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“No. Chon no estará tranquilo. Nada más bastarán unas palabras para aquietarlo: quihubo, Chon. ¿Ya no te acuerdas?”, expone el columnista Roberto Zamarripa en su espacio Tolvanera del diario Reforma en su texto titulado ‘Chayo y Chon’.
Ello en alusión a una probable conexión del virtual candidato del PRI a la gubernatura de Michoacán, el senador Chon Orihuela, a quien el columnista cataloga como un partícipe de la simulación, sin concederle posibilidades reales de competir, sin representar las soluciones necesidades básicas que reporta la entidad, por el contrario, un halo de sospecha ronda en su entorno.
Y describe el columnista: “Orihuela ambicionaba desde hace muchos años ser gobernador de su tierra. Legítimo deseo. Pero nada lo acredita como un político contrario a la guerra que ha agobiado a Michoacán en los últimos años. No se le conoce ninguna intervención en el Senado en favor de la vida, de la búsqueda de desaparecidos, de castigo a culpables de homicidios. Menos como alguien interesado en romper las redes de corrupción que propiciaron el entronizamiento del crimen organizado y el desgajamiento de las instituciones estatales.
Agrega: “Quizás Chon supuso que para contemporizar con el homicidio legitimado en su entidad lo mejor era nadar de a muertito. Pero en realidad la complicidad, la omisión, es tanto o peor que el acto criminal”.
La columna completa:
El gobierno federal y el partido que lo encarna, el PRI, han capitulado en Michoacán. No dirán misión cumplida sino misión sufrida.
La matanza de Reyes en Apatzingán y la designación de su candidato a gobernador en el estado son puntas de un mismo enredo. No hay una convicción sino una simulación. No existe interés por resolver de raíz el problema de la narcoviolencia, del dominio del crimen sobre la vida pública y de la corrupción que impera en el trato cotidiano.
Doce días después del operativo de desalojo del Palacio Municipal de Apatzingán y la muerte de nueve personas, los hechos no han sido aclarados. Los detenidos durante la incursión federal al Palacio ya fueron liberados y declarados inocentes; y la suerte de los nueve muertos no ha sido esclarecida. De uno se dice que fue atropellado en la confusión de la toma federal del Palacio Municipal pero familiares aseveran que fue matado a culatazos.
Los otros ocho fueron muertos en un enfrentamiento extraño, confuso. Según las versiones oficiales, un grupo armado emboscó a policías federales que llevaban autos a un corralón. Los presuntos agresores apenas llevaban tres armas -al menos ésa fue la información oficial- pero su ataque fue infructuoso. Estaban frente a frente, en una batalla, que según las grabaciones y testimonios disponibles, incluidos los oficiales, no duró más de cuarenta segundos. Los disparos que segaron sus vidas fueron certeros. La autoridad dice que provenían de civiles cómplices. Vaya mala puntería: los civiles mataron a civiles y en menos de un minuto acabaron con sus propios compañeros y no atinaron un solo disparo a los policías. Los uniformados, bien pertrechados, amenazados por peligrosos delincuentes salieron indemnes.
No parece haber para Michoacán la regeneración prometida.
Por ello ahí encaja el candidato del PRI a la gubernatura Ascención Orihuela. Porque es parte del mismo entorno de simulación.
¿Y si aparece un video de alguna conversación de Ascención, Chon, Orihuela con el dos veces difunto Chayo? ¿Se le retirará la candidatura o confirmarán su registro?
¿O a poco un político emanado de la camada de los condicionados, los sometidos, los agachados, nunca acudió a La Fortaleza de Anunnaki, el rancho de El Chayo, el jefe de los Templarios, a recibir órdenes, instrucciones, peticiones? Reuniones que, como se sabe, eran videograbadas por el jefe criminal.
Con Nazario acudían porque acudían. O iban o los llevaba. Y no hubo candidato y legislador del tricolor que no acudiera.
Orihuela ambicionaba desde hace muchos años ser gobernador de su tierra. Legítimo deseo. Pero nada lo acredita como un político contrario a la guerra que ha agobiado a Michoacán en los últimos años. No se le conoce ninguna intervención en el Senado en favor de la vida, de la búsqueda de desaparecidos, de castigo a culpables de homicidios. Menos como alguien interesado en romper las redes de corrupción que propiciaron el entronizamiento del crimen organizado y el desgajamiento de las instituciones estatales.
Quizás Chon supuso que para contemporizar con el homicidio legitimado en su entidad lo mejor era nadar de a muertito. Pero en realidad la complicidad, la omisión, es tanto o peor que el acto criminal.
En 2012 hubo por lo menos dos reuniones colectivas donde participaron los candidatos, primero, y los ya electos, después, en el rancho de El Chayo. Fueron llamados los alcaldes y también los legisladores. El candidato a senador difícilmente pudo ser discriminado. Si Chon nunca acudió con El Chayo habrá infinidad de defensores que lo avalen.
Si nunca habló con los Templarios no lo exime. No los denunció, no los encaró. Y nada hizo por cambiar la trágica situación de sus representados.
¿Puede gobernarse así Michoacán? ¿Con los ojos, la boca y los oídos tapados? ¿Puede gobernarse así con las manos amarradas? ¿Puede gobernarse con el insulto a la memoria?
No. Chon no estará tranquilo. Nada más bastarán unas palabras para aquietarlo: quihubo, Chon. ¿Ya no te acuerdas?
Link de la columna original: