COLUMNEROSOTROS

Relatos de noche sin luna: La Mina

Escribe: Héctor Medina

El ritmo de la ciudad siempre me ha parecido nefasto, tanto ir y venir por las calles entre muchedumbres resulta agotador. Todos los días la misma rutina: despertar, cagar, bañarse, ponerse ropa limpia y salir corriendo rumbo al trabajo esperando no llegar tarde para no recibir la típica burla de la gorda de la entrada que lo único que hace es dar el pitazo a los supervisores de quién no cumple con el horario impuesto. -Por eso está tan obesa, ocho horas sentada viendo el celular. Y pensar que hay gente a la que le pagan por no hacer nada-.

Aún con todo esto, siempre nos han dicho que ninguna otra empresa consiente tanto a sus trabajadores y que el premio por traer la camisa bien puesta es que siempre habrá café de Veracruz en la cafetera y que podemos servirnos hasta dos tazas por día, ¡caramba! que amabilidad, sin duda solo les falta decir que por cada hora de trabajo disponemos de un minuto para ir al baño y que estos son acumulables.

Pero bueno de algo se tiene que vivir en esta ciudad y yo debía seguir atendiendo a las joyitas de clientes que vociferaban preguntas estúpidas desde el otro lado de la bocina. ¡Vaya! Y yo que hace un par de años me imaginaba viajando en un yate con su propia piscina, acompañado de un par de rubias, conociendo tierras extrañas y tomando toda clase de vinos que el mundo pudiera ofrecerle a un joven aventurero como yo. Mas las únicas aventuras que conozco son las que ofrecen el pecero o el metro. Historias llenas de estafas, asaltos, acosos sexuales y una que otra diarrea por comer fuera de casa.

La única motivación que me hacía salir de la cama era que ya había trabajado lo suficiente como para poder tener una semana completa de vacaciones, ¡ya lo sé! suena increíble y si todo eso lo pensaba como “siete días” ¡sonaba maravilloso! Pocas veces desde que entre a trabajar me había sentido tan afortunado. Tal era mi alegría que alguno que otro compañero godin al enterarse de mi bien y merecido descanso empezaron a ofrecerme los beneficios de adquirir un paquete todo incluido en la playa más cómoda de todo el país.

-Serán las vacaciones perfectas y lo mejor es que no tendrás que hacer nada, todo viene incluido, bueno menos el transporte, pero no te preocupes te hare un buen descuento del que estoy seguro me agradecerás, ¡ah, pero no olvides traerme mi llavero, ja, ja! –

– ¡No me chingues! Lo que quiero es no tener contacto alguno con personas, estoy cansado de escuchar día con día las quejas y preguntas sin sentido de los clientes, de tener que esperar para poder usar una de las pinches mesas de la cafetería y después tener que tragarme apresurado el desayuno porque el tiempo ya es insuficiente. De soportar las pestes del transporte público y del ruido de los vecinos –

Tenía pues otra idea en mente; una excursión a cualquier cerro o montaña lejos de la ciudad. Claro no faltó el idiota que dijo: -qué bueno que lo hagas, es algo emocional, espiritual, de crecimiento personal, de conocimiento interno, es regresar a tu origen, ay eso habla tan bien de ti, has madurado mucho, ¡bla, bla, bla!- tantas mamadas que se dicen y ni siquiera saben que en realidad yo solo quería tener algunos momentos de quietud sin que alguien estuviera jodiendome con voz de pito en todo el día y en todo momento.

Así que como buen amateur busque los típicos videos de 10 cosas que no debes olvidar si vas a acampar, y bueno, de paso, los 5 mejores trucos para encender una fogata. Tenía pensado que este viaje sería algo excelente, esa vaga fantasía de estar tirado sobre una hamaca tomando una cerveza mientras sobre el fuego se cocina un buen pedazo de carne; solo la quietud y el gozo. Imaginarme aquella escena me producía una excitación fantástica de la cual no hablaré más.

