En Loco Tidiano… La Caída.
By: Rosío Morelos.
No no te metas a mi Facebook
No te metas por favor
Cada vez que tengo un inbox
Me provoca poner close
No te metas a mi Facebook
No te metas por favor
Cuando escribas melodramas
No me lo hagas por el Wall
Esteman.
Bien dice el dicho que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Estamos tan acostumbrados a las ventajas de lo que nos rodea que rara vez nos detenemos a pensar que no siempre tuvimos la misma suerte, y que no contar con esas cosas no tiene por qué ser trágico.
El día de ayer se “cayó” la concurrida triada: Facebook, Whats App e Instagram, y aunque quizás para algunos no fue la gran cosa, para otros, (que tenemos la necesidad de depender de dichas redes) fue como una patada en los hu…esos.
Y es que no siempre se utilizan estas redes solo para echar chisme, reportar situaciones a través de fotos (por si no nos creen) o mandar por simple divertimento selfies con orejas de conejo y corazoncitos; a veces dependemos de estos medios para trabajar: enviar publicidad, contestar a clientes, mandar fotos de productos, cotizaciones, etc.
Quizás para algunos, el hecho que se suscitó fue una buena oportunidad para interrumpir esa acalorada discusión romántica que pudo terminar en melodrama (a menos claro que fuera tan intensa que hubo necesidad de continuarla por otros medios: sms, correo electrónico o incluso algo tan arcaico como una llamada telefónica). Para otros, quizás fue un excelente pretexto para observar la magnífica mañana que nos deleitó con un buen temporal.
Lo cierto es que los avances tecnológicos se han desarrollado mucho en los últimos años, y rápidamente nos acostumbramos a depender de ellos. Hace no mucho tiempo los celulares solo servían para hacer llamadas y mandar uno que otro mensaje (que por cierto había que redactar con mucho cuidado, de preferencia usando abreviaturas, para que no se nos fueran dos mensajes y nos cobraran el doble).
Si nos vamos todavía más atrás en el tiempo el panorama era muy diferente. Si queríamos despertarnos temprano había que depender de un bromoso despertador, cuyo sonido resultaba siempre nefasto en demasía. Además era menester cargar un reloj de pulsera en el brazo para saber la hora y no llegar tarde a las citas. Y hablando de citas, había que llegar puntual, y si el otro no lo era había que esperar un largo rato, porque una vez en la calle no había forma de comunicarnos con el otro sujeto. Y la espera se realizaba viendo la vida pasar a nuestro alrededor o conversando incluso con extraños.
Si viajábamos (sobre todo en carretera, en donde la ruta era completamente desconocida) había que cargar con un mapa, pararse y preguntar de tanto e tanto para corroborar el camino.
Si por ejemplo nos gustaba alguien, no podíamos investigarlo, ni ver su cara desde todos los ángulos habidos y por haber (como hacemos ahora al ver sus fotos en Facebook, hasta con filtros que maquillen sus rasgos). Ni podíamos saber qué le gustaba, ni que odiaba, ni conocer a su círculo de amigos. Había que “lanzarse” personalmente, con el riesgo de ser rechazado, y buscarlo por teléfono llamando a la casa de la familia (donde corríamos el riesgo de someternos a un minucioso interrogatorio de la abuelita, que nos preguntaba hasta de quién éramos hijos, para ver si conocía a la familia). Eso en el mejor de los casos, en un escenario menos benevolente teníamos que enfrentar amenazas de muerte de alguno de los padres, en caso de tener intenciones de lastimar a su frágil retoño.
Quizás la “caída” que se dio el día de ayer fue una buena oportunidad para voltear hacia atrás y admirar el paisaje del terreno conquistado, y para corroborar que podemos adaptarnos a muchas cosas, y que quizás todavía falten muchas por venir.
Luz Rosío Morelos. Egresada de letras, distraída de oficio.
Contacto: chio.moregu@hotmail.com