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Relatos de noche sin luna: Vanrar

Escribe: Héctor Medina

Y pensar que todo comenzó con un café a las 8:45 horas. Como todas las mañanas hojeaba el periódico en la cafetería San Sebastián en espera de las diez. Hora en la que habitualmente abrían mi oficina donde seguramente redactaría alguno que otro artículo acerca de la farándula.

Todo era normal, repetitivo. El aire era seco y los transeúntes corrían de una cera a la otra al marcarse el rojo para los automóviles. De pronto lo vi, era un encabezado grande y con letras más negras de lo normal: JOVEN CIENTIFICA DESCUBRE SOLUCIÓN MARAVILLOSA, HECHA A BASE DE PLANTAS MEDICINALES QUE PUEDEN COMBATIR CUALQUIER ENFERMEDAD. En realidad no me sorprendió la posible cura que este maravilloso elixir pudiera causar; me cautivo su foto, la presencia que emanaba, todo lo que me provocaba.

Era la mujer que nunca soñé, pero da la cual me enamoré con solo verla. Había algo en su mirada, en su nariz, en su cabello lacio o en esa sonrisa distraída que puedo asegurar decía mi nombre sin que ella lo supiera.

Dejé el dinero exacto sobre la mesa de aquella cafetería y salí corriendo a investigar un poco más de tan hermosa mujer. Nunca había creído en el amor, pero también puede ser que siempre haya estado equivocado respecto a él.

Entre al edificio, después al elevador, saque el móvil y le llame a Harry.

– ¿Bueno?

– ¿La has visto?

– ¿A quién?

-La chica de los titulares.

-No, ¿Qué tramas?

-Vamos amigo, toma el diario y míralo por ti mismo.

– ¡Oh!, te refieres a Hanny Vanrar.

– Hanny…

-¡Ey!, Contesta, ¿sigues ahí?, ¿despierta?

Equivoqué de piso y vagué por los pasillos de las oficinas de la sección Deportiva. Llegué al ventanal y mire la ciudad, ¿Qué estará haciendo en este momento?, ¿Tomara café? O quizá pueda invitarle una copa y decirle que deseo hacer un reportaje sobre ella, que estoy preocupado por la salud del mundo, la caries, las verrugas y el exceso de vello en las orejas de los ancianos. ¡Pero que estupidez!, ella tan científica y yo tan escritor para idiotas.

Mi celular sonó:

-Cabrón, ¿Por qué me colgaste? ¿Para eso llamas? Para dejarme hablando solo como idiota.

-Eres medio idiota así que solo vale la mitad. Dime que más me puedes decir de ella.

-No te lo diré a menos que me invites un par de tragos en Le Roux el viernes.

-Da igual, siempre que salgo contigo término pagando tus borracheras.

-Ok, ok. No tienes por qué gritarlo a los cuatro vientos. Esta noche ira a cenar al Medieval, 7:30 pm, habla con Patrick, dile que vas de mi parte y te dejara atender su mesa. Espero sepas algo sobre ser mozo y acerca de los buenos vinos. No es la manera más elegante de presentarte ante una chica, pero al menos es la más cercana, la más saludable y discreta ya que estará rodeada de pendejos millonarios a los cuales les importa una mierda la salud, solo piensan en el dinero… hablando de eso me voy mi crédito se acaba, recuérdalo 7:30pm con Patrick. No la cagues hermano, no la cagues.

Guardé el celular, Salí corriendo a buscar al tal Patrick, hablé con él y accedió a cambio de una buena caja de habanos. Me presto el uniforme de mesero y me dio algunas indicaciones.

Llegó la hora esperada. las puertas se abrieron mostrándome a la señorita Vanrar en un entallado vestido rojo. Ahí estaba, no supe que hacer… ¿Cómo lograría hacer que me notara?

Patrick me abofeteo y con voz fuerte me exigió fuera atender – A la gente rica no se le debe hacer esperar idiota-.

 Mis pies regresaron al suelo, corrí cual bólido a brindar mis servicios. Al llegar recomendé el vino que el capitán me indico mencionar. Me disponía a ir por las copas cuando ella tomo mi antebrazo de una forma fuerte y dulce, no supe cuándo ni como pero su boca estaba a tres centímetros de mi oído.

-Cuando puedas inventa algo para sacarme de aquí, se ve claramente que no eres un empleado de este lugar, más bien eres del tipo listo que finge ser mesero, por favor, que sea tu buena obra del día-.

Experimente lo que es sudar en frio, lo que la gente llama mariposas en el estómago, una revoltura exquisita de tripas que me hacía sentir flotar. Estuve a punto de expulsarlas de una manera no grata al sentirme mareado ante tal emoción, pero me contuve y me concentré en tan inesperada petición. Todo estaba saliendo mejor de lo planeado.

Tenía que pensar en algo, era la oportunidad perfecta, no iba a fracasar, ¡claro que no! La sacaría de ahí, la llevaría al mirador y le platicaría de como las estrellas se van moviendo. Ella diría –eso no es posible – y yo contestaría – es más romántico que decir que la tierra es la única que se mueve- entonces me sonreiría e inclinaría su cabeza sobre mi hombro, seguramente estaría feliz de no tener que escuchar idioteces empresariales. Regrese de mi sueño guajiro y trame un buen plan. Después de que ordenaran sus platillos, fingiría un tropiezo (algo bastante trillado pero efectivo dada la reputación de algunos meseros) arruinaría su vestido, pero salvaría su noche, sería su héroe. De cualquier manera, traía un buen abrigo en la parte posterior de mi auto, eso la cubriría del frio y del horrible destrozo que le provocaría a su atuendo.

El planeado incidente ocurrió, ella se disculpó, se dirigió al baño. Antes de que pudiera llegar a él, le tome la mano y la saque a prisa de aquel terrible y elegante lugar; fuimos al mirador.

-Te ves hermosa, mucho más que en el diario matutino. Ya se tu nombre y aunque no lo conociera no creo que importara del todo, podría elegir mil nombres para ti y tu mirada seguiría siendo la misma, aunque hubiera sol, aunque faltara la luna-

Note que se sonrojaba, me sonrió, puso su cabeza en mi hombro y me dijo:

Puede que mi invento salve millones de vidas, pero tu desconocido, has salvado mi noche.

Y nos quedamos observando las estrellas en silencio, como si no existiera el mundo del cual habíamos logrado escapar recientemente. Ella tan hermosa como nunca lo hubiera imaginado, y yo sintiendo la fuerza del universo en cada célula de mi ser cada que su mano rozaba la mía.

*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.

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