México Pantagruélico/ By @Oswaldisimo
Por Oswaldo Calderón
México es un monstruo de proporciones gigantescas, como un Titán obligado a consumirse por toda la eternidad y comer a sus hijos como la obra de Goya. Un México que abandonó su esplendor de jade entre sahumerios de sangre florida, una ciudad de coronas de flores y quetzal entretejida en el conjuro de los enemigos de la Gran Tenochtitlan; la amante políglota de un dios-hombre, Quetzalcóatl vestido con placas del dragón encarnado en serpiente emplumada que mata con palos de fuego y viaja en casas que cortan el horizonte donde el sol muere cada día.
Por las noches se escuchó el grito de terror en los templos de Ehécatl y murieron todos los dioses con corazones en sus bocas y ofrendas del guerrero águila y jaguar; ese día comenzó el reinado de un dios más sangriento y cruel que abandonó a su hijo, un semidiós semítico, hijo de la promesa de un ángel y muerto entre dos maderos en el lugar de la calavera, entre sicomoros y terebintos, entre el gehena en las afueras de la Fortaleza Antonia. Un dios hecho hombre que murió entre la más terrible de las soledades, traicionado por sus amigos, en la oscuridad cuando la tierra rugía como un león en el desierto.
Y llegaron los templos de piedra santa sobre aquellos ya vestidos de santidad y gloria; y se alzaron como dogma y signo apocalíptico eugenésico de la piel que refleja el sol sobre la majestuosidad de la piel de bronce; y jamás nada volvió a ser como antes, no volvieron a tejerse con plumas el pasado histórico de los hombres de barro y maíz; y tampoco un Tlatoani ciñó su cabeza con los ríos de piedras preciosas y oro.
El reino de las bestias provocó el parto de una nación, un nuevo México fundado en el engaño, el imperio de la mentira y la desolación comió tierra y aguas y todo lo viviente hasta el hartazgo. Ya nadie llora, pues nada hay que llorar y las ancianas cuentan historias de piloncillo y buñuelos, y los hombres que se levantaron en armas murieron por una tierra llana y más muerta que ellos y sobre ellos vinieron otros con puños y letras muertas, entre ratas y el martillo de las brujas tomaron posesión de lo que no les pertenecía, y violaron la tierra, socavaron los sentidos y degollaron la dignidad con poderes celestiales en mitras de promesas y obleas fácticas, entre plegarias modernas que saben a sal, a miseria, a miedo.
Y ahora estoy aquí en el ombligo del mundo,
en esta ciudad heredada y articulada sin memoria,
adjetivada y resemantizada sin voluntad;
viviendo como prisionero de sus apetitos y sintiendo frío siempre.
La Ciudad de México-Tenochtitlan:
la omnisapiente,
la omnipotente,
la omnívora,
la ignominiosa,
la comedora de suciedad y prófuga de sus propios demonios.
La exorcizada,
la cardenalicia y purpurea de sotanas con olor a pecados perdonados entre eternos padre nuestros que nunca llegan al cielo:
la pedófila.
La trasgresora,
la transexual,
la transgénica,
la transmutable,
la transubstanciada,
la doble moralista e hipócrita entaconada y criminal,
la homófoba,
la ciudad de vanguardia.
La heterodoxa limitada y ortodoxa con silicios de prisioneros políticos,
la desvergonzada,
la desvirgada,
la descarada,
la descarriada,
la multipremiada loca adicta al litio.
La confabulada,
la drogadicta,
la politiquera,
la pecuniaria,
la globalizada,
la neoliberal medieval que se viste por las mañanas de dantesco albedrío y por las noches ríe a carcajadas por su pobre condición;
la inhumana,
la rabelesiana ciudad de la gula,
la eternamente pobre.
La Florencia moderna,
la romana actual,
la babilónica asumida,
la babélica confusa,
la bocaciana,
la sodomita blanquiazul,
la meretriz negri-amarela,
la puñetera verde-ecologista,
la gomórrica tricolor.
La panfletera nacionalista,
la malintencionada patriota,
la jamás independizada,
la revolucionaria mentirosa,
la duopólica comunicadora,
la telenovelera.
¡Rasguémonos las vestiduras y corramos desnudos por Reforma!
Vistámonos de otredad y calcémonos de intolerancia.
¡Vengan pues clamores por esta bendita ciudad!
La secuestrada y secuestradora,
la víctima y victimaria,
la decapitada Hidra,
la corrupta hasta los huesos;
la discapacitada con recursos públicos,
la obesa muriendo lento,
la diabética y ciega,
la pedagoga sin ética,
la educada militante,
la preciosa ridícula,
la sindicalizada ladrona,
la salubre enferma,
la intelectual y hispsteriana pretenciosa,
la infectada desde la médula hasta el útero.
La infeliz con alzhéimer de García Márquez,
la asesina del poeta Hangelini,
la hija de la chingada de Octavio Paz,
la heteronormada de Antonio Marquet;
la irónica, sumisa y cinco veces siempre fiel del Karol Wojtyla,
la pinche de José Revueltas,
la perseguidora de Álvaro Mutis,
la violentadora de género de Sor Juana,
la condenadora de Novo y Villaurrutia,
la traidora de Trotski,
la multimamada de Hadad.
La pantagruélica.
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