De víboras, tepocatas y otras ponzoñas
Por Ann
“Nadie es perfecto”, reza la afirmación al hablar de que todos somos susceptibles a meter la pata en algún momento de nuestras vidas. A la mayoría se le hace la bocota grandotota al hablar mal de alguien, pero, ¿por qué lo hacemos?
Nos encanta hablar, soltar esa lengüilla viperina aventando cuantas descargas ponzoñosas nos sean posibles contra ese/esa que nos cae en los meros callos, destriparlx vivx y burlarnos de él/ella hasta el hartazgo o hasta el orgasmo…
El insulto barato se usa para compensar esos vacíos interiores, esos afectos ausentes que nadie más puede proveer más que uno mismo, o sea, baja autoestima. Y ¿qué creen? que está escrito en cada unx de nosotrxs y responde al instinto de supervivencia.
En ocasiones se suele minimizar al otro cuando se siente amenaza, la cual puede ser real o imaginaria, aquí hay que tener mucho cuidado porque se puede caer en un juego muy peligroso intentado combatir contra algo inexistente, siendo unx mismx el/la enemigx.
Dicen, diiiicen los especialistas que hasta cierto punto es sano sentir cierta inseguridad porque de una manera u otra damos cuenta de la presencia y la importancia de otro individuo y ese espíritu de competencia se despierta, la competencia es sana, pero de eso a convertirlo en una obsesión y estar tirando perradas en contra de medio mundo porque se siente una amenaza constante, ya raya en la paranoia y es mucho más peligroso de lo que pueda parecer.
Despedazar a alguien no nos hace ni más guapxs, ni más inteligentes o más chingones.
Podemos decidir: preocuparnos y vivir con la angustia de la otredad o vivir conscientes de nuestras valiosas diferencias. Al final, son ellas las que encierran nuestra esencia.
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