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Los pecados de la razón

Por Ann

Hace un par de días terminé de leer un libro en el que narraba un breve fragmento de la vida de Sor Juana Inés de La Cruz. Fue una mujer que devoraba cuanto libro pudiera tener en sus manos y ahogaba sus penas no en alcohol (o rompope), sino en su tintero con su pluma y cientos de hojas que almacenaba en su celda en el convento de San Jerónimo.

Ella tuvo que renunciar a una vida normal, a los paseos por la ciudad, la libertad de ir de un lado a otro, de recorrer los jardines, campos y demás maravillas de la naturaleza e incluso debió sofocar el sólo deseo de conocer otras tierras y viajar para entregarse a la total clausura en la vida conventual donde tendría acceso a todo el conocimiento que su espíritu inquieto anhelaba.

Amaba expresar sus ideas, empaparse de cuanta fuente de sabiduría tuviera a su alcance, sin embargo, todo esto le costó su libertad pues en el siglo XVII una mujer instruida era peor que el diablo.

La Inquisición siempre estuvo al acecho y sus intentos por juzgarla eran frustrados ya que gozó de la protección tanto del virrey Mancera y posteriormente del virrey de la Laguna y su esposa, María Luisa Manrique de Lara.  ¿Su pecado? Su inteligencia y su infinito amor por el conocimiento. Esto era prohibido para las mujeres quienes se debían limitar a la sumisión y subordinación del hombre. Pensar por sí mismas era sacrílego. Además, los únicos que podían aspirar a la instrucción eran las clases privilegiadas ya que poseían los recursos para poder costear su educación. Los demás, como chancla obrera que eran, agarraban las migajas si es que les caían y solamente los hombres.

En la actualidad es increíble la cantidad de medios que tenemos para acceder a la información y lo mejor de todo, muchos de ellos son gratuitos. Podemos encontrar infinidad de títulos en la biblioteca más cercana o toda una biblioteca por medio de internet. Podemos ir a la escuela sin que nos veten por ser hombres o mujeres o por tener menos o más. Es cierto que aún muchos no pueden acceder a ella, pero cualquiera que desee ingresar a realizar estudios lo puede hacer sin importar su raza, sexo, situación económica o credo.

Después de leer la pasión de Sor Juana por el conocimiento y los grandes peligros a los que se enfrentaba por leer ciertos libros “prohibidos” (libros hoy tan cotidianos como Diálogos de Platón, La Eneida de Virgilio, Pensamientos de Erasmo de Rotterdam, etc.), me ha provocado sentir la necesidad de promover la lectura más que nunca. Estamos en una época en la que tenemos la información al alcance de la mano sin embargo es poca la que se consume y se difunde.

Las grandes potencias son grandes porque se nutren de conocimiento, si bien tanto Alemania como Japón, dos de los países más poderosos de nuestros días, fueron devastados por guerras, desastres naturales, bombas atómicas y otros conflictos sociales, se han sobrepuesto relativamente rápido para la cantidad de catástrofes que han atravesado en menos de cien años  porque son pueblos educados y culturizados; como dijo Einstein “una mente abierta difícilmente volverá a su forma original”.

Hoy por hoy, gozamos de libertades que tal vez Sor Juana en sus tiempos jamás soñó, podemos (si lo deseamos) acceder cuanta información deseemos devorar y por qué no, también de producirla.

La oportunidad de ser mejor ahí está, basta con decidirse a actuar para serlo.

Twitter: @ann_hiellow

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