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Don Jacobo// By @indiehalda

editoriales

Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental.  Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse. A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.
Oscar vive con su esposa, su biblioteca musical, su perro y su gato en el sur de la ciudad más guapachosa del hemisferio occidental. Una extraña mezcla de hipster, Godinez, otaku y cargador de central de abastos, Oscar opina de casi todo, regularmente sólo para quejarse.
A Oscar le gusta el post-rock, Haruki Murakami, los atardeceres, el Boing de tamarindo y -para su desgracia- todo lo que engorda, alcoholiza o es socialmente reprobable. Pero hey, se la pasa bastante bien. Su columna habla del acontecer económico, político, social y cultural del DF visto por un moreliano de corazón.

Por Oscar Hernández

La mañana del 2 de julio, cada espacio noticioso que anunciaba la muerte de Jacobo Zabludovsky lo hacía de manera solemne, conmocionada aun cuando la edad del comunicador ya había dejado el sí o no por el cuándo y a qué hora: México perdía a un ícono del periodismo, cuya perenne presencia y acciones marcaron la pauta del debate en las mesas y escritorios de todo el país durante décadas.

Zabludovsky era el último sobreviviente de una época de un periodismo íntimo, romántico. Ese que se muere de redes sociales y nuevas tecnologías, donde la frontera entre noticia y mera anécdota se borra cada día más, arrojándonos de forma inexorable a lo intrascendente. Un mundo de periódicos, de tinta, de libretas y grabadoras… un mundo que ya no existe.

¿Que el señor Zabludovsky representa también la imagen más rancia del periodismo oficialista? Puede ser. Pero no podemos juzgar con una vara de internet y valores contemporáneos el proceder de un hombre que, como todos nosotros día a día, simplemente hizo lo que consideró correcto en el momento en que lo vivió.

“Que no te haga bobo Jacobo” la ocurrente canción de Molotov creada en las postrimerías del romance del periodista con Televisa se ha convertido en el himno de un público que “no olvida”: gente criticando a un hombre de humilde origen y que se hizo a sí mismo con una canción compuesta por un grupo de niños satelucos fresas. Me gana la risa.

Todo mundo recuerda una canción, pero casi nadie recuerda los hitos: la cobertura de los terremotos del ’85 y Managua, las entrevistas al Che Guevara, a los Fideles (Castro y Velázquez), al petulante genio que fue Salvador Dalí (esa entrevista da para horas de debate), la narración del alunizaje y de la caída de Batista… el hombre fue cronista de medio siglo de historia humana (un medio siglo movidito, por cierto) y aun así no paran las recriminaciones.

Como todos los periodistas de la época, Zabludovsky no habló abiertamente de los sucesos del 2 de octubre. “Hoy fue un día soleado” le achacan personas que ni siquiera estaban vivas para decir si en efecto eso se dijo aquella noche (los horarios no cuadran). Lo único que si se sabe con certeza es la reclamación de Díaz Ordaz por la corbata negra “Señor presidente, yo uso corbata negra desde años”, le respondió el periodista. Y era verdad. El Estado vigilaba cada movimiento de quienes se dedicaban a informar y les marcaba el paso. No había espacio para la disidencia.

Zabludovsky tampoco levantó la voz por Julio Scherer (otro que tampoco dijo nada del 2 de octubre en su noticiero ese entonces) cuando fue expulsado del Excélsior. Vicente Leñero lo denominó “servil a Echeverría como a todos los presidentes priístas que vinieron después” en su novela Los Periodistas. Leñero falló en el uso de la persona: no sólo él, todos los periodistas de la época fueron serviles al sistema. Eran las reglas, y todos la seguían. Scherer y Leñero incluidos.

Y como cereza del pastel, la ofensa a sus orígenes judíos, como ocurriera con Ezra Shabot hace unas semanas a raíz del affaire Aristegui. He aquí la raza de bronce, furibunda en exigir respeto a sus orígenes, pero que sin chistar se mofa y ofende los ajenos a la menor provocación.

Como dicen por ahí “Se está muriendo gente que antes no se moría”, y con la partida de Don Jacobo se fue también una parte de ese México que los mayores de 40 añoran. Sí, con todo y sus 2 de octubre, sus jueves de Corpus y sus crisis consecutivas, hay un México que persiste en la nostalgia colectiva que es mejor que el México de ahora, con más libertad y menos alegría. Muchos cambiarían sin chistar  el México de López Dóriga, Carlos Loret, Javier Alatorre y muchos más por ese México de Zabludovsky, ese México oficialista y esperanzado.

No me malinterpreten. Que muchos deseen volver a la tiranía nos dice sutilmente que hemos desperdiciado los últimos 40 años de historia nacional. Y que descarguemos nuestra frustración en un viejo que tuvo una grandiosa vida no va a ayudar mucho a recuperarlos.

Buen viaje, Don Jacobo. Mucho tango para usted en donde esté.

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