La escuela tras las rejas// By @indiehalda
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Por Oscar Hernández
¿Recuerda el nombre de Anders Behring Breivik? Permítame refrescar su memoria, querido lector: pertenece a un noruego de 36 años que en julio de 2011 asesinó a 77 adolescentes en la isla de Utøya, cercana a Oslo. Previamente, Breivik realizó un atentado con un coche bomba justo a las afueras de las oficinas del primer ministro noruego.
Estamos hablando del individuo que realizó por su propia cuenta la matanza más grande que se tenga noticia en Noruega desde los tiempos del nazismo. Un individuo que celebró con gritos de euforia cada muerte, y que declaró tras su captura que consideraba su crimen “atroz pero necesario”. Una joyita de persona, producto del creciente rechazo al multiculturalismo en Europa.
A unos días de cumplirse 4 años de los atentados, Breivik ha vuelto a ser noticia: La Universidad de Oslo –que cuenta con un programa de acreditación universitaria para reos- ha aceptado a Anders en su postgrado en ciencias políticas. Noruega y su famoso sistema penitenciario –permisivo y creyente en la verdadera reinserción de los individuos- permite a los reos obtener estudios universitarios en universidades públicas, de excelente nivel en el país escandinavo.
Breivik no la tiene fácil: sus estudios le permiten la solicitud de libros pero no el acceso a internet, además de que el sistema de enseñanza al que debe apegarse no le permitirá contacto con profesores ni acudir a clases.
La condena inicial de 21 años para Breivik está planteada en un esquema denominado «forvaring». Este es un sistema que permite una pena de hasta 21 años. Pero al terminarla, se revisa, se estudia, y si no se ve posibilidad de reinserción, se amplía por cinco años, y así hasta el infinito… ese infinito parece bastante probable para Breivik.
Lo importante en este momento del caso es la anuencia del gobierno noruego para permitir la educación del que puede decirse es el criminal más odiado de la nación escandinava. Claro, existen muchos detractores, y el confinamiento de Breivik indica que incluso entre la población carcelaria no se le tiene en alta estima. A pesar de todo, un país orgulloso de su estado de bienestar le brinda la oportunidad a su máximo ciudadano non grato de seguir su vida con dignidad.
Volteemos ahora a nuestro país. Las nuevas imágenes del escape del Chapo nos muestran una vida en prisión bastante cómoda para un reo que se supone debía estar confinado de forma mucho más espartana. Y el del Chapo es sólo un caso más en el rosario de anécdotas de delincuentes que viven como señores feudales en las cárceles mexicanas: esos superpoblados centros escolares del hampa.
Dese una vuelta por las estadísticas publicadas en la red, y podrá darse una clara idea de la forma en la que (no) funciona el sistema penitenciario mexicano: más del 50% de los centros de readaptación están sobrepoblados (en los del DF, los números alcanzan cifras escalofriantes de más del 200% de ocupación); más de la mitad de la población penitenciaria purga penas menores a 3 años por delitos no graves ni violentos; para el 2011, más del 96% de sentencias condenatorias implicaban penas de cárcel y menos del 4% consideraban multas o reparaciones del daño; los niveles de reincidencia a nivel nacional están por encima del 15%, y el costo anual de llevar todo esto supera al de las elecciones, y por ende al de muchas otras actividades que deberían importarnos más, como la cultura y el deporte.
El sistema de justicia mexicano implica la culpabilidad de casi todo el que cae en sus manos (aunque la letra diga otra cosa). Tan pronto se pisa una cárcel, sin importar si es por días, meses o años, uno queda herido, de una forma que nunca cicatriza.
Alguien cercano a mi familia estuvo en la cárcel por más de 6 años. Hablamos de una persona amable y buena, que por una soberana tontería tuvo que cumplir tiempo en una celda. Se aferró a la religión como una tabla de salvación y, según me contó unos meses tras su salida, fue lo único que evitó que se volviera loco o se suicidara. Un hombre bueno que acabó con su vida, o mejor dicho, que dejó que un sistema acabara con ella.
Con los obligados cambios que deben ocurrir en las cárceles de nuestro país, y sabiendo que esos cambios serán sólo de forma y no de fondo, recomendaría poner un letrero grande y visible a la entrada de cada centro con una frase del canto III del infierno de la Divina Comedia: «Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza».
Al menos así no le crean falsas expectativas a la gente.
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