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Magufos everywhere II

Por Alberto Luquín

Nacido en Hidalgo del Parral, Chihuahua, en 1979, actualmente es pasante de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UMSNH y tiene estudios en Filosofía por la UAQ y diversos diplomados, talleres y seminarios auspiciados por el INBA, CONACULTA e instancias estatales queretanas. Freelance, se ocupa generalmente en proyectos de consultoría educativa y pensamiento crítico. Tiene obra publicada por el ITESMCQ y Arte-Diem y ha participado en revistas filosóficas y literarias. Cortina de humo será una columna de crítica política, abordando desde un enfoque escéptico y de pensamiento crítico los rumores, hoaxes y cuestiones parecidas que circulan en la red.
Nacido en Hidalgo del Parral, Chihuahua, en 1979, actualmente es pasante de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UMSNH y tiene estudios en Filosofía por la UAQ y diversos diplomados, talleres y seminarios auspiciados por el INBA, CONACULTA e instancias estatales queretanas. Freelance, se ocupa generalmente en proyectos de consultoría educativa y pensamiento crítico. Tiene obra publicada por el ITESMCQ y Arte-Diem y ha participado en revistas filosóficas y literarias. Cortina de humo será una columna de crítica política, abordando desde un enfoque escéptico y de pensamiento crítico los rumores, hoaxes y cuestiones parecidas que circulan en la red.

Uno de los mercados más prolíficos para la charlatanería es el de la superación personal y la autoestima. Como dije hace dos semanas, en una sociedad en crisis se plantea siempre la búsqueda de respuestas a preguntas tan simples y fundamentales como “¿quién soy?”, “¿cuál es el sentido de la vida?” o, más concretamente en estos tiempos de prisa, “¿cómo conciliar mi personalidad y ocupaciones con quienes me rodean y con quienes quiero?”.

Que sean preguntas simples no significa, por supuesto, que sus respuestas sean fáciles. Todo lo contrario. Las primeras dos han desvelado a los filósofos desde el principio de los tiempos, por ejemplo, mientras que la última da de comer a muchos psicólogos. Aclaro, de paso, que no tengo nada contra los psicólogos, siempre y cuando hayan abandonado la superchería freudiano-junguiano-lacaniana y sean capaces de asumir los descubrimientos científicos del siglo XX y lo que va del XXI.

Sin embargo, pareciera que las respuestas se quedan siempre en la abstracción más inasible para el hombre común, como usted y yo o su mamá y la mía. Basta con darse una vuelta por cualquier librería no especializada y mirar los estantes: por cada libro de Sagan o Platón, encontraremos al menos diez sobre monjes que se visten de rojo, venden su Ferrari, hacen cuatro contratos con gente que usa armaduras oxidadas y se preguntan quién les robó el queso mientras se comen un desabrido caldito de pollo pidiéndole a Dios (que no existe) que les mate al marido. O algo así.

No pienso quejarme por la producción y el consumo masivo de este tipo de libros, mi esnobismo es insufrible pero no llega tan lejos. Sus lectores sólo buscan respuestas, después de todo (aunque equivoquen las preguntas), lo cual es totalmente legítimo y hasta necesario. Los problemas empiezan cuando ciertos iluminados aprovechan esta penuria existencial, junto al fracaso del sistema educativo y la casi total ausencia de pensamiento crítico y científico, para hacer negocio a costa de incautos desesperados.

Los merolicos, convertidos en guías espirituales, mezclan y pervierten los lenguajes de disciplinas y ciencias tan dispares como la psicología, la filosofía, las neurociencias, la física cuántica, la biología y la medicina con verdades de perogrullo, lugares comunes del wishful thinking y frases que suenan tan profundas que en realidad carecen de todo contenido. Sobre todo ahora que, gracias a gente como Deepak Chopra, ofrecen no sólo el bienestar “espiritual”, sino también el físico. Ya no hablan nada más de mejorar las relaciones interpersonales del cliente, ahora hasta prometen recuperar la salud física a través de un proceso sin pies ni cabeza llamado “sanación”. Así es como el mercado de la superación personal pasa de la simple palabrería al espejismo peligroso.

Se termina el espacio, nuevamente. La próxima semana (esta vez sí publicaré a tiempo, lo prometo) hablaremos sobre un caso concreto que por módicas aportaciones promete algo cercano a los superpoderes.

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