De nuestros pobres anarquistas
Por Alberto Luquín
Un fantasma recorre a México, el fantasma del anarquismo. O, mejor dicho, el fantasma de su parodia. De un tiempo para acá ha aparecido una nueva especie (por llamarla de algún modo) de activistas en redes sociales y en la calle: jóvenes generalmente violentos, profundamente conspiranoicos, poco críticos, fácilmente manipulables y con un fuerte resentimiento histórico.
Son fácilmente reconocibles: a la primera provocación enarbolan la bandera negra del anarquismo aunque no tengan idea alguna sobre su historia y espectro. En redes, difunden ideas magufas y reenvían información de fuentes tan ridículas como Infowars, Russia Today, los Anonymous nopaltecas o Alfredo Jalife. Buscando notoriedad, parasitan a movimientos legítimos como el incipiente partido MoReNa o el agotado y cursi #YoSoy132.
Les gusta retuitear convocatorias a “revoluciones” como la española, esa que paradójicamente le dio el triunfo en urnas al Partido Popular; la árabe, esa que paradójicamente entronizó a fundamentalistas religiosos, o la brasileña y la turca, aunque no sepan cuál es la causa concreta de estas últimas (el costo del transporte público de cara al Mundial y la destrucción de un parque, respectivamente, para más señas de mi desocupado lector).
En la calle, aunque acostumbran de marchar con la izquierda, no son parte de ella. No piden la democratización del sistema, sino su destrucción, y limitan sus reclamos sociales a abstracciones defendidas desde la visceralidad, sin análisis o discurso alguno de por medio y sin alcanzar, jamás, la propuesta de una política pública. Sus dos últimas hazañas ocurrieron el 1º de diciembre y el 10 de junio en el chicloso, heroico, simbólico, Centro Histórico del Distrito Federal.
Al día siguiente, fue bastante común leer que se culpaba de los destrozos a los manifestantes. A mi parecer, no podemos culpar a la chairiza por lo ocurrido. Pueden ser muchas cosas, pero son bastante ñoños y carecen de sentido común pero la escala de los acontecimientos los supera (y no, señores, no estamos en 1971): basta con ver el modo en que fueron tratados los representantes del movimiento estudiantil originario y su desconcierto.
Aparte de los daños a la propiedad e integridad de quienes sólo trabajan por ahí, lo más lamentable es que muchos de los arrestados (igual que en el zafarrancho de diciembre) no fueron responsables por los disturbios: sólo se manifestaban. La policía mexicana (no sólo la de Chilangostitlán) carece de la preparación para enfrentar esta clase de eventos y siempre le será más fácil cargar contra quien sólo grita que contra quien avienta piedras.
Posdata: Dicen, también, que tal vez este grupo podría ser aprovechado por un sector del PRD que aspira a conseguir los recursos casi ilimitados del DF para las candidaturas del 2018. Dicen…
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