El día llegó, el cielo era límpido y totalmente azul, cosa que me extrañó pues por lo general siempre son algo grises las mañanas en mi barrio, pero lo tomé como una buena señal. Me dirigí a la “central guajolotera” y tomé el primer camión que fuera a uno de tantos pueblitos; lo importante era alejarme del bullicio citadino. Pasamos varios baches, brechas y vendedores de churros y solo me quité la mochila de las piernas hasta que el chofer se detuvo y dijo con una voz sucia y ronca -hasta’qui llego joven-

Anduve preguntando en el pueblo por lugares cercanos donde se pudiera acampar, compré mis cervezas, mis cigarros y un buen pedazo de carne para después internarme en la quietud de la naturaleza. Las horas se me fueron como agua entre piedras y vegetación, de vez en cuando iba dejando alguna marca para no perder mi camino de regreso, hasta que llego un punto donde ya no pude más y decidí sentarme bajo la sombra de un descomunal árbol. El clima era fresco a pesar del inminente sol. Me quite las botas y suspire aliviado, que reconfortante se sentía todo aquello, que precioso era el silencio. 

No supe el momento en el que me quedé dormido, desperté casi anocheciendo y la preocupación se hizo presente.  -Hace ya varias horas que deberías haber instalado la casa de campaña, recolectado la madera y encendido la fogata-, me reclamaba incesantemente en mis adentros. No teniendo ya más tiempo para todo aquello busque algún refugio un poco más sólido que aquellas ramas con las que según yo había hecho una choza, y fue así que encontré una vieja mina.

Por supuesto no haría caso de los letreros de precaución y todas esas cosas que ponen para que uno no pase; yo era un aventurero rebelde. En realidad, me producía más terror tener que dormir a la intemperie que en aquella cueva artificial.

Tomé mi lampara sorda y me adentré hasta cierta distancia donde consideré que no habría peligro alguno. Examiné la zona y al no encontrar nada que me provocara un descontento decidí encender un fuego a como me permitieran las circunstancias. De alguna manera lo logré y me dispuse a fumar un cigarrillo, ¡caramba que bueno soy en esto!, no entiendo por qué nunca lo había hecho antes.

Pasaron un par de horas y nuevamente el cansancio se hizo presente, mi cuerpo se desparramó y las puntas de mis botas quedaron increíblemente cerca del fuego que había encendido con anterioridad, fue cuestión de minutos para que el olor a quemado me hiciera dar un salto repentino que me hizo chocar con una de las ya casi podridas entibaciones, lo que provocó irreversiblemente que aquella mina colapsara.

Cuando recuperé el conocimiento me encontraba encerrado en una cúpula de piedras, de espacio reducido y con una ansiedad que me desbordaba del cuerpo. Los pensamientos más terribles invadieron los pocos centímetros con los que contaba y aunque habían pasado un par de minutos me sentí enloquecer.

En mi mente se dibujaban los más extraños escenarios, serpientes, murciélagos, bichos descomunales haciendo ruidos desde el otro lado de mi prisión de rocas. Sentía cómo el poco espacio se reducía rápidamente a cada respiración y que moriría aplastado si hacia un movimiento en falso.

Debía mantenerme sereno y utilizar la menor cantidad de oxígeno posible. Pero todo aquello que rondaba por mi mente me iba aniquilando poco a poco.

No sé cuánto tiempo llevaba así pero no podía permitir el quedarme dormido. El pánico me recorría las venas y la ansiedad hacia temblar mis pies con la fuerza de un taladro. Afuera aquellos sonidos infernales seguían intentando penetrar hasta mí; gruñidos de bestias, gritos infames que parecían hacer temblar las piedras provocando un polvo que poco a poco iba consumiendo mis pulmones. -mantente despierto, aguanta, no debes dormir- me repetía una y otra vez.

El reloj seguía su curso asfixiándome a un ritmo tan seguro que era inminente el final. – Sería una muerte lenta pero digna- pensé. -Vaya que logré librarme de todo y todos de una buena vez, pero nunca pensé que iba a suceder de esta manera-.

No podía mantener mis ojos abiertos ni un instante más, el cansancio y el estrés me habían agotado. Decidí consumir el último cigarrillo, ahora si voy a “chupar faros”. Justo cuando el encendedor soltó su chispa pude ver la luz, brillaba a lo lejos, iba en aumento…

Desperté en una vieja camioneta amarrado de pies y manos sobre una tabla y con un trapo sucio humedecido sobre los labios. de alguna manera los lugareños se habían dado cuenta de mi presencia en ese lugar maldito. Nunca me había dado tanto gusto quedar casi cegado por el sol de medio día.

*Héctor Manuel Medina es músico, escritor, cantautor y un enamorado empedernido de la luna.

Botón volver arriba