El Día Que Intenté Vivir O Un Largo Adiós Para Chris Cornell
STAFF / Carlos Albarrán
La prensa especializada y el azar de las circunstancias los vincularon al «grunge», género que explotó como una granada de mano a principios de la década de los noventa y cuya figura principal tuvo por nombre Nirvana y por rostro la mueca desencajada de Kurt Cobain. El vocalista tuvo una labor destacada desde aquellos días formando parte también de Temple of the Dog y contribuyendo a la formación de los ya citados Pearl Jam cuando presentó a Eddie Vedder con Stone Gossard y Jeff Ament.
Sobre la escena que rodeó al grunge basta mencionar que por allí anduvieron los Melvins, Green River, Meat Puppets, Afghan Wigs, Screaming Trees, Tad y un largo, largo etcétera.
Las reacciones ante su muerte se cuentan por miles, portales web dedicados a géneros tan dispares como el country alternativo o el doom metal lamentan su fallecimiento y presentan sus respetos hacia los deudos. Sin duda, Chris se unió en algún lado a Layne Staley, Andrew Wood, Shanon Hoon y otros compañeros suyos para continuar con el jam mientras Cobain se caga de risa como una hiena observándolos desde una esquina.
Nueva York, 1998
Desde la azotea del edificio se ve la línea del horizonte que ha vuelto mundialmente famosa a esta ciudad. Dos jóvenes inmigrantes platican de todo y nada a la vez, le dan la última fumada a un porro y reúnen los últimos pennies para comprar otro six pack de cerveza Sam Adams. Frente a la vieja grabadora Sony Xplode yacen un montón de cassettes revueltos y unos sobre los otros. Buffalo Daughter, Tricky, Massive Atack, Pulp, Boards of Canada. Uno de los presentes toma uno aleatoriamente y lo coloca dentro de la casetera.
Luego una voz de casi cuatro octavas comienza a cantar:
«I sure don’t mind a change but i fell on black days. How would i know that this could be my fate…». De repente el aire cambia de dirección y ellos también saben que el tiempo se acaba. Cansados y con los ojos rojos, los dos hombres se despiden en silencio de la epopéyica Gran Manzana. Solo queda, como incómodo testigo del adiós, el enorme y también rojizo sol que se esconde por detrás de las Torres Gemelas, imaginando sin la certeza que otorga la historia, que nada dura para siempre.