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Journal Rebel… No quiero tu esperanza, quiero tu acción

Si estás leyendo esto y puedes hacer algo, hazlo. Puedes guardar una parte de tu dinero y donarlo a organizaciones civiles, puedes hacer voluntariado, puedes presionar a tus representantes políticos, puedes reducir tu consumo de papel y carne, puedes dejar de revictimizar y discriminar, puedes unirte al activismo… se trata de que tomes acción. Esto ya no es una opción o un pasatiempo, es una responsabilidad moral

By: Itzia Ramos 

ITZIA

Anoche estaba en acostada en mi cama, sin poder dormir. Me sentía impotente, triste y más que nada enojada mientras me imaginaba cómo el bosque del Amazonas se quemaba lentamente: estadio y medio de fútbol por minuto.

Estoy acostumbrada a que las tragedias que nos acompañan sean pequeños pedacitos que se muestran a diario hasta que los cargas contigo sin saberlo. Son los nombres de las chicas que no vuelven y sus caras que no logro memorizar, los parches de tierra en la carretera donde podría haber jurado que había pinos pero ahora sólo hay humo, las noticias de tiroteos en el norte y las guerras en el oriente. Hoy, sin embargo, se siente como si pudiera ver el todo debajo de la alfombra, una ola de cosas que han salido mal hasta que llegamos aquí. Y es demasiado.

Siempre he tenido en mí esta impotencia de no poder hacer todo, de aventar granitos de arena intentando tener fe mientras mis contemporánexs me reprochan que no hago todo lo que podría cuando no hacen nada, y las personas adultas creen que ya han hecho lo suficiente: es nuestro turno de salvar el mundo. Pero de pronto me siento sola, loca casi, porque el mundo está en llamas (literalmente) y las personas deciden ignorarlo activamente. Como si en verdad se convencieran de que no es para tanto.

He convivido con muchas personas en mi vida, desde que tenía seis años y mis amigas se sorprendían cuando les decía que tenía un refrigerador en mi casa, hasta los dieciséis, cuando conocí a chicos con celulares de 30,000 pesos que iban cada verano a Francia o a Suiza. He convivido con personas de varias religiones (o de ninguna), con quienes pertenecen a la comunidad LGBTQ y con quienes siguen creyendo que eso es “una abominación”. He crecido con niños que matan pájaros con resorteras y con quienes le piden perdón a una planta cuando la tiran por accidente. Y aunque en todos estos grupos tan diferentes he encontrado a chicos y chicas que quieren cambiar las cosas, en ninguno he encontrado más egoísmo y discriminación que en las personas que tienen más. Porque este sistema no les ha fallado (o eso creen) y no ven cómo a alguien más sí podría pasarle.

Y eso es lo que me enfurece más: que quienes pueden ayudar son quienes se tardan más en hacerlo.

Insisto para que no se malentienda: he conocido también a personas con una condición socioeconómica alta que se pasan la vida intentando cambiar las cosas. Tan sólo en mi experiencia han sido pocas, muchas menos de las que deberían ser (debo aclarar que aunque yo no estoy exactamente ahí, yo también tengo privilegio, por algo puedo escribir esto desde mi teléfono, en mi cuarto, en mis vacaciones escolares, no debo ayudar económicamente a mi familia y por eso puedo, debo ayudar).

Si estás leyendo esto y puedes hacer algo, hazlo. Puedes guardar una parte de tu dinero y donarlo a organizaciones civiles, puedes hacer voluntariado, puedes presionar a tus representantes políticos, puedes reducir tu consumo de papel y carne, puedes dejar de revictimizar y discriminar, puedes unirte al activismo… se trata de que tomes acción. Esto ya no es una opción o un pasatiempo, es una responsabilidad moral.

Como diría Greta Thunberg (mi ídola): “No quiero que tengas esperanza, quiero que entres en pánico. Quiero que sientas el miedo que siento todos los días, y luego quiero que actúes.”

Itzia Ramos, estudiante de preparatoria. Ferviente defensora de la libertad y de los tacos al pastor con piña. Escribe poesía en su tiempo libre.

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