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En Loco Tidiano… Fiestas pasteleras

By: Rosío Morelos.


“A la gorra no hay quien le corra”, es una frase que los mexicanos tenemos bien grabada en nuestros registros, como una verdad de vida incuestionable. Y por eso nos pintamos solos para las fiestas, no importa de qué tipo se trate: bautizos, quince años, bodas (con sus diferentes modalidades: de papel, de plata, de oro), etc.

Las fiestas mexicanas son siempre muy coloridas, se nos acusa de “echar la casa por la ventana” cuando se trata de ser el anfitrión, ¡qué importa si nos tenemos que endeudar cinco años, con tal de que la gente aprecie nuestro “buen gusto” y hayamos logrado hacer una velada memorable!
En cualquier reunión de este tipo existen varias etapas, a las que los invitados se someten invariablemente:
La primera etapa es la que podríamos categorizar como “muestra de buena conducta”. Los invitados deben presentarse elegantemente tarde (los que llegan “a barrer” normalmente son los familiares, los compadres y gente allegada, o bien los gorrones empedernidos que buscan tener el mayor número de horas posibles de comida y bebida gratis). También es menester acudir a la fiesta “emperifollado” y luciendo siempre las mejores “garras” que hayamos podido conseguir para la ocasión (aunque el concepto de “mejores” varía mucho de persona a persona, y nos encontramos desde atuendos que incluyen la mezclilla hasta trajes y vestidos de noche). Además hay que acudir con el “pase” que nos dieron en la invitación (como muestra de que somos personas V.I.P. y no colados) y sentarnos donde se nos indique. Si por ejemplo nos ha tocado en una mesa que incluye niños (y somos gente viciosa) nos abstendremos de fumar, y adoptaremos una compostura recatada.
La segunda etapa es la que podríamos categorizar como “la tragazón”. Una vez que se guardó compostura durante el “baile sorpresa” (que es tan común que de sorpresa no tiene nada) el vals, el brindis, etc., podemos empezar a relajarnos en la hora de comida, en la que ya no nos importa tanto lucir refinados, sino más bien dejar vacío el plato de “carnitas”, “birria”,etc.
Después de la etapa de “barriga llena, corazón contento” sigue la hora del bailongo, en donde los comensales (sin importar si son reguetoneros, roqueros, metaleros, etc.) se deleitan con clásicos inolvidables de poderosas, motivantes y elaboradas letras tales como: “de reversa mami”, “suavecito”, “el venao”, “la del moño colorado”, “follow the lida”, “no rompas más”, “payaso de rodeo”, etc.
Posteriormente, y una vez que le dimos “vuelo a la hilacha” con nuestros mejores pasos de baile, viene la etapa de “pérdida del glamour”, en la que ya sea por el cansancio o el efecto del alcohol empiezan a presentarse varios fenómenos curiosos. Uno de ellos es el reagrupamientos de las mesas, o bien el mal comportamiento dentro de la mesa nefasta a la que fuimos asignados (el vicioso por ejemplo se olvida a estas alturas de las otras personas y saca sus cigarros; el “boca de infierno” ya se olvidó también de los oídos “castos” y se puso a decir “carnes” frente a todo mundo, etc). Otra de las cosas que se observan: borrachos dando de qué hablar, parejas haciendo su “pancho” frente a todo el mundo” o flechazos de enamorados, que se animan a dar por fin el primer paso.
Finalmente, la fiesta deberá de culminar con la etapa “afectiva”, en la que reconocemos que queremos y somos amigos de todo el mundo. Las matriarcas de cada familia aprovechan estas efusivas despedidas, para agandallarse el centro de mesa, que será el trofeo que les quede de recuerdo para presumir que acudieron al famoso evento.
Luz Rosío Morelos. Egresada de letras, distraída de oficio.
Contacto: chio.moregu@hotmail.com

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