“Perpetuum Immobile”// By @indiehalda
Por Oscar Hernández
Nos guste o no la política y todo lo que hay alrededor de ella, en estos días y por lo menos hasta inicios de junio estaremos sumergidos en una marea de promesas, ruido, mal gusto y pena ajena: ese engrudo informe que a nuestros representantes se les llena la boca al denominar “fiesta de la democracia”
En un país con los altos niveles de valemadris-ejem-abstencionismo como el nuestro, resulta una labor titánica acercar a un electorado siempre escéptico, para el que la época de elecciones es sinónimo de regalitos, prebendas y apapachos seguidos de un periodo de 3 a 6 años de puertas cerradas en la nariz, al menos hasta el siguiente periodo electoral: la perfecta definición de círculo vicioso.
Con ese panorama, uno esperaría que la sociedad recibiera con gusto nuevas alternativas, más si estas son de origen ciudadano. Con la excepción de la gubernatura de Nuevo León, el grueso de los candidatos independientes participan en total desventaja, derrotados ante la aplanadora partidista con sus bases y su clientelismo.
Con más de 5 mil millones de pesos a repartirse este año entre los partidos, uno entiende el porqué del interés en seguir con este sistema tan suculento para sus engranes. Lo quieran admitir o no, resulta una obviedad que una parte -grande o pequeña, da igual- del dinero de los contribuyentes se va en pagar relojes ostentosos, mansiones de infarto, vacaciones glamorosas, todo ello ante un ojo “vigilante” que se dedica a dar manazos y tiernas advertencias aquí y allá, como esas mamás que no creen en el regaño y la nalgada, mientras su hijo corre por ahí haciendo cuanto desmán se le antoja.
¿Sabe usted, querido lector, quién compite por las diputaciones locales y federales en su distrito? ¿Quién contiende por la alcaldía de su ciudad? ¿Conoce su plataforma, sus propuestas? ¿Conoce las implicaciones de votar por X o Y candidato para su colonia, para el ejercicio de su profesión o para su familia? Todas ellas preguntas abrumadoras, tanto que al final la elección se reduce a votar por un color o un nombre –por gusto, costumbre u obligación- ajenos a las consecuencias de ello. Así funciona la democracia nacional.
Y luego está la llamada “guerra sucia”, omnipresente en toda competencia electoral: que si el uno gastó de más, que si el otro se enriqueció a través de sus anteriores puestos, que si aquel copió en el examen de español de tercero de secundaria… y las elecciones se convierten en Uroboros, el antiguo símbolo de la serpiente engullendo su propia cola. La democracia devorándose a sí misma.
¿Queremos que esto continúe así? Parece ser que sí, porque de momento ninguna plataforma ha logrado generar la conciencia necesaria en buscar dar un golpe de autoridad social. Por un lado es comprensible que a la gente no le importe demasiado: ocupados en la supervivencia, resulta de espanto que en este país prácticamente uno de cada dos personas se acueste pensando qué va a comer mañana y no por quién va a votar dentro de poco más de un mes. No podemos esperar a integrar a un país con tal desigualdad, y es por ello que a este sistema le urge cambiar. Vaya paradoja.
Aquellos con la fortuna de poder participar activamente en este sistema deberíamos hacerlo mejor, o de lo contrario nos estamos volviendo cómplices de este fenómeno: el gasto multimillonario en la creación de un aparato de inmovilidad perpetua.
Sólo en México, caray.
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