Michoacán y la Federación
Por Víctor Manuel Báez Ceja
Michoacán es una de las entidades fundacionales de México, cuna no sólo del proyecto de nación que originó la República Mexicana hace casi 200 años, sino también esta tierra le ha dado a México grandes hombres y mujeres como José María Morelos y Pavón o Josefa Ortiz de Domínguez, grandes reformadores como Melchor Ocampo, por lo menos ocho Presidentes, entre ellos uno de los más grandes, como el General Lázaro Cárdenas.
Además del gran legado histórico, Michoacán surte al país de alimentos y es líder exportador de aguacate, frutillas, granos, carne de cerdo y otros. Asimismo, la cuenca Cutzamala que surte de agua a la Ciudad de México, es nutrida por los bosques del oriente michoacano.
Por si fuera poco, Michoacán es también un referente para el turismo nacional e internacional.
Pese a todas estas riquezas, aportaciones e importancia histórica, en los últimos dos sexenios y en la administración federal actual, a Michoacán se le ha dado un trato de segunda, de un lugar prescindible y donde los problemas, los retos, las vicisitudes y los conflictos simplemente son minimizados, ignorados y hasta negados por los gobiernos federales en turno.
Michoacán sufrió del desprecio de parte de Felipe Calderón, un michoacano perjuro que sólo se dedicó a mandar soldados, problemas, represión, conflictos y polarización social al estado.
Ahora, con el priísta Enrique Peña Nieto es igual, por más que el gobierno se desviva en hacernos creer que Michoacán le interesa al oriundo de Atlacomulco.
En la campaña del 2011, el PRI propagó que el conflicto entre el estado y la federación, el primero un gobierno del PRD y el segundo del PAN, era el origen de todos los males, atrasos y problemas del estado. Y aseguraron que si el PRI arribaba al gobierno federal, al estatal y al municipal, podría desdoblarse una línea de atención de primer orden al estado. Pero todo fue mentira.
En el último año y medio pareciera que andan a sus anchas los siete jinetes del Apocalipsis en el estado: ingobernabilidad, violencia, inseguridad, desempleo, migración, desplazamientos, inestabilidad política, crisis económica, ausencia de gobierno, cancelación de programas sociales, disputa entre grupos priístas y ahora la tragedia y las afectaciones originadas por los fenómenos naturales.
Michoacán no es el estado enfermo de México, pero si se trata de un estado fallido en su ámbito gubernamental y de seguridad.
Pese a ello, estos escenarios no fueron ni han sido suficientes para que la administración de Enrique Peña Nieto emprenda acciones extraordinarias y especiales para apoyar al estado. Ni en los aspectos más mínimos, la federación respalda a la entidad y mucho menos lo hace ahora con los municipios dañados por las lluvias y con los damnificados.
La historia nos ha enseñado que cuando un gobierno central asume posturas autoritarias, represivas, soberbias y displicentes, emergen de lo más profundo de México los procesos revolucionarios que los derroca, y Michoacán es una de esas entidades de donde suelen emerger los grandes cambios del país, y en la actual coyuntura parece que no será la excepción.
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