Ojos abiertos… // By Luis Fabián Fuentes Cortés
Por Luis Fabián Fuentes Cortés
En cualquier discusión ya sea abierta o en la red social de su preferencia, foro de debate o cotorreo en forma controversial han aparecido los siguientes calificativos: Pejezombie, Peñabot, Chairo y otros más.
No niego que a veces resulta divertido ver como se desgarran entre insultos los partidarios de un equipo u otro. En ocasiones es igual que esos juegos que promociona la FIFA pero que no sirven para nada: MORENA contra el resto del mundo. Los vemos por el morbo, pero sabemos que al final no nos aportaran nada. La razón es muy sencilla: uno y otro bando terminaran repitiendo lo que dijo el intelectual en turno que esté promocionando el equipo en el campo y descalificando al otro a nivel personal. Ni ahí hemos superado los pleitos de las comadres de vecindad.
Hace años un “líder” juvenil de MORENA lanzaba una diatriba contra el neoliberalismo desde un insospechado kiosko de una ciudad chonguera y sonaba como el eco del candidato a la presidencia. Cuando le pregunté, con inocente curiosidad (lo juro por mi garrita) sobre qué es el neoliberalismo solo recibí una sonrisa nerviosa y como respuesta “No sé, pero dice Andrés Manuel que es malo”….
Maldecí el curso de Economía, la clase de Estructura Socioeconómica de México que este desdichado no tomó o si la tomó se hizo tonto. Pero lo que más me preocupó fue la repetición como perico. Claro que el neoliberalismo es malo, es más malo que comer carnitas con diabetes y el colesterol alto en el tianguis sin lavarse las manos después de ir al baño y embarrarse los dedos. Hubiera bastado con decir que el neoliberalismo implica que los mercados económicos sean totalmente abiertos, es decir sin regulación del Estado, el cual ni siquiera tiene la forma de policía que suponía el liberalismo clásico, en pocas, los empresarios son los que tienen mano en las decisiones de todo, en base a la oferta y demanda, para ello es necesaria la privatización, por la idea de que la administración privada es más eficiente y adecuada que la administración pública. De este modo se reduce la intervención del Estado en la regulación del mercado (precios, salarios), gasto público y servicios y todo queda en manos del empresariado. El tener todo privatizado, en una sociedad marcada por la precarización del salario y la desaparición de derechos laborales, lleva a un estado de indefensión a las mayorías, especialmente “a los que menos tienen”, diría el Doctor Simi. De ahí que cualquier política donde se defienda, estimule o reivindique la propiedad privada, incluso aquellas en las cuales se le prenden veladoras al niño Jesús esperando que los empresarios sean buena onda, se encontrará en el mejor de los casos con una forma humanizada de liberalismo (Le ponemos Keyness al niño) o en el neoliberalismo. Quizá sea poco lo que han reflexionado las franquicias progresistas (no las llamaré de izquierda, ya que aunque se pongan la camiseta, no lo son, es más muchos de ellos aborrecen a los marxistas o a los anarquistas), pero las políticas que impulsan y la forma en que piensan ejecutarlas entran más dentro del marco del liberalismo o neoliberalismo.
¿Y que tiene que ver esto con lo que decíamos al principio? Un reclamo constante en estos foros es una frase que se repite como perico: “No veas Televisa”, “Mejor ponte a leer”… Si se termina leyendo a Paulo Coehlo, a Chopra o a Hitler (sí, hay una niña perdida entre los progres Zamoranos que dice que Hitler tenía razón en “Mi Lucha”) y se piensa que solo porque están en una hoja impresa los convierte en asuntos verdaderos, entonces deberías recordar que Dulce María, Jordi Rosado y Chespirito (estrellas de Televisa) también han escrito libros y que Carl Sagan también participó en programas de Televisión igual que Taibo II.
