ahí, o que la gente de Chiapas no está acostumbrada a trabajar ocho horas seguidas. Otra vez, la señora que triunfó vendiendo gelatinas desconoce cuál es la jornada laboral establecida en la Ley federal del trabajo y que, en la práctica, los mexicanos trabajamos más de 10 horas.
Ahora también dijo que si a los 60 años no te habías hecho de un patrimonio era porque estabas muy güey y bueno, que alguien le diga que el 73% de los mexicanos no tiene casa propia, así que en su afán de darle un llegue a la candidata de Morena se atoró a un buen sector que podría votar por ella (esa tercera parte, por ejemplo, que no quiere a AMLO). Y aunque luego salió a decir que lo sacaron de contexto, ya empezamos a acostumbrarnos a que se desdiga: como cuando pasó de ser pro derechos a provida; luego con eso de que quiere que los programas sociales sean temporales porque «¡hay que trabajar, cabrones!» cito textualmente. Y después dijo que los programas sociales se quedaban. Y aunque dice que es de izquierda aseguró que de ganar le dará certeza jurídica a la ultraderecha, para que hagan negocios, porque ellos sí saben hacer lana.
Para rematar, no supo aprovechar el debate y se obstinó en mostrar sus supuestas pruebas en las redes sociales. La ingeniera le apuesta a la tecnología ignorando que es en la Tv abierta donde la clase que no tiene el privilegio del internet, la estaba viendo.
Lo que es una realidad es que “alguien debe decirle al emperador (para nuestros fines, Xóchitl Gálvez) que camina desnudo», porque su privilegio la ataranta. Y si no me creen: ¿pregúntenle a los muertos?