Magister dixit
Por Alberto Luquín
Quod natura non dat, Salmantica non praestat.
La semana pasada pedí a Alejandro Nadal evidencias que sustentaran sus diatribas sobre la peligrosidad de los OGM. Si bien su respuesta incluyó una objeción importante –el papel de multinacionales como Monsanto- jamás pudo contestar en términos científicos ni quiso discutir sobre la posibilidad de dejar la investigación en manos de instituciones públicas en vez de prohibirlas de tajo.
Otro usuario, aparte de acusarme de ser un “troll pagado de Monsanto”, me informó que existe una carta “firmada por 800 científicos” contra el cultivo de transgénicos. Curioso ver cómo funcionan ciertos totalitaristas cuando dicen hablar en nombre de la libertad de discurso: asumen cualquier disenso como la influencia de una entidad maligna casi metafísica, llámese PRI, Televisa o corporación multinacional.
En fin, prosigamos. Gracias a un amigo escéptico, Javier Delgado, topé con noticias de la carta en una caverna de charlatanes llamada naturalnews.com. Entre los firmantes hay vendedores de humo (acupunturistas, homeópatas, médicos cuánticos), gente que no tiene nada que ver con la ciencia (administradores de empresas, activistas, un pintor) y muchos trolls. Lamenté que la carta ya no estuviera disponible para recibir más firmas, pues faltó la del brillante doctor Zoidberg.
¿Conclusión? Quien me reviró no ha leído la lista de firmantes, no se ha molestado en investigar sobre ellos y sólo graznó, pontificando a partir de un supuesto que le pareció fundamental: “la carta fue firmada por 800 científicos”. En vez de razonar desde la evidencia, se limitó a la más antigua de las falacias, el argumento de autoridad.
No es la primera vez que me pasa. Durante las elecciones del 2012 muchos me decían que “un doctor de la UNAM demostró el fraude del 2006”, sin acertar a mandarme el estudio en cuestión y limitándose a repetir como jaculatoria el título académico de su autor, sin su nombre. Investigué por mi cuenta y topé con el libro; se trata de un estudio estadístico de Luis Mochán, importante investigador a quien no conozco pero respeto bastante. Sin embargo, el libro no afirma que haya existido un fraude, simplemente concluye su probabilidad, que no es lo mismo.
La apelación a la autoridad pareciera repetirse metódicamente: imágenes falsificadas de celebridades que apoyaban a #YoSoy132; fotografías recicladas y editadas como pruebas infalibles del fraude electoral, cuyo único mérito de credibilidad era el de haber aparecido en un medio “alternativo”. Lo importante, para algunos, no es lo que se dice, sino quién lo dice: si su grado académico o institución son chipocludos y si es ideológicamente puro y, por tanto, posee autoridad moral suficiente.
Así, no importa si los estudios sobre la peligrosidad de los OGM están mal hechos (como en el triste caso de Séralini), si Jalife saca sus datos sobre la privatización de PEMEX de su delirante imaginación, si un doctor del Colegio de México que advierte contra la reforma educativa sólo aporta metáforas sobre ropa que no queda o si las investigaciones del laureado Pauling sobre los efectos benéficos de la vitamina C no demuestran que su consumo cura el cáncer. El argumento es lo de menos, lo importante es el título.
Es tal el afán por legitimar las propias convicciones que muchos han terminado por sustituir algo tan simple como la carga de la prueba –y, de paso, todo argumento-, por la minería de citas, olvidando de paso la advertencia de Voltaire: “una frase ingeniosa no demuestra nada”. Se da así una curiosa contradicción en la cual quienes buscan un punto de vista propio terminan relegando sus opiniones en la autoridad ajena.
Posdata: En el reino del wishful thinking, apagar las luces impide reformas constitucionales, juntar likes por Facebook cambia presidentes, se pide legislar para proteger lugares de culto y hacer un Ministerio de la Felicidad adelantando la navidad para promoverlo hace a la gente feliz. A veces pareciera que la izquierda esotérica es profundamente nostálgica de lo peorcito del siglo XIV.
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