La Carcajada de Tersites…Leer, escribir, publicar
By: Ángel Fernando Acosta
Leer es pasar los ojos, los oídos, los cinco sentidos
y la inteligencia por cosas que han escrito hombres
mejores que nosotros.
Ricardo Garibay
No sé por qué la gente piensa que escribir no entraña ningún misterio o dificultad, que es cosa fácil y al alcance de todos. Suponen que no tiene más complicación que la de zurcir un par de calcetines o cocinar un huevo duro. Piensan que escribir es tan simple como ir colocando una palabra después de otra para formar oraciones, párrafos, páginas, etc., cuidando solamente que el mensaje se entienda y esto lo han venido haciendo desde la primaria, o al menos eso es lo que ellos imaginan. Creen que para describir un paisaje, hacer un ensayo o contar una historia no precisan más que fuerza de voluntad, una ortografía aceptable y un buen diccionario. Aunque a últimas fechas (gracias a la tecnología) estos tres requisitos sólo se reduzcan al primero. Cuánta falsedad y perversión hay en estas suposiciones, pues como dice el refrán: “para correr, primero hay que aprender a caminar”. Para escribir primero hay que aprender a leer, por ejemplo, decía el escritor mexicano Ricardo Garibay:
“No es infrecuente que me busque algún joven.
– Quiero escribir.
– Mal cuento –digo.
– ¿Por qué? Nada me importa sino escribir. Si usted me ayuda…
– Bueno, en tal caso aprenda a leer primero –digo.
El chico se echa a reír, luego dice que sabe leer, no ha hecho más desde su nacimiento, se siente saturado de autores y le urge comenzar a escribir.
– Bien –le digo- , lea esta página en voz alta.
Sale sabiendo que no sabe leer y que deberá leer a diario en alta voz, escuchándose, siquiera dos o tres páginas de la Ilíada, o de la Biblia, o del Quijote, y que nos veremos dentro de seis meses, cuando él mismo no reconocerá su propia voz, ya redonda y atinada, horneada para siempre en ese tan breve tiempo en los más altos hornos.”
Entonces, antes de pretender escribir debemos aprender a leer correctamente. Leer en silencio, en voz alta; leer a solas, leer para alguien; leer con voracidad, leer morosamente; leer todos los días al menos una página o quince minutos; leer y leer. Pero no cualquier cosa ni a cualquier autor; evitemos perder nuestro tiempo e inteligencia leyendo a los autores nuevos y sus novedades, que por lo general no pasan de ser modas olvidables e insustanciales. No nos arriesguemos y leamos aquellos libros que han superado la prueba del tiempo, leamos a los clásicos y a los nuevos clásicos: La Ilíada, La Odisea, las tragedias de Sófocles, Esquilo y Eurípides, La Eneida, El Ramayana, La epopeya de Gilgamesh, La Bilia, La Divina Comedia, las obras de Shakespeare, Las mil y una noches, El paraíso perdido, El Quijote, El Fausto, Crimen y castigo, La isla del tesoro…
Debemos leer con gozo, imaginando y viviendo aquello que leemos. Es sano memorizar y citar algún verso o alguna frase que nos haya conmovido, pero también debemos cuestionar y analizar lo leído. Leamos sintiendo las palabras, apropiándonos de ellas, atesorándolas. Y cuando creamos que ya hemos leído bastante debemos leer más y más. Debemos volver sobre nuestros pasos y releer aquellos libros que más nos gustaron, que marcaron nuestra existencia o que no logramos comprender en su momento. Sobre todo debemos regresar, una y otra vez, a la veintena de libros que se nos han vuelto indispensables, que nos iluminan el camino, que nos acompañaran hasta el final. Debemos leer y releer hasta que de veras no nos quede más remedio que escribir. Este aprendizaje es distinto para cada uno y depende de muchas circunstancias: inteligencia, talento, voluntad, disciplina, sensibilidad, etc. Puede llevarnos toda la vida o unos años. Pero nada nos garantiza que después de haber leído cientos o miles de libros nos vayamos a convertir en escritores. Si luego de miles de horas de lectura y escritura se nos sigue negando la literatura, es porque no tenemos madera de escritor. Y lo mejor que podemos hacer en estos casos es renunciar a la escritura (creativa o literaria), pero no a la lectura. Siempre será mejor volverse un buen lector que un pésimo escritor.
Leer es sobre todo un goce estético, mientras que escribir es uno de los trabajos más arduos del hombre, un ejercicio intelectual constante que implica talento, madurez mental y saber leer correctamente. Es plasmar en un papel nuestras referencias culturales, nuestra visión del mundo, nuestra vida entera. Plasmarlas de la mejor manera, de la forma más bella que nos sea posible, pero sin olvidar que escribir es también una forma de felicidad.
Sin embargo, entre escribir y publicar hay un gran abismo, pues cuando se escribe, generalmente, se escribe para uno mismo o si acaso para un reducido grupo de amigos. Mientras que al publicar nos exponemos ante el mundo tal y como somos, recordemos nuevamente lo que decía Garibay: “Se escribe como se es. O sea, se escribe desde el temperamento y el carácter. Un hombre suave, suavemente habrá de escribir; y lo contrario un hombre aristoso. Y tanto, que si algún huracanado escribe con tersura es que la tiene de alma, y el huracán, como mera fachada; y será más fácil conocerlo por su estilo que por su conducta o por lo que jure de sí.” De tal manera que al publicar -no importa si se publica en un pasquín de veinte copias o en una revista de distribución nacional cuyo tiraje sea de miles de ejemplares- hacemos público lo privado: damos a conocer nuestros pensamientos e ideas; nuestras ambiciones y anhelos; nuestros gustos y apetencias; nuestros miedos y manías, nuestros vicios y virtudes, etc.
Publicar debe ser un acto de valentía y no de ignorancia, porque no importa que nos lean cinco, cien o diez mil personas, tarde o temprano seremos juzgados por alguien. Por alguno de nuestros contemporáneos o por algún lector que no ha nacido todavía. Al publicar debemos ser conscientes que nos estamos exponiendo ante los demás y lo mismo podemos ser elogiados que vilipendiados. Esto ya no dependerá de nosotros sino de nuestros lectores, porque se supone que al publicar lo hacemos después de años y años de lectura y meditación, luego de cientos o miles de cuartillas escritas, borroneadas, arrugadas y tiradas al tacho de la basura, y vueltas a empezar. Se supone que publicamos o publicaremos sólo aquel texto que nos ha dejado satisfechos después de arduas horas de trabajo y corrección, donde se ha ido agregando lo necesario y quitando lo accesorio, donde se han colocando las palabras precisas en el lugar correcto, donde se han ido puliendo las frases con amor de artesano hasta obtener un texto equilibrado, armónico, maduro. Un verdadero objeto hecho de palabras.
Debo decir que las ideas aquí expuestas no son del todo mías, o mejor dicho no son mías, pues han sido formuladas por lo menos desde los tiempos de los Presocráticos y recientemente se han comentado en interesantes charlas de café, que he tenido con apreciables amigos. Así que me disculpo -si consciente o inconscientemente- he tomado frases e ideas de aquí y allá para conformar este texto. Pero no me siento culpable de plagio, pues no he pretendido otra cosa que mostrarles que acciones tales como leer, escribir y publicar, no son baladíes sino verdaderos esfuerzos intelectuales y como tal debemos aquilatarlos y apreciarlos en su justa medida.