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En Loco Tidiano… “Hacer el oso”.

By: Rosío Morelos.

 

“Hacer el oso” se define de acuerdo a la RAE como “exponerse a la burla o lástima de la gente, haciendo o diciendo tonterías”. Lo que el diccionario omite es que cualquier desgraciado que habite este mundo es susceptible de experimentar (a veces en el momento menos esperado) tan horroroso padecimiento, que no distingue edad, género, o estátus social.

Cuando somos víctimas de un “oso” lo más común es que lancemos una especie de “plegaria” (quizás con la ingenua ilusión de alcanzar la salvación), a través de la famosa frase “trágame Tierra” (y lo hacemos a pesar de que la expresión se aleja mucho de lo que nos conviene). Lo cierto es que a ningún ser humano en su sano juicio le causaría gracia ser absorbido en efecto por algún movimiento tectónico de la naturaleza, que además muy probablemente resultaría letal. Sería mejor concientizar nuestra petición y estructurar una frase menos dramática, por ejemplo: “bríndame camuflaje, Tierra”, “teletranspórtame, Vida”, o para los creyentes “escóndeme en el Cielo, Diosito)”.

Cualquiera de estas frases puede servirnos perfectamente para amortiguar un poco la vergüenza que a todos nos llega en algún momento de la vida cuando sufrimos una situación extremádamente incómoda, que además, para colmo de males, nosotros solitos nos generamos, poniéndonos así el pié para caer muy bajo en sociedad. Lamentablemente, la frase es lo de menos, pues no importa a cuál Santo le recemos, nuestras “plegarias” difícilmente serán escuchadas y tendremos que enfrentar inevitablemente las consecuencias de nuestros descuidados actos.

Las situaciones que nos llevan a “hacer el oso” pueden ser muy variadas, y dependen completamente de la suceptibilidad de la audiencia a la que estemos sujetos. Si el público es poco tolerante, y sobre todo si no es gente de confianza, el “oso” puede ser de mayor magnitud.

Pensemos, por ejemplo, que a mitad de una cena con un numeroso grupo de personas nuestro estómago nos juegua una mala pasada y deja escapar en medio de un profundo silencio un gas nivel 5 en radioactividad: ya no habrá vuelta atrás, y no importa lo que hagamos no habrá forma de resarcir el daño. Lo que sí puede variar es la intensidad del ridículo, y estará marcada por los que tuvieron la desgracia de percibir tan hediondo espectáculo. Si estamos cenando con la familia, por ejemplo, probablemente la mayoría se reirá, alguno que otro se quejará y quizás algún ser querido preocupado por nuestros intestinos y experto en remedios caseros nos brindará algún consejo alimentario. Sin embargo, si dicha flatulencia se fuga durante una cena importante de negocios, o en la casa de la familia de la pareja (con la que intentamos desesperadamente quedar bien), las reacciones de los comensales pueden ser más drásticas, o incluso pasar sospechosamente inadvertidas (no hay mayor castigo que la indiferencia, que esperará pacientemente para cobrar venganza).

La magnitud no solo se mide por la calidad de personas que presencien el “oso”, también es directamente proporcional al número de testigos. Si enfrentamos un problema embarazoso pero nadie se percata, no habrá delito que perseguir y nos habremos librado del ridículo. Si el “oso” lo hicimos solo delante de una persona, la situación dependerá de qué tanta misericordia posea el otro, para determinar si el “oso” “trasciende” y se hace pública la historia. Y si el “oso” lo hicimos con bombo, platillos y luces de vengala, tan coloridas como para que hasta el más distraído se percate de nuestra falta, no queda más que encogerse de hombros y hacerse el loco, o bien disculparse lo más que se pueda si alguien resultó agraviado y acto seguido, salir corriendo a toda velocidad, lo más lejos posible del lugar donde ocurrió el siniestro.

Sería bueno que hubiera un remedio efectivo que desarrollara en el carácter de los individuos cierta inmunidad hacia las burlas y la lástima. Incluso sería pertinente una vacuna gratuita que fuera otorgada especialmente a las personas de naturaleza torpe y distraída.  Como no hay tal, no queda más que concientizar nuestro andar por la vida, evitando hasta donde se pueda caer en este tipo de situaciones, (o bien en caso de que esto no sea posible, y si por fortuna existen pocos testigos oculares, quizás valdría la pena implementar alguna estrategia de soborno o chantaje emocional).

Luz Rosío Morelos. Egresada de Letras, distraída de oficio, afecta a no dar explicaciones.

Contacto: chio.moregu@hotmail.com

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