Nicolás Maduro o la fe tramposa
Por Alberto Luquín
Ver a nuestro presidente dormido en el funeral de Chávez me provocó simpatía. Después de todo, aguantar el panegírico de Maduro fue todo un desafío al sentido común. Si me mantuve despierto fue por morbo: esperaba un suicidio colectivo entre tanta referencia cristológica, misticismo pop y conspiranoia.
Por esos días se me ocurrió entrar a un grupo de Facebook que se hace llamar “Ateísmo Brillante”. Me sorprendió que en vez de hablar de la inmamable carga religiosa del discurso de Maduro se dedicaran a hacer los ya consabidos cacareos “críticos” sobre la pestañita. Por pura curiosidad y mala leche se me ocurrió preguntar la razón.
Después de bastantes horas, por fin recibí una respuesta de esas que me hacen suplicar por la pronta llegada de los vogones. Una serie de hombres de paja donde en ningún momento se contestaban mis preguntas, sino que se repetían los logros de Chávez y se manifestaba indignación porque se me ocurrió decirle “muerto” al muerto.
Cierto, Chávez consiguió reducir la desigualdad en Venezuela. También es cierto que deja un país casi quebrado, con alta inflación, fuerte devaluación, escasez de productos básicos y nula productividad. Lo mencioné y recibí dos revires. Uno ya me lo esperaba: “lla no beaz telebiza”. El otro no: “el que no cree no va a creer ni aunque lo vea”.
Eso me recordó lo que me dijeron algunos amigos cuando se dieron cuenta de que mi voto libre y secreto no sería por López Obrador: “yo he decidido creer en él y tener esperanza”. Palabras que, tal vez sin quererlo, entran al campo de la fe y el pensamiento religioso. Pero ocurre que la comunión y el providencialismo nomás no son lo mío.
Maduro, discípulo del charlatán milagrero Sathya Sai Baba, evita exponer un proyecto político. Sus apariciones públicas se reducen a ensalzar en términos fundacionales la figura del difunto en un ejercicio de aquello que Hitchens llamó “necrocracia” y abonar a la teoría conspirativa: cáncer inoculado, planes del Imperio (su mejor cliente) para matar al candidato opositor.
Escribe Galeano que la derecha se encargó de satanizar a Chávez. Claro, pero no podemos cerrar los ojos ante el chabacano intento de divinización que de él se hace. Por lo demás, y fuera de tema, Galeano no me simpatiza. Siempre lo he visto desde los ojos de Reinaldo Arenas, como un espantapájaros al servicio del castrismo. Cada quien.
Posdata: ¿Cuántos de quienes navegan con la bandera del feminismo y la igualdad de derechos le entraron al mame de la precandidata a diputada y presunta escort migrante? Temo preguntar y descubrir que son también quienes no encuentran mejor insulto que la palabra “puta” para la primera dama.
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