Recuperando la utopía: No somos iguales
Escribe: Roberto Pantoja Arzola
Construir una alternativa política al régimen que gobernó al país durante más de tres décadas no sólo implica la postulación de un programa político, ideológico o conceptual claro y contundente; sino que además tiene un componente eminentemente moral y ético. Quizá la principal fortaleza de nuestro movimiento se encuentra en la escala de valores que hemos abanderado no sólo como postulados, sino en nuestra práctica cotidiana.
El presidente Andrés Manuel López Obrador ha reiterado que el poder sólo se convierte en virtud cuando se pone al servicio de la gente, de los más pobres; en ese sentido y en el terreno de los hechos, el mandatario ha instruido a cada uno de los servidores públicos que formamos parte de su gobierno a alejarnos de cualquier postura frívola o que implique el uso indebido de los recursos públicos para la promoción personal o la construcción de aspiraciones políticas ulteriores.
Los cambios administrativos y políticos que implicó la construcción de la figura de los delegados de los programas federales, trajo consigo una concentración de funciones que exigía la política de austeridad que la Cuarta Transformación tradujo del mandato ciudadano de la elección del 2018, pero también derivó en una altísima responsabilidad política y ética para concretar los principios que ha defendido nuestro presidente durante su íntegra trayectoria.
En el pasado, las delegaciones federales, fundamentalmente la encargada de los programas sociales, eran espacios eminentemente políticos, que servían de escalafón en la carrera a quienes llegaban al frente de estas responsabilidades. Los cambios que ocurrían en ellos, eran mensajes desde el centro del país hacia la provincia que eran traducidos en candidaturas o definiciones electorales. Pero eso ha cambiado.
La responsabilidad fundamental de quienes estamos al frente de los programas sociales en la Cuarta Transformación se ha centrado en garantizar que estos esquemas de apoyo cumplan con el objetivo de zanjar la deuda histórica que se tiene con los más pobres. Lucrar políticamente con los mismos, no sólo es una vulgar tentación; sino que además implica una regresión a un pasado que los mexicanos decidimos enviar al basurero de la historia.
Ni construir estructuras electorales, ni forjar aspiraciones propias o ajenas; ha sido la banal distracción en la que hemos concentrado nuestros esfuerzos quienes hemos acompañado al presidente López Obrador en la gran tarea de transformar al país. Quienes asumen que llegamos al frente de alguna responsabilidad para hacer eso, es porque añoran ese pasado en el que la superficialidad del cargo superaba a la responsabilidad del encargo. A nuestro movimiento, sin embargo, no lo ha impulsado la ambición personal. No somos iguales.