El problema no es el medio, el problema es que el que escucha no tiene la formación crítica para darse cuenta de que le están mintiendo o para medir la calidad de lo que entra en su cabeza. Se basa fundamentalmente en la falacia de autoridad: “Si lo dice alguien a quien considero autoridad es cierto, pero si lo dice alguien que es parte de mis enemigos, seguramente es mentira”. Esto es una herencia cultural que viene de la formación católica que hemos mantenido. Aún hoy, hay parejas que van a preguntarle al “padre” (Léase sacerdote) qué deberían hacer como pareja. Claro, no hay nadie más experto para decirles cómo llevar una vida de pareja feliz que un anciano célibe, o que sí tiene pareja, pero la esconde debajo de la sotana donde no se vea. Pero finalmente es el padre y aunque no sepa nada del asunto, es autoridad y Ley. Nos enseñaron a no cuestionar a nuestros padres. Nos enseñaron que los maestros en la escuela siempre tienen la razón. Entonces, cuando el tipo con sotana, o el cuate desde el pulpito, o el líder de la colonia, o el jefe del sindicato profiere alguna palabra, esta se vuelve incuestionable, se vuelve verdad per se. Es inmutable, incuestionable y suficiente. No hay necesidad de buscar en otro lado, de hacer la crítica, de discutir el tema, nos encontramos ante verdades reveladas… y seguramente, quien diga lo contrario, es del otro bando, es enemigo, traidor y vende su voto por una torta y un frutsi. Al final del día, solo cambiamos nuestras figuras de autoridad a otras que nos hicieran sentir un poco más rebeldes, aunque sigamos haciendo las mismas cosas: no cuestionamos, repetimos y nos alienamos.
En el país de los ciegos, el tuerto es Rey, pero el que mira con los dos ojos es un hombre libre y puede ver Televisa, leer o escuchar al cargador en el mercado, al taxista, al inmigrante indocumentado, al albañil analfabeta y aprovecharse de la experiencia y el conocimiento implícito, puede generarse un discurso propio, puede cuestionar a su dirigencia y hasta convivir con otros sin tachar a medio mundo de enemigo solo porque no apoya a su candidato favorito en las guerras de franquicias electoreras (Me sigo reusando a llamar partidos a esas estructuras tipo McDonalds de negocios electoreros donde se alimenta a zánganos buenos para nada).
Una de las formas más sutiles de la alienación mediante la cual opera el sistema actual consiste en silenciar y borrar la palabra y el concepto alienación del vocabulario. Cuando las palabras no se pronuncian, nadie las escucha. La alineación empobrece al hombre negándole la posibilidad de modificar aspectos de los ámbitos en los que se ve involucrado, provocándole una conciencia falsa de su realidad. Sin embargo, éste es un hecho que puede suprimirse. La crítica es una herramienta para construir, es un ejercicio subversivo de la razón para reflexionar y cuestionar desde la complejidad de la realidad presente, pero sobre todo en la perspectiva de construir realidades futuras distintas y se convierte en el camino contra la alienación. Como arma racional, dialógica (es decir se trata de confrontar ideas y no de simplemente llamar a los otros Peñabot o Pejezombie) y de cuestionamiento, el pensamiento crítico apunta hacia los fundamentos de las ideas, los argumentos del discurso antes del quien los dice. El pensador crítico es una persona inquisitiva, informada, racional, honesta cuando confronta sus prejuicios, prudente, dispuesta a reconsiderar y si es necesario a retractarse. No se trata de hacer personas que piensen de la misma forma o de que cambien de personalidad, sino de ser objetivos pese a nuestros prejuicios habituales. Entonces, una buena forma de comenzar a volvernos críticos es escuchar a todos y confrontar las ideas, con la realidad, esto también nos debe convertir en buenos observadores, solo así podemos encontrar la verdad más allá de las figuras de autoridad. Hay que faltarle al respeto a las ideas, a las palabras, sobre todo a aquellas que están equivocadas. No basta con decir que Andrea Legarreta es una pendeja, hay que señalar que es lo pendejo en su discurso.