Los rebeldes 14… ¿Y yo, por qué creo esto?
By: Itzia Ramos
Hace dos años tomé parte en mi primer concurso de oratoria; el tema era de libre elección, con el único requisito de ser controversial. Yo, siendo yo, pensé un rato en el asunto y al final del día tenía dos temas en mente: la legalización del aborto o los feminicidios. Era la primera vez en la que hablaría de mis ideales en mi nueva escuela, y habiendo convivido toda mi vida con personas que pensaban lo mismo que yo, pensé que sería natural tocar alguna de estas problemáticas.
Mis padres me advirtieron que hablar del aborto no sería una buena idea, pues era un tema con demasiada polémica. En ese entonces no le veía nada de aquello, pero les hice caso y escogí mi segunda opción: los feminicidios.
Con esta acción me gané el apodo de feminazi, que más tarde quedó en Feminitzia.
Desde más pequeña, he tomado la ideología feminista como una parte clave de mi identidad, igual que la poesía, la música o los libros, es algo con lo que me identifico y no tengo pena de mencionar.
Sin embargo, si les cuento esta anécdota no es para intentar convencerlos de que piensen igual que yo; mi tema, al menos por el día de hoy, no es el feminismo: es lo que descubrí del mundo al abrir la conversación.
Ese día aprendí mucho sobre la diversidad. Sabía que no todas las personas pensaban lo mismo que yo, pero nunca me había pasado por la mente que algunas de ellas ni siquiera intentarían escuchar tu opinión. Que otras tenían su punto de vista tan fuerte, tan enraizado, que era casi imposible hacer que la cambiaran; era comprensible, al fin y al cabo habían vivido con ella toda su vida.
Entonces me di cuenta.
¡Yo era una de esas personas!
Podía empatizar con mis compañeros y compañeras. ¿Cómo sentirías creer en algo por años, y que un día una casi extraña llegue a decirte que estás equivocadx? Para las dos partes fue, de cierta manera, un choque.
Cuando estamos en desacuerdo con algo, podemos señalar a las demás personas y quejarnos todo lo que queramos… pero el verdadero cambio no lo empezaremos hasta mirar al espejo y preguntar: ¿Qué estoy haciendo yo?
Debemos mirar en retrospectiva, sin filtros, sin justificaciones. Nuestro primer instinto será excusar nuestro comportamiento, pero a veces es exactamente eso lo que nos detiene. Aunque sea por un segundo, debemos deshacernos de todo lo que creemos saber: preguntar ¿por qué creo esto? ¿lo hago porque lo decido o porque es lo que conozco? Sólo así plantaremos la semilla para ser diferentes.
El día de la exposición de oratoria también aprendí otra cosa. En la situación en la que nos encontramos, mis compañerxs y yo teníamos algo en común: que nuestras opiniones se desafiaban mutuamente. Lo que nos diferenció desde ese momento fue lo que decidimos hacer con ello.
En mi caso, decidí respetar su opinión, y no mencionar el tema a menos que fuera pertinente hacerlo. He participado en varios debates sobre el tema desde entonces, a veces incluso defendiendo el argumento contrario para intentar entenderles un poco mejor. La mayoría de ellos decidieron hacer lo mismo… otros encontraron una excusa para molestarme un rato.
A veces, la base para lograr un cambio no es forzar a las personas a que se unan a tu causa, sino dejarlas defender la suya… incluso si las dos se contraponen. Podemos hacer todo lo posible para lograr nuestro objetivo, pero si no respetamos a quienes nos acompañan (y a quiénes no lo hacen) no llegaremos lejos.
Antes de irme, les invito a reflexionar un poco sobre el tema, tal vez intentar hacer el ejercicio del espejo (si se sienten valientes) Desafiar nuestras creencias nunca es fácil, pero en mi opinión, es un proceso que vale la pena llevar.
¡Que tengan un excelente fin de semana!
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Itzia Ramos, próxima estudiante de preparatoria. Ferviente defensora de la libertad y los tacos con piña. Escribe poesía en sus tiempos libres.