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Relatos de noches sin luna: Melisa

Escribe: Héctor Medina

Habían pasado ya dos meses desde aquel fatídico incidente que me mantuvo incomunicado en una celda oscura de barrotes oxidados, llenos de misera y suciedad, en un ambiente de hostilidad y delincuencia por un supuesto crimen que no cometí.

El sol y el aire fresco fueron las primeras palmadas que recibí en la espalda dándome la bienvenida de nuevo al mundo cuando recién salí de aquel presidio de “máxima seguridad”, pero mi buena conducta y el acierto de mi abogado hicieron de las suyas para poder salir mucho antes del tiempo establecido por la ley.

Sintiéndome un tanto desadaptado con la sociedad a causa de la condena que injustamente me fue impuesta, decidí enclaustrarme en mi departamento con el fin de comprender como se usaban las redes sociales a fin de conocer gente nueva que estuviera dispuesta a cometer locuras virtuales conmigo.

Redactaba threads en instagram, estados en Facebook y graba alguno que otro tik tok llamativo. Comentaba casi todos los estados que fueran casi tan desesperados como el mío, o al menos que me sugirieran algo interesante para poder distraer mi mente.

Comencé a crear una serie de falsas relaciones digitales de las cuales no generaba más que la ilusión de que algún día nos conoceríamos en persona para cumplir fantasías y citas fantásticas que todo mundo deseaba tener. Pasaba el tiempo frente a la computadora y el celular de los cuales solo me despegaba para comer, ir al baño y dormir.

Afortunadamente el gobierno a fin de resarcir un poco el daño que le había causado a mi persona decidió otorgarme un empleo donde lo único que debía hacer era informar a las empresas disqueras si alguien usaba alguna canción sin permiso que tuviera derechos de autor en sus videos personales; los gadgets y un software de monitoreo constante eran mis herramientas de trabajo.

Me sentía tan satisfecho con mis múltiples amoríos a distancia que no era necesario salir de mi santuario. Sin embargo, mi cuerpo necesitaba esas sensaciones carnales, esa humedad tan deliciosa que le recorre a uno el cuerpo y que solamente alguien real podía mitigar.

De vez en cuando contrataba a una que otra mujerzuela que me dejaba satisfecho por lo menos un par de días, el salario me era bueno por lo cual podía pagar su servicio sin problema alguno, pero el morbo no era el mismo que con Melisa.

Esa chica facebookera que me hizo adoptar una nueva posición de formalidad y que conocí al siguiente otoño de mi libertad.  Que después de cinco posts me había robado el corazón y a la cual pude convencer para que me otorgara su número privado para poder enviarnos mensajes sumamente eróticos, llenos de deseo y ambición.

Poco a poco el calor de aquellos contenidos tan provocativos fue subiendo de intensidad hasta llegar a un climax indescriptible. Las fotos que me enviaba siempre mostraban una mujer hermosa, unos grandes ojos marrón y unos labios carnosos, unos senos estilizados y una cadera llena de fertilidad. En verdad que me parecía atractiva, ya que los filtros que usaba eran sumamente tenues y bien utilizados; demasiado bueno para ser verdad.

Después de dos meses comenzamos a marcarnos por lo menos cinco veces a la semana, justo después de que ella se duchaba y se tiraba en cueros sobre su cama según me relataba.  Pasábamos noches enteras imaginando como se sentirían nuestras caricias mientras nuestros corazones se agitaban al unisonó. Nos enclaustrábamos en nuestras voces, en la intensidad y forma con la que pronunciábamos cada palabra de acuerdo a la situación que imaginábamos mientras la sangre hinchaba nuestras venas enrojeciéndonos la piel.

Una noche le confesé todas mis fantasías y esas cosas que aun no le había dicho pero que hacía un par de días había soñado hacerle con mi lengua y con mis manos. Ella más que excitada prometió mandarme un video donde me mostraría lo que haría pensando en mí mientras usaba la lencería carmín que había comprado específicamente para ese día en el que por fin estaríamos frente a frente. Loco de deseo acepte casi histérico colgando la llamada mientras mi mano temblaba llena de deseo, tanto así fue el frenesí que tuve que tomar una ducha fría y al terminar no me quedo más que esperar ansioso a que llegara la fecha prometida.

Me dejo esperando una semana entera. Una tarde llamo y después de que confesó burlonamente que ya se había divertido lo suficiente haciéndome sufrir presiono el botón de enviar mientras sonaba un beso por el auricular. Fue entonces que el tan esperado video llego como un viento divino que me puso los pelos de punta al leer la notificación que decía: “lo prometido es deuda”.

Al reproducir el video descubrí que no era realmente como esa chica de sensual voz me había hecho creer. Era totalmente diferente a como la había imaginado cayéndose inmediatamente de ese pedestal en donde infantilmente la coloque. Enfurecido decidí terminar de tajo con nuestra relación, no tenía nada que ver su aspecto físico sino el hecho de que había mentido; traicionado mi confianza haciéndome romper esa promesa de lealtad que había jurado para ella.

Me sentí decepcionado ante aquella mujer a la cual le había creado un halo, pues en Internet generalmente solo se encuentran fotos con retoques y filtros donde las féminas muestran ángulos que promueven inmediatamente el morbo de aquellos hombres que scrollean las pantallas de los dispositivos en busca de un placer carnal. Mujeres que uno pensaría que no suelen salir solas a la calle; ¡que decepción!, me había convertido en un ser materialista.

Decidí no lastimar más la relación y opte por emigrar de todas las cuentas donde la tenían agregada dejándola “sola”, sin que pudiera saber más de mí y por supuesto que cambie mi número telefónico a fin de no sentir esa necesidad de comunicarme con ella; las traiciones no van conmigo. Por mi parte me había mostrado totalmente transparente, contándole cada cosa que yo consideraba importante sobre mí. Pero ella en algún momento decidió continuar con su estrategia, ensalzando más aquello que evidentemente le resultaba un juego.

Tenía la ventaja de que no sabría más de mi pues había adquirido mucha experiencia en el uso de las nuevas tecnologías. Con el tiempo no recordaría nada de mí y debo admitir que me costó un poco alejarme de ella, por no decir bastante. Sin embargo, era lo mejor que podía hacer en esta nueva etapa de mi vida.

Después de ese triste acontecimiento con Melisa me animé a socializar y dejar solo los aparatos para cuestiones de trabajo. Salí a las calles y bares a fin de conocer gente real con todos esos defectos que te hacen querer a las personas por como son y no por cómo se ven.

*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.

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