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El reformador tonto (o el déficit de atención nacional)/ By @indiehalda

Por Oscar Hernández

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Es innegable que nuestro presidente vende bien como figura iconográfica: para bien o para mal (con justa razón casi siempre para mal) su rostro parece omnipresente en el ecosistema mediático nacional: en medios escritos y electrónicos el escaparate del Lic. Peña es amplísimo, y toca todas sus facetas: el líder, el padre de familia, el analfabeta funcional, el que tronó geografía e historia…

Este mes una nueva portada generó ámpula en la sociedad mexicana. La edición nacional de la revista gringa Rolling Stone hizo un retoque pop-art a una de las fotos más ñoñas de nuestro presidente (la sonrisita de teto es una joya) para acompañar el título Peña Nieto “El Reformador” ¿Tonto? Ni tanto…

Con el caso de la revista TIME tan fresco, era de esperarse una reacción social inmediata, donde multitudes enardecidas ahora consideran a la publicación un pasquín, propaganda del sistema corrupto y el modelo neoliberal empobrecedor (lo que sea que esto signifique), siguiendo la inercia que afirma que, si ocupa la portada, es que algo bueno se está hablando de él al interior.

Me mató la curiosidad (o las ganas de opinar con conocimiento de causa, qué sé yo) y me compré mi ejemplar para recetarme el artículo de Enrique Hernández Alcázar (que por cierto es conductor de uno de mis programas de radio favoritos) llamado Peña Nieto: “El Reformador”… incompleto, y de paso enterarme de los chismes hipsters del momento. Dividido en 5 partes, el artículo hace un análisis sin apasionamientos del pasado, presente y futuro del líder del ejecutivo.

El artículo dista mucho de ser el adulador publireportaje que el TIME publicara hace unos meses, y de inicio le pega con rigor a EPN al tildarlo de “Tonto” (aun cuando ponga en duda el calificativo) y entrecomillar su labor como reformador (algo así como el *guiño guiño* al mote)

El interés de EPN de sacar de la foto a todo aquel que esté en contra de su discurso, sus orígenes y la sombra de Montiel y Salinas, un gobierno basado más en acciones espectaculares que en resultados concretos y lo que se viene en los próximos 4 años y medio: de eso habla Hernández Alcázar. Ni un logro ensalzado, ni una estrategia aplaudida. Objetividad dirigida al público joven y, hasta cierto punto, culto.

Más que defender el artículo, mi interés reside en el bajísimo nivel del debate sobre las acciones del gobierno. Estamos siempre al acecho del próximo tropiezo del ejecutivo: que si dijo una fecha mal, que si ubicó una población donde no era, que si aparece en la portada de x o y publicación. Pareciera que la opinión pública encuentra cierto placer morboso en verlo fallar.

A mí me provoca incertidumbre, porque los errores de Peña Nieto son nuestros errores. Somos nosotros los que confundimos Ojinaga con Okinawa, los que no sabemos qué significan las siglas IFAI ni podemos recordar 3 libros que hayan marcado nuestra vida. Peña Nieto no es un erudito, pero nosotros estamos lejos de serlo al rebajar la crítica a sus múltiples pifias, en lugar de orientarla a sus objetables logros y estrategias.

Termino esta columna viendo la última puntada del presidente: su foto con el magistral Kevin Spacey. No sé ustedes, pero hay más de Francis Underwood en Enrique Peña Nieto de lo que me gustaría aceptar.

Punto para mi presidente.

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