Todos santos…
Por Luis Fabián Fuentes Cortés
La lancha avanza ligera despacio por el lago. La única iluminación presente son las velas en la isla y algunas encendidas en las lanchas de los pescadores. La luna es fría y algo contribuye, pero en general el fondo es oscuro. El frío húmedo cala los huesos. La humedad y la ligera brisa atacan con severidad a todos los ocupantes de la embarcación. Yo sólo tomo un trago de mezcal y espero que llegando a la isla pueda tomar algún tamal con atole o de pérdida un café.
En el embarcadero se me cumple el deseo de un café con piquete de aguardiente. Comenzamos con el andar tradicional, llegar hasta la cima de la isla coronada con el monumento a Morelos. Fiel a mi costumbre, me separo del grupo, prefiero hacer mi agenda personal, viajar con el grupo es solo algo incidental que me permite reducir costos, pero prefiero que este viaje sea todo mío. Los olores de copal, velas y flores de cempazuchitl aromatizan el lugar. La mayoría de las ofrendas no son tan vistosas como las que se ponen en los altares de las escuelas o en las plazas de los municipios ya que no pretenden quedar bien con los espectadores sino con sus difuntos. El aire de solemnidad, cariño y melancolía se respira en la dulzura de una noche donde se recibe a los ausentes, a los amados que han partido. Algunos ofrendantes permanecen en silencio, otros entonan cantos. Solo a lo lejos, la paz que se respira es frecuentemente interrumpida por gritos y tambores que suenan ajenos a lo que sucede.
Continúo con el ascenso y en una de las vueltas del camino me encuentro con una pareja copulando. Entiendo la situación, el frío es terrible y han decidido quitar con piel el frío. Yo debo conformarme con darle un beso a mi provisión de mezcal y continuar el ascenso. Encuentro un campamento de chavos que se sienten hippies. Uno de ellos consume un porro y una cerveza mientras escucha la batucada.
– Compa ¿No traerás un tabaco que me regales?
– No fumo…
– ¿Y cómo le haces para el frío?
– Pues, le echo uno que otro trago al mezcal…
– ¿Traes mezcal? ¡Saca para la banda!
– Apenas me queda un poco, no traje tanto…
– ¿Entonces a que vienes? Se trata de compartir la fiesta…
– Explícame, eso sonó interesante…
– Sencillo compa, acá nos venimos a darle la bienvenida a los difuntos, por eso bebemos y tocamos los tambores, para esperarlos con la fiesta que se merecen, se trata de compartir con la banda…
– ¡Órale! Suena chido… entonces también ayudan a colectar flores, armar la ofrenda, limpiar las sepulturas…
– Nel compa, eso lo hace la gente del pueblo, yo la neta ni sé que lleva la ofrenda… pero, pues ya al rato entras en trance y puedes platicar con la banda que viene de visita…
– Y ¿Por qué no hacen eso con sus propios deudos? Me imaginó que tú también tienes alguien que ha partido…
– ¡No compa! Si me ven fumando mota junto a la tumba de mi abue me entamban, pero acá se puede hacer buena fiesta… mejor saca el mezcal y únete…
– Deja le caigo, paso de regreso…
– Sale compa… ¡chido!
Mi caminata hacía la parte alta de la isla tiene su recompensa, el paisaje lacustre iluminado con islotes de velas. Una chica parada junto a mí en el mirador comienza a vomitar profusamente. Su amiga intenta ayudarla a que no se manche los zapatos. Me pregunto si hace un siglo era igual con gente drogada y ebria esperando difuntos ajenos y olvidando los propios, aprovechando la fiesta para hacer lo que no los dejan o les da pena hacer en sus lugares de origen…
El descenso es fácil, mi último trago de mezcal corresponde con la llegada a Pátzcuaro. Solo resta ir a buscar algo para cenar en la plaza y se termina la excursión. Pese a todo, sigue valiendo la pena el viaje.